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La Nueva Escuela Mexicana, un modelo “romántico pero inviable”
En medio de la batalla cultural por la educación y los nuevos libros de texto, especialistas señalan que se enfatiza lo comunitario sobre el aprendizaje individual y el desarrollo de habilidades, y advierten que es inoperante porque carece de lógica y método, y de formación magisterial.
La semana que concluye, el debate por el nuevo plan de estudios y los nuevos libros de texto para primaria y secundaria, propuestos por el gobierno de la 4T, dominó la conversación social en México.
A unos días de ponerse en práctica la llamada Nueva Escuela Mexicana (NEM) en las aulas del país, con excepción quizás en siete estados que rehúsan hacerla vigente, las críticas arrecian y suben de tono desde distintos ámbitos, en voz de instituciones, organismos, especialistas y ciudadanos de a pie que no han dejado de textear en las redes sociales.
Es una “batalla cultural” –coinciden expertos–, donde lo que está en juego, además de intereses políticos, es qué tipo de educación, con qué orientación y con qué contenidos queremos para las generaciones del siglo XXI.
Esa batalla se libra en diferentes niveles, algunas críticas se quedan en la superficie, por ejemplo si es correcto usar en los libros de texto el “dijistes” o el “todes”; otras han optado por la propaganda para “detener el virus del comunismo”; voces más han señalado errores ortográficos y de narrativa histórica, disminución en asignaturas clave como las matemáticas, y las opiniones más especializadas acusan sesgos ideológicos en los contenidos y advierten la ausencia de una reflexión pedagógica y didáctica en la elaboración del plan de estudios y de los textos. “Es un absurdo pedagógico”, opinó, por ejemplo, Gilberto Guevara Niebla, una de las voces más autorizadas, quien fuera subsecretario de Educación Básica en la transición entre la reforma educativa de Enrique Peña Nieto y el comienzo del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, el de la llamada Cuarta Transformación.
Para ir más allá de errores ortográficos e imprecisiones o “manipulaciones” históricas, El Economista acudió a especialistas, docentes, padres de familias, academias y agentes de la industria editorial para poder ofrecer una descripción y valoración precisa del modelo educativo en disputa y entender sus pros y contras, en medio de la lucha ideológica y cultural que representa, y desentrañar, en lo posible, el proceso que se siguió para llegar a la concreción de los libros de texto.
Cambio de modelo: individuo vs. comunidad
Fernando Mejía Botero, economista y maestro en Ciencias Sociales por la FLACSO, exdirector y actualmente investigador titular en el Centro de Estudios Educativos (CEE), organismo fundado por el filósofo Pablo Latapí Sarre, uno de los pioneros en investigación educativa en México, refiere que es indudable que estamos ante un cambio de modelo educativo: “Es claro que hay en el plan de estudios aprobado en 2022 un cambio de paradigma, de lenguaje y de apuestas”, el anterior (2017), “centrado en el individuo” y el del 2022 “que pone en el centro a la comunidad”.
El modelo de plan de estudios propuesto por este gobierno intenta romper con “la tradición didáctica y pedagógica que había seguido el país en los planes anteriores, y coloca como sobreordenador del modelo a la comunidad, no sólo como postura política, sino la comunidad como educadora. Es decir, no sólo educa la escuela”, indica.
En ese sentido –apunta–, los campos formativos de uno y otro modelo tienen estructuras y presupuestos distintos, en uno se enfatizan los aprendizajes individuales, donde las asignaturas están subordinadas a ese propósito y en el actual, que está centrado en proyectos de comunidad, “los elementos subordinados son los ejes estratégicos”, dice Mejía.
Y precisa: “Este nuevo plan apuesta por proyectos no por contenidos, y en ese sentido las asignaturas, como las conocemos, pierden fuerza curricular y didáctica. Y ese es el reclamo de los especialistas en didáctica”.
Amplía: “Las asignaturas están en un orden jerárquico distinto, por eso algunas personas han dicho, por ejemplo, que las matemáticas han desaparecido del currículo; eso habrá que revisarlo y si es así, debe corregirse”.
Por otro lado, el especialista, ex asesor de la Subsecretaría de Educación Básica de la SEP, pondera que de acuerdo con el mandato establecido en las leyes, “tanto el plan de estudios y el perfil de egreso de los educandos debe consultarse con todos los agentes del sistema educativo (expertos, docentes, padres de familia) y me parece que la consulta que hizo la SEP no fue suficiente, y respecto a los libros de texto (que son la concreción de todo ese proceso de planeación educativa) tampoco se cumplió con ese requisito”, comparte.
Falta orden lógico y metodológico
Por su parte, Francisco Cobela Vargas, director de Posgrados de la Escuela de Pedagogía de la Universidad Panamericana, pedagogo y maestro en Dirección de Instituciones Educativas, concede que detrás del plan de estudios y los libros de texto de la NEM, “hay una buena intención que no logra concretarse, quedan en una idea poco clara o confusa y carecen de orden lógico y metodológico”.
Expresa que es positivo que el alumno tenga un mayor conocimiento y contacto con su entorno y su realidad, pero opina que, en este caso, se privilegia la relación con el entorno sobre el desarrollo de habilidades. Se “exacerba la dimensión social”, apunta.
“La mayoría de los sistemas educativos en el mundo están orientados al desarrollo de competencias y habilidades para el desarrollo individual, profesional, para que las personas puedan contribuir de mejor manera en el entorno social y para favorecer la movilidad social”.
La idea “romántica” de que sólo escuchando a la comunidad y aprender en comunidad nos hará mejores personas y más capaces, nos va a poner en desventaja frente al mundo y va a comprometer la formación de las generaciones futuras, porque la dimensión individual también es importante –asegura Cobela–, está demostrado científicamente que el aprendizaje es un proceso individual”.
Un modelo inviable
Los especialistas enfatizan que no es del todo rechazable que el nuevo modelo ponga un mayor énfasis en la dimensión social y que confiera a los docentes mayores facultades y compromisos en la enseñanza –como el codiseño y la autonomía escolar, dos de los elementos que subraya el plan de estudios de la NEM–, sino que el modelo “es operativamente inviable de acuerdo con la realidad del país”, subraya Francisco Cobela.
Cabe precisar que los conceptos de codiseño y autonomía escolar se refieren a las tareas pedagógicas y didácticas que los docentes tendrán que desarrollar en las aulas para completar los contenidos y actividades propuestos en los libros de texto, ante la carencia de secuencialidad didáctica, como señalan los expertos.
Pero ese objetivo presupone que la mayoría de los docentes posee la formación adecuada y suficiente para desarrollar en las aulas el nuevo modelo, que sus condiciones laborales les serán favorables y que la infraestructura y equipamiento escolar es la mínima indispensable en todo el país, lo cual dista mucho de la realidad nacional.
A eso hay que sumarle que cada tema propuesto en los libros de texto de la NEM desemboca en una tarea colectiva que el alumno o alumna deben desarrollar con el acompañamiento de su familia, cuando la realidad es que la mayoría de las familias mexicanas están conformadas por personas con jornadas laborales extenuantes, carecen de tiempo y de conocimientos y herramientas didácticas para tal desempeño.
Para Fernando Mejía Botero, el modelo propuesto debió ser antecedido por un proceso de formación magisterial, profundo e intenso; y argumenta que esa carencia no se suple con las guías para maestros, ni con los cursos que les ofrece la SEP, a veces “muy aburridos” y que no transforman la práctica pedagógica”, porque “la educación se transforma si se transforma la práctica pedagógica”, subraya.
El nudo gordiano
Respecto a la pugna desatada frente a los libros de texto y la crítica acerca de supuestos sesgos ideológicos, Mejía Botero señala que "la escuela pública tiene mucha mayor incidencia entre menos capital cultural tienen las familias; hay muchas familias en el país donde la única biblioteca son los libros de texto, por eso tienen una fuerza simbólica y concreta muy profunda”.
Rechaza situar el debate sobre si hay o no sesgos ideológicos, “los currículos y planes anteriores también tenían presupuestos ideológicos”, afirma. La pregunta es si este nuevo modelo dotará de “habilidades cognitivas profundas a los alumnos y si la educación está pensada para servir más a la sociedad y no solo orientada a adquirir competencia para el éxito personal”.
Mejía Botero llama la atención sobre un aspecto no menor: las tres últimas reformas educativas en México se han fraguado en el último año de cada sexenio. Eso dificulta, en principio, los aspectos de una buena planeación, diseño, elaboración, implementación y evaluación del modelo propuesto.
A este respecto, Francisco Gobela refiere que un modelo educativo exitoso requiere de entre 25 y 30 años para consolidarse, y pone como ejemplo el caso de Singapur, “convertido hoy en el gigante educativo de Asia”, dice. Pero en México, una política educativa de Estado de largo plazo es una asignatura ausente.
“Si hacemos un diseño de política pública, consensuada, acompañada de un proceso de formación docente, eso marcará la diferencia”, suma Mejía Botero.
Por lo pronto, la prueba de fuego o el nudo gordiano de la Nueva Escuela Mexicana se vivirá en las aulas desde finales de agosto.
La inquisición sobre el lenguaje
Algunas críticas poco informadas se han centrado en si es correcto o no incluir en los libros de texto formas lingüísticas no estandarizadas. Por ejemplo, “dijistes”, o el uso de la X o la sustitución de la A y la O por la E, para referirse al lenguaje inclusivo. Al respecto, estudios de la lengua con perspectiva crítica sostienen que la transgresión a la normatividad lingüística es “un termómetro social, que refleja y responde a problemáticas sociales, y es pertinente entenderlo y visibilizarlo”. Por lo demás, no hay un modo “correcto” de hablar, en estricto, sino estándar, y con frecuencia se hacen referencias a formas de hablar para excluir o discriminar.