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Dos poetas y una cuestión de elecciones
De Ramón López Velarde, Efraín Huerta y la batalla campal o prólogo de la comedia que son las votaciones.
1.¿Qué será lo que espero?, se preguntaba el joven Ramón Ramón López Velarde una tarde mientras se asomaba por la ventana de su departamento de una Avenida Jalisco que todavía no sabía que acabaría llamándose Álvaro Obregón. Nacido en Jerez, Zacatecas, en junio de 1888, a los 12 años había entrado al seminario conciliar. Pero no era lo que esperaba. Por eso lo abandonó y decidió estudiar la preparatoria. Viajó a San Luis Potosí a estudiar leyes sin saber que tampoco tendría que ver con lo que esperaba. Nunca supo que su peregrinar en busca de esperanzas cumplidas sería tan enorme como la distancia que hay entre un abogado y un poeta. Recordó cuando le presentaron a Francisco I. Madero. Cómo se había sentido atraído por el fuego de sus ideas revolucionarias. Se recordó a sí mismo encendido, escribiendo por primera vez prosa política en apoyo del Partido Antireeleccionista. Y se volvió a lamentar de cómo, poco a poco, se fueron alejando las ilusiones y las esperanzas por culpa de los horrores y las violencias de la Revolución. Supo que tanta miseria no se merecía sus buenas letras y esperó jamás volver a escribir algo que le doliera.
Recordó también cuando se había trasladado definitivamente a la capital. Y cómo había sido aquí donde se había enterado de la muerte de su tío Inocencio, sacerdote, a mano de los villistas. El golpe final para que perdiera toda esperanza en la causa revolucionaria y decidiera quedarse aquí, en la Ciudad de México.
Ya solo en su departamento, con los dientes de la poesía clavados en su alma para siempre, había dedicado todas sus letras a la mujer, a muchas mujeres, a todas las que no tuvo, a todas las que anheló. A Margarita, mayor que él, dueña de todas sus zozobras, le había escrito: Tus otoños me arrullan / en coro de quimeras obstinadas; / vas en mí cual la venda va en la herida; / en bienestar de placidez me embriagas; / la luna lugareña va en tus ojos / ¡oh blanda que eres entre todas blanda! / y no sé todavía / qué esperarán de ti mis esperanzas.
Y se dio cuenta de que también escribir aquello había dolido. Después se acordó de otra mujer y de otras letras:
Dame todas las lágrimas del mar. / Mis ojos están secos y yo sufro / unas inmensas ganas de llorar (...) Fuensanta: ¿tú conoces el mar? / Dicen que es menos grande y menos hondo que el pesar.
Entonces dejó de preocuparse. Salió a la calle y se encontró a una gitana que le dijo lo que debía esperar: una muerte por asfixia después de un paseo nocturno. Nada me han predicho que sea cierto, pensó. Y siguió caminando.
2. Le decían El Cocodrilo, pero su nombre completo y verdadero fue Efrén Huerta Romo. (Lo de Efraín fue un cambio de nombre sugerido por sus amigos poetas, por ser más armónico y más digno de un escritor ). Nacido en Silao, Guanajuato, también en junio, pero de 1914; murió en la Ciudad de México en 1982. Su lista de premios, datos publicaciones y encargos es larga e impresionante pero habla poco de su obra y no dice que leer a Efraín Huerta es develar una página gloriosa e inaudita la poesía mexicana. Un poeta de claridad y pureza indescriptibles que fue de la poesía nada más dijo una verdad: Creo que cada poema es un mundo. Un mundo y aparte. Un territorio cercado, al que no deben penetrar los totalmente indocumentados, los huecos, los desapasionados, los líricamente desmadrados .
Huerta también fue es uno de los hijos de la Revolución Mexicana , como bien lo señaló José Emilio Pacheco al hablar del extraordinario trío de escritores mexicanos nacidos en 1914: Octavio Paz, nacido en Mixcoac; Efraín Huerta, de Silao y José Revueltas, oriundo de Santiago Papasquiaro. Todos ellos no sólo objetos de centenarios homenajes, sino poetas que tuvieron a la Ciudad de México como destino.
De Efraín Huerta se cuenta que luego de un constante trajinar, entre Silao, Irapuato, León y Querétaro, llegó a los 16 años a la capital mexicana y se estableció en una casa en el número 39 de la calle Paraguay, en el centro mismo de la capital mexicana. Primero quiso estudiar dibujo en San Carlos, pero hubo de cursar el primer año del bachillerato en Filosofía y Letras, en la famosa Perrera de San Pedro y San Pablo, para después irse a estudiar en San Ildefonso. Allí su destino se torcería para después enderezarse. Conoció a personajes que escribieron poesía en esos años, entre los que estaban Octavio Paz, Enrique Ramírez y Ramírez y Rafael López. Este último, en un texto titulado Sí, Efraín, me acuerdo... aparecido en La Cultura en México en 1974 que contó a los lectores una historia que decía:
Efraín, Enrique y yo fuimos a pie desde la calle de San Ildefonso hasta el departamento donde vivía el primero con su familia. En un pequeño cuarto con vista a los árboles, tenía Huerta sus libros y una mesa con papeles escritos con esa esbelta letra suya. Allí estaba, inédito, Absoluto amor, poemas de los 20 años, pero de expresión segura y relámpagos originales, a veces oscuros, a veces amarillos. Enrique y yo los leímos, cada uno en silencio; Efraín fumaba interrogante. Ramírez y yo nos vimos a los ojos y, casi al mismo tiempo, dijimos uno y otro: debes publicar este libro inmediatamente. Efraín sonrió entre dudoso y entusiasta. Insistimos. A poco el libro salía de la imprenta y el nombre de Efraín Huerta empezó a ser conocido. Hace dos años se celebró el bicentenario de su nacimiento y todavía es preciso leerlo. Quizá para cerrar y justo para hoy citar uno de sus Poemínimos: Ahora me cumplen / o me dejan como estatua .
3. Hoy que ya es lunes hablar del ayer parece inútil. Las cuentas no son claras. Muy tarde abrimos el Diccionario de los políticos de Juan Rico y Amat que bajo el rubro Elecciones dice: El prólogo de una comedia: como tal no se respetan en ellas las reglas de bajo el rubro acción, tiempo y lugar. Es la elección una batalla campal donde se vence, no por el número de los soldados sino por la estrategia de los generales. (...) Desde que se preparan hasta que se terminan, la intriga y el movimiento están a la orden del día. (...) es también el sepulcro de las ilusiones e unos y la cuna de las esperanzas de otros: ¡qué de proyectos han autorizado las elecciones! ¡Qué de desengaños han producido! . Si seguimos hojeándolo, resulta que critica las estructuras que llevan al engaño lo mismo a liberales que a conservadores, igual a los de derecha que a los de izquierda. A los políticos los califica de demagogos, retóricos, especialistas en el autoelogio y el drama teatral . Y al llegar a la intención verdadera de su libro escribe: ¿No causan indignación y asco al mismo tiempo los viles medios de que se han valido hasta hoy los partidos políticos para falsear a cada instante las principales bases del gobierno representativo? . Y quizá la tristeza nos invada cuando averigüemos que elector está definido como una masa suave y blanda que se presta a toda clase de formas y cuyo nombre es un sarcasmo sangriento porque es tan cándido y bonachón que no se da cuenta de que hace todo menos elegir . Valga la libresca referencia de diversión o pena y a lo mejor para saber que, si de elecciones se trata, es mejor la poesía que la política. Y hay tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno puede terminar pareciéndose a ellos.