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Opinión

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Sampietro y los cristeros

Comenté aquí el martes que en búsqueda de información para ilustrar el tema de la columna que fue el de la falsificación de papel moneda a propósito de que han circulado en el país billetes de 50 pesos con la efigie de Juan Gabriel en lugar de la de José María Morelos. (Mi amigo Sergio Adrián Sánchez dice que pronto circularán los de 40 y 20 con la imagen de José José).

Decía yo que en esa averiguación topé con el hallazgo de un personaje de novela negra, el francés Alfredo Héctor Donadieu, quien italianizó su nombre por el de Enrico Sampietro, y que desvió su gran talento para el dibujo por la falsificación de billetes —dólares y pesos mexicanos— además de cheques de viajero. Sampietro llegó a México en 1934 y cayó preso en 1937 en la penitenciaria de Lecumberri donde aún se encontraban recluidos varios protagonistas de la guerra cristera, entre ellos el sacerdote José Aurelio Jiménez Palacios, quien bendijera la pistola con la que José de León Toral, asesinó, supuestamente, al presidente electo Álvaro Obregón.

Los excombatientes de la cristiada habían creado una organización secreta denominada La Causa de la Fe, cuyo objetivo primario era excarcelar al mencionado sacerdote en el entendido de que un representante de Dios en la tierra no podía estar confinado en un lugar como el Palacio Negro rodeado de individuos de la peor ralea. Como anillo al dedo —diría el clásico— les cayó a los integrantes de La Causa de la Fe la estancia de Sampietro en el penal ya que coincidía, por extraño que parezca, con las ideas de la sigilosa congregación. Enrico era católico, fascista y enemigo del comunismo; fantasma contra el que luchaban los trasnochados cristeros.

Mariano Ramírez Rocañosa, investigador de la UNAM, en un ensayo al respecto, nos hace saber que el sacerdote Jiménez Palacios, renunció a la fuga que la organización encubierta le había preparado prefiriendo que su lugar fuera ocupado por Sampietro, que clamaba por dejar el uniforme de rayado (referencia Pepe el Toro), con la condición que una vez en libertad el francoitaliano trabajara para ellos produciendo billetes falsos con el iluso fin de desestabilizar el régimen de Lázaro Cárdenas quien, en su opinión, era comunista.

La madrugada del 20 de julio de 1938, Enrico Sampietro, buscado por las autoridades de Francia, Estados Unidos, Cuba, Venezuela y Colombia, abandonó el penal con la firme promesa de producir dinero falso para la sociedad secreta cuyo dirigente, el jalisciense Rafael Tomás Orendáin, más interesado en el dinero que en la religión, puso a laborar a Enrico. Se calcula que la destreza del falsificador produjo para La Causa de la Fe, poco más de medio millón de pesos. Poco para desestabilizar la economía nacional. Una buena cantidad de dinero para la época.

La manera de blanquear el dinero falso era comprando artículos de lujo que vendían a menor precio. Enrico quien cambió de domicilio varias veces de Coyoacán a Tlalpan y de ahí a Iztapalapa, salía sólo por las noches vestido de mayor del Ejército para despistar. Su relación con La Causa de la Fe fue tornándose difícil porque consideraba que era poco el dinero que le daban por su minucioso trabajo. En 1946 rompió su relación con la oculta corporación, pero no con Rafael Tomás Orendáin, quien el primero de febrero de 1947, fue nombrado, por el presidente Miguel Alemán, cónsul de México en San Diego, California, lo que permitió el contrabando de dólares falsos en la valija diplomática.

El investigador del Banco de México, el criminólogo Alfonso Quiroz Cuarón, tras intensa búsqueda atrapó al internacional hampón. El 9 de abril de 1948, Enrico Sampietro regresó a Lecumberri donde cumplió su condena. En 1961 fue expulsado de México. Murió en su natal Marsella a punto de cumplir 80 años.

Punto final

No me quieres porque soy daltónico, ¿verdad Celeste?

Me llamo Violeta.

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Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) y Guionista de televisión mexicano. Conocido por haber hecho los libretos de programas como Ensalada de Locos, La carabina de Ambrosio, La Güereja y algo más, El privilegio de mandar, entre otros

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