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Haruki Murakami vuelve con La muerte del comendador
El primer tomo es un rompecabezas en el que el escritor japonés pone todas las piezas boca arriba. En la segunda parte llegarán los desenlaces.
Tras cinco años sin publicar una novela, Haruki Murakami regresa con La muerte del comendador (Libro I), una historia en torno a la soledad, el amor y el arte. Bajo este entorno, un prestigioso retratista, tras una de sus rupturas, decide retirarse un tiempo al norte de Japón para aclarar sus ideas.
Al igual que hizo con 1Q84, el escritor japonés más leído del mundo, que ha visto cómo esta nueva novela ha sido censurada en China por narrar escenas sexuales demasiado explícitas, divide su obra en dos partes.
La fragmentación en tomos y el gusto por las novelas largas son rasgos característicos de Murakami (Kioto, 1949), un autor obsesionado por temas inherentes al ser humano como el dolor, la soledad, el hastío o la desesperanza, siempre evocados en una cotidianidad que se debate entre el sueño y la realidad.
La novela comienza “en lo alto de una montaña junto a un estrecho valle”, ubicado al norte de Japón donde reina la calma y la bruma. En ese sitio el protagonista decide refugiarse tras descubrir la infidelidad de su mujer, retirado así de la bulliciosa ciudad y ahora aislado en una antigua casa de un pintor famoso.
La vida pasa ente él entre libros y música; paseos y reflexiones, alejado del trabajo de retratista y con un reducido contacto con la sociedad, que consiste en algunas clases de pintura para principiantes que ofrece semanalmente en un taller y también algunas aventuras sexuales con mujeres casadas que viven en la zona.
Misterios a descifrar
Pero como siempre ocurre con Murakami, el misterio llega más pronto que tarde y la sugestión se convierte en enigma cuando el protagonista escucha unos sonidos extraños procedentes del desván de la casa que lo invitan a un cuadro oculto. En él encuentra una pintura que representa una escena de Don Giovanni de Mozart, con la técnica de la pintura tradicional japonesa, obra que convulsionará su vida.
Ahora bien, los sucesos vitales que experimenta el retratista no se reducen sólo al cuadro, sino también a otros descubrimientos en torno a un extraño vecino que le ofrece una cantidad obscena por un retrato o a una melodía obsesiva que lleva al protagonista hasta un templete sintoísta perdido entre el follaje.
Todos los enigmas de La muerte del comendador, que conforman un laberinto plagado de señales indescifrables a través de lo cotidiano, tendrán su desenlace en el tomo ll.