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Arte e Ideas

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Volodin y Rajmáninov, la pasión desmesurada

La leyenda del Concierto para piano y orquesta no. 3 de Serguéi Rajmáninov parece exágerada. Hecha famosa por la película Shine, eso de que esta obra puede enloquecer a los pianistas no muy fuertes de espíritu que tratan de tocarlo suena increíble.

Guanajuato, Guanajuato. La leyenda del Concierto para piano y orquesta no. 3 de Serguéi Rajmáninov parece exágerada. Hecha famosa por la película Shine, eso de que esta obra puede enloquecer a los pianistas no muy fuertes de espíritu que tratan de tocarlo suena increíble.

Increíble, hasta que uno escucha a alguien como Alexei Volodin tocarlo.

El pianista ruso se presentó la noche del sábado con la Orquesta Sinfónica de Yucatán en el marco del Festival Internacional Cervantino en un concierto que, de tan impresionante y apasionado lo dejaba a uno, como público, extenuado.

Técnicamente, el concierto es tan complejo que parece imposible de tocar. Si hubiéramos visto a Volodin derribar una pared de un puñetazo o desaparecer el techo del teatro no habríamos quedado menos impresionados.

Pero en esta obra, la dificultad pasa a segundo plano ante la expresividad. Cumbre del famoso temperamento ruso , con ella Rajmáninov nos zarandea el alma, la estruja, la eleva, la inflama, la achicharra, la engrandece... Pero sólo si la toca un pianista como Volodin.

Por cierto, con el tenue y dramático encore de Chopin, el pianista mostró que tiene bajo control su temperamento y sus poderosos dedos.

Pero, ¿y la orquesta yucateca?

Entonces la pregunta es si la Sinfónica de Yucatán estuvo a la altura de la empresa. Y la orgullosa respuesta es que sí.

En la primera parte del programa, el Concierto de Rajmáninov, la orquesta quedó convenientemente a la zaga. Y estuvo bien, en la obra parece más destinada a ser un mero acompañamiento del solista que a entablar un diálogo.

Aunque eso no impidió que se notaran algunas pequeñas inconsistencias en los alientos.

Pero, tras el intermedio, la agrupación bajo la batuta de Juan Carlos Lomónaco dio una magnífica muestra de su propia valía con otra de Rajmáninov, la Sinfonía no. 2 en Mi menor, de la que Juan Arturo Brenan dice, en el programa de mano, que es una de las cumbres del sinfonismo ruso. Y la OSY estuvo a la altura.

La única pequeña queja alguien pudiera tener es que fue demasiado: dos obras desmesuradas y arrebatadoras en una sola noche… pero, ciertamente, nadie se quejó.

@manuelino_

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