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Arte e Ideas

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Francisca: un cuarto de siglo esperando en la banqueta

Ni los caprichos del clima ni la contaminación ni la rutina diaria ni la marca de los años. Nada ha mermado la decisión de Francisca de esperar en la calle, durante 12 horas, cinco días de la semana.

Francisca Reyes tiene 25 años esperando en la misma calle, en la misma banqueta, 25 años esperando. El paisaje urbano se ha transformado. Francisca ha observado rutinariamente cómo avanza el tiempo frente a sus ojos. Día con día espera a que su hija concluya la jornada laboral en la fábrica de golosinas Laposse, en la avenida México-Coyoacán.

El tiempo no pasa en balde. El 15 de septiembre del 2015, Francisca cumplirá 90 años. Emigró a México desde España porque a su padre le ofrecieron trabajo aquí, en una hacienda en Aguascalientes. Cuando llegaron, junto con dos hermanos y su madre, descubrieron que fue una farsa. Poco tiempo después, la madre de Francisca murió en labor de parto, dando a luz a la hermana menor. La familia se desintegró y Francisca terminó en la ciudad de México, con la ayuda de unas tías.

A las seis y media de la mañana, de lunes a viernes, Francisca y su hija bajan del autobús urbano. Piden al guardia del edificio contiguo a la fábrica la silla que un vecino les donó hace un par de meses y la acomodan afuera de la fábrica de chocolates. Entre dos macetones con tierra seca y dos árboles medianos que son sombrillas cuando hay sol y paraguas cuando llueve, Francisca encuentra refugio y espera.

La rutina es un poderoso somnífero. Sus actividades en la mañana oscilan entre el sueño y observar los movimientos de los vecinos. Los párpados de sus ojos azules reciben unos momentos de descanso, mientras recarga su frente en uno de sus dos bastones para conciliar el sueño.

Francisca Reyes, afuera de la fábrica de chocolates en avenida México-Coyoacán, en la colonia Xoco. Foto: Ruy Alonso Rebolledo

Lidia Villegas, una vecina que pasea a sus perros diariamente, se mudó al edificio contiguo recién fue construido, hace unos tres años. Desde entonces observa a Francisca. A veces la gente le da dinero. Ella no lo pide pero la gente de todas maneras le da. Siempre la veo muy sola, pero ahí está, por lo menos ya tiene una silla, antes se sentaba en las macetas, pero ya rompió una , dijo.

Come sentada en la misma silla en la que espera todo el día. Hay una señora que trae comida para la gente de la fábrica , contó Francisca. Su hija compra raciones para las dos. Francisca recibe su porción cuando dentro de la fábrica todos tienen su parte. Generalmente es pollo; Francisca ya no tiene la mayoría de sus dientes. Estoy hasta acá del pollo , dijo señalando el límite de su frente, donde empieza el pelo.

El resto del día, observa. Analiza cómo todos los que hacen su vida alrededor de la fábrica cambian de rutina, según las decisiones que moldean sus vidas. Mira: ella antes andaba con ese muchacho de ahí, pero ya lo cambió por aquel. Él no se quedó de brazos cruzados. Ahora anda con esa muchacha de allá , dijo Francisca señalando con el dedo índice para evitar confusión.

Francisca trabajó en el centro de la ciudad de México como costurera desde los 15 años. Un empleo que no le exigía saber leer ni escribir. En ese oficio encontró el sustento para llevar alimento a casa. Su marido murió intoxicado después de nacer su quinto hijo. Fue madre de dos varones y tres mujeres. Dos de sus hijas trabajaron en Laposse, sólo una continúa con su empleo ahí.

Los ojos de Francisca desvían la mirada y fijan un punto en la nada cuando habla de sus hijos. Cuatro de ellos emigraron a Estados Unidos en búsqueda de oportunidades laborales. Mis dos hijos se fueron desde chiquillos y no han vuelto. A veces me hablan (por teléfono) pero es todo lo que sé de ellos. Dos de mis hijas también se fueron siguiendo a sus maridos . Sus palabras son secas. No da detalles.

Un vecino comerciante contó que antes la veía caminar para matar el tiempo, caminaba por esta banqueta, hacía allá (en contrasentido de la avenida) y luego regresaba. Un día, cruzando la calle, hasta la atropellaron. Ya después ya no la vi moverse mucho de esas macetas, sólo cuando llueve, se mete debajo de esos árboles .

El accidente de hace siete años dejó un trauma en Francisca. Iba a cruzar la calle y un coche que venía de allí y venía para acá me arrastró por algunos metros. Aquí todavía tengo la cicatriz. Desde entonces ya no atravieso sola la calle , dijo Francisca señalando con el índice la calle Carrillo Puerto y mostrando las marcas en su mano.

Francisca

La historia de Francisca genera especulaciones entre los vecinos. Para el señor que vende jugos en la banqueta de enfrente, que no quiso dar su nombre, la señora es muy celosa. Nunca dejó que su hija se casara. Dicen que le ahuyentaba a los que se la querían robar .

Pero la razón de esperar afuera de la fábrica se reduce a una cuestión meramente emocional. Francisca se deprimía al quedarse sola en casa. La depresión aumentó cuando comenzó a perder los dientes. No sufre enfermedades ni impedimentos físicos extraordinarios a los de una persona de 90 años.

Rocío Rodríguez Reyes, su hija, trabaja en Laposse desde hace 36 años. Le desagrada la idea de tener a su madre esperando en la banqueta. Pero no tengo otra opción. La verdad me gustaría que ella hiciera otra cosa, pero ella sólo quiere esperarme ahí , dijo.

Antes Francisca sólo la acompañaba en la mañana y regresaba por ella en la tarde. Antes vivían más cerca, a 11 kilómetros de la fábrica. Tuvieron que mudarse hace 25 años: su casa fue expropiada para dar lugar a la estación Constitución de 1917 de la Línea 8 del Metro, en Iztapalapa. La línea se construyó entre 1988 y 1994, año en que fue inaugurada.

Francisca y su hija viven a 38 kilómetros de la fábrica. Juntas realizan un recorrido de tres horas en transporte público desde su hogar en San Andrés Chicoloapan, en el Estado de México, hasta la Avenida México-Coyoacán número 375, colonia Xoco. Juntas, de lunes a viernes. Tres horas para llegar. Tres horas para regresar a casa.

Francisca pasa 12 horas diarias en un espacio de contacto con otros seres humanos, la banqueta, y en 25 años se ha vuelto un elemento más del paisaje urbano. Es impresionante la falta de calidad humana de todos los de alrededor, que la vemos ahí diariamente , dijo una vecina que no quiso dar su nombre.

Alberto Carreto, maestro en urbanismo por la Universidad de Nottingham, dijo que el espacio de las banquetas es importantísimo para la vida social, debido a que es el primer espacio de contacto con la comunidad fuera de casa.

Nosotros la vemos ahí diariamente y no le ofrecemos ni un vaso de agua , dijo la misma vecina, arrepentida por su falta de empatía con Francisca. Una falta de empatía que a lo largo de 25 años difuminó a la señora que espera afuera de la fábrica de golosinas de la avenida México-Coyoacán.

ruy.rebolledo@eleconomista.mx

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