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Arte e Ideas

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El museo como un espacio de pensamiento libre

El arte no es pura aproximación estética, sino que habla de cuestiones fundamentales; transmitir eso es el reto del museo, dice la directora de Educación y Programas Públicos del MACBA.

Tonina Cerdà comenzó a trabajar en educación en un momento en el que Barcelona estaba despegando. A la par de los Juegos Olímpicos del 92, en Barcelona se organizó la llamada Olimpiada Cultural, una institución que pretendía reivindicar el patrimonio y hacerlo accesible al público. De ahí nació su oficio, dedicado a trabajar con la idea de la mediación entre museo, patrimonio y público.

Cuéntanos sobre tus primeros acercamientos a la educación.

Cuando yo empecé a trabajar en la CaixaForum, una de las pocas instituciones que tenían un proyecto educativo, ellos miraban a Francia, al Pompidou, y toda esa idea de empezar a trabajar con públicos.

Después de dos años se inauguró el MACBA, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Entonces a mí me propusieron ir al museo y empezar a trabajar en un departamento de Educación que teníamos que inventar (...) Barcelona tiene desde aquí la sensación de que es una ciudad muy moderna, muy cosmopolita, (pero apenas) en el 95 inauguraron su primer museo de arte contemporáneo. Por tanto, había que trabajar con públicos que no tenían ningún contacto con el arte contemporáneo, ningún referente. Allá empecé a trabajar primero como coordinadora del departamento de Educación, luego como responsable de Educación y ahora soy la directora de Educación y Programas Públicos del museo.

—¿Cuál es el trabajo que se hace desde ese departamento?

Es el departamento que activa todo el museo más allá de las exposiciones y de las publicaciones. De este departamento dependen los programas educativos para todas las franjas escolares, programas universitarios, para jóvenes, familiares, los ciclos de conferencias, los seminarios, los programas de performance, los programas de artes en vivo, todo aquello que es inmaterial.

Estamos empezando a trabajar también cada vez más con artistas, en todos los niveles. Antes todos los programas de mediación y de comunicación estaban en manos de educadores que reproducían un discurso, ahora generan el suyo propio, en diálogo con los artistas.

—¿Cómo se hace el trabajo con los artistas?

Cuando hablo de artistas no hablo (necesariamente) de los que están exponiendo en el museo. Es verdad que hay un cambio fundamental en las generaciones jóvenes de artistas que cada vez están más interesados en el contacto con el público.

Ahora cada vez más hay artistas a quienes lo que les interesa es evidentemente tener su obra, pero interactuar con los públicos. Yo te diría que de los artistas que hemos llamado para proponerles un taller, y no sólo artistas jóvenes, sino algunos que tienen obras en nuestras colecciones, nadie dice: “No quiero trabajar con los públicos”. Más bien dicen “Sí, es un reto para mí”.

Lo que sí que se produce es un aprendizaje mutuo. Nosotros tenemos un programa de talleres que llamamos p2p, peer to peer, entre iguales, y hay dos sesiones de trabajo donde el artista propone una metodología y luego los asistentes del taller se van con la idea, la reflexionan, proponen algo más y la devuelven al taller. Siempre al final de esos talleres, la sensación es que todo el mundo ha aprendido, pero el artista es el que tiene la sensación de que ha aprendido más.

Trabajando con artistas en proyectos educativos, lo que compartes son metodologías de investigación artística. Hay algo vivencial allá, de experiencia, que cambia totalmente la relación con los grupos, con los individuos que participan.

Antes, la educación era en el museo un poquito la hermana pobre de la museografía. Estaba todo el equipo de los conservadores, los académicos. Y luego estaban los educadores que casi lo que hacían era digerir el discurso para los públicos. Ahora todos los museos lo que se están planteando es que el equipo de conservadores y el equipo de educadores y programadores estén al mismo nivel, porque tan importante es uno como el otro.

—¿Cómo influye la educación del museo en el tejido social?

Hay una cosa que me preocupa y es considerar que a veces los centros patrimoniales, digo museos, bibliotecas, o cualquier otro, acabamos siendo inocuos para el público. Creo que los centros patrimoniales, los que salvaguardamos el patrimonio, todavía estamos como un poco en nuestro pedestal, pensando que nuestra misión es comunicar con los públicos, pero a veces los públicos tienen otra cosa en la cabeza, y no les parece interesante.

Creo que es un gran reto. Si queremos ser significativos tenemos que reinventarnos de verdad, dejar nuestro espacio protegido pensando que ya hemos hecho nuestra misión, que es salvaguardar el patrimonio.

Tenemos unas puertas que son grandes, frías, que cuesta mucho traspasar por gran parte de la sociedad, entonces creo que el reto es preguntarnos de qué manera los museos, los centros patrimoniales empezamos a salir de este ciclo.

—¿Cuál podría ser la solución para quitar la barrera entre el museo y el público?

Nosotros estamos ahora en un proyecto europeo que se llama L’Internationale, donde participamos varios museos, algunos españoles, holandeses, británicos (y de otros sitios), y uno de los grandes temas de reflexión es cómo relacionarnos con los públicos. Aparece un concepto en inglés, que no funciona en nuestro idioma, la idea de constituency. Esto es lo que en el sistema británico hace alusión a los que votan en el Congreso sobre la Cámara, los constituyentes.

De alguna manera, cuando esa idea la intentas aplicar en el terreno de lo cultural, tú afuera necesitas tener colectivos, grupos, que te apoyen, que te exijan, que te provoquen a construir algo conjuntamente. Yo creo que el gran cambio es más allá de la participación.

—¿Qué significa la participación dentro del contexto del museo?

Durante un tiempo se dijo “los museos tenemos que ser participativos”, pero esto muchas veces significa dialogar. Dentro del diálogo uno tiene que pactar. No es hacer lo que uno considera que tiene que hacer como institución, como museo, y entonces el otro me va a comprar aquello que yo le propongo, sino que al decir que uno está abierto a dialogar, uno tiene que escuchar y probablemente no será lo que uno quiere oír.

Pasa que la gente de pronto dice que no le interesa una exposición, porque no se siente identificado, no se siente cómodo entrando al museo. Y ahí hay que preguntar cómo se sentiría más cómodo en él.

—¿Cómo impacta al barrio del Raval, específicamente, la presencia del MACBA?

El MACBA apareció en el Raval, un barrio degradado, de primera inmigración, con un tejido social muy complejo, como si se tratara de un platillo volante. Se demolió un pedazo de la ciudad para instalar un edificio del arquitecto americano Richard Mayer, blanco, ahí en medio.

Nuestros vecinos siempre nos han visto como “la élite que está allá”, que el museo no es para ellos, y entonces debemos establecer vínculos con las comunidades que nos rodean. Esto es complejísimo, y llevamos en ello años y años. Tenemos programas educativos con las escuelas, que son un éxito total porque tienes un interlocutor muy claro. Pero cuando hablas de los vecinos en general, tienes que ir proyecto a proyecto, intentando coser algo.

—¿En qué están trabajando actualmente?

Tenemos un proyecto que se llama La Cocina, un espacio que habla de sostenibilidad alimentaria, del concepto de Kilómetro Cero, e intentamos llegar a los jubilados del barrio, a las amas de casa, a esa gente que trabaja en un horario diferente, y podríamos decir que es la suma de pequeños proyectos con el barrio.

Pero no hemos conseguido darle la vuelta. El MACBA sigue siendo algo con lo que haces algún proyecto, pero no es tu casa.

Tenemos que inventar maneras de hacernos más accesibles en todos los sentidos, incluyendo el económico. Estamos trabajando para que nuestras puertas no sean tan duras, para que nuestro espacio sea accesible y la gente pueda entrar al vestíbulo sin tener que acceder al museo, y entonces tenga un espacio en el que estar y de repente estando allá, si ha traspasado la primera puerta, pueda generar un interés por visitar las exposiciones.

¿Cómo entonces el arte deja de ser un tema objetual y comienza a ser un tema de relaciones, algo de primera necesidad?

Es que el arte habla de la vida. Y en ese sentido puedes decidir que el arte lo tienes allá y sólo te acercas de manera estética, y te quedas en la pura superficie. Pero también puedes intentar ver de qué nos está hablando ese arte. Y probablemente nos va a hablar de algo que nos mueve por dentro.

Así, podemos empezar a dejar de lado el paradigma visual, que parece que es el único que podemos utilizar en los museos, y empezar a buscar paradigmas como el de la experiencia.

En tanto que podamos hacer conscientes a los públicos diversos que nos visitan que lo que hay en los museos no es sólo una pura aproximación estética, sino que te habla de cuestiones fundamentales, de algo que de verdad te toca, habremos llegado a algo más.

—¿Por qué alguien necesitaría ir a un museo?

Porque en él encontramos respuestas, o éstos mismos nos formulan preguntas que nos interesan. El reto es hacer que eso llegue a capas grandes de población. Lo que nos interesa es que cualquier persona que entre al museo tenga una experiencia agradable y significativa. No importa si viene a mi museo o al de al lado, pero si alguien entra a un recinto de este tipo y su experiencia es negativa, no va a querer volver.

He ahí la importancia de abrir estos centros patrimoniales para que lo que pase dentro no sea una lección de historia sino el planteamiento de preguntas fundamentales. En esta sociedad, donde tenemos tan poco tiempo, es significativo hacer tiempo para ir al museo y conseguir que lo que pase ahí de pie a seguir investigando.

—¿Cómo es tu percepción de la relación público-museo en la Ciudad de México, en comparación con Barcelona?

De lo que he visto, creo que tenéis una relación más de igual a igual en México. Me parece que no hay tantos prejuicios y no hay tanto esnobismo, sino que la relación (entre público y museo) es mucho más de diálogo directo.

Ésta es una ciudad que tiene una energía espectacular. Los artistas que conozco de aquí tienen una fuerza y una energía que no encuentras en muchos otros sitios.

Creo que en México el museo se dirige al público de manera más directa, aunque también estoy convencida de que sólo hay ciertas capas de población que llegan a los museos. Y eso es el mismo un gran reto que tenemos todos, que se conviertan en espacios para todo el público y no para unos pocos.

mariana.ampudia@eleconomista.mx

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