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Arte e Ideas

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La Guelaguetza arma la fiesta de pueblo en Guanajuato

Las críticas por los criterios programáticos del Festival Internacional Cervantino, en la capital guanajuatense, fueron opacadas por las pieles morenas y negras que tomaron el escenario de la Alhóndiga para iniciar todas las fiestas que Oaxaca organizará en la edición 52 de “La fiesta del espíritu”.

Bailarines de Oaxaca en el escenario del FIC.Cortesía FIC

Definir qué es cultura, siempre genera disensos. Qué asimila cada persona como cultura, actividad cultural, intermediario culturales, expresiones culturales, eso depende de los procesos vivenciales, educativos, geográficos, que cada una y uno de nosotros atravesamos, lo que nos atraviesan, los procesos pedagógicos que decidimos adoptar y los que se nos incrustan prácticamente por la fuerza.

Esa pregunta se gesta, de nuevo, buscando respuestas todos los días, encontrando motivos siempre diferentes, nunca, las mismas, siempre cambiantes, sobre lo que le da sentido esencial a la cultura y el arte, conforme estas interrogantes se van planteando en los diferentes contextos vivenciales. Y esta pregunta de nuevo surge al escuchar las distintas voces de comunicadores y críticos, al leer la información periodística sobre la selección programática de la edición 52 del Festival Internacional Cervantino (FIC).

Entre esa voces de opinadores en las notas publicadas de manera previa a la edición 52 del festival hay críticas subidas de tono. Y esto se comenta entre la prensa que se apersona el primero de los fines de semana del FIC: ¿viste la nota de tal periódico, leísta la de este otro? En una de ellas, comentan los colegas, el crítico entrevistado dice algo así como que el Cervantino ha devenido en una especie de festival de pueblo rascuache. Así lo dice, rascuache.

Público en la Alhóndiga de Granitas, esperando el espectáculo.Cortesía FIC

En otra mesa de un restaurante en la ciudad de Guanajuato, a unos pasos del Teatro Juárez, se comentan conclusiones sobre cómo el Cervantino ha sido mayoritariamente, a lo largo de su historia, un festival organizado y legitimado por mentes colonizadas que piden replicar los modelos de la llamada alta cultura, que por definición tiende a denostar otras expresiones para mantener la verticalidad desde la que imperan las expresiones de raíces europeas. Y también se discute –palabras más, palabras menos– sobre cómo un cambio de visión en la programación enfocada en eso que no está legitimado como alta cultura, pues, efectivamente, resulta en un “festival de pueblo” para algunas conciencias refinadas, como el azúcar que cuando se refina luce menos revuelto, mucho más blanco.

Oaxaca invade Guanajuato

Que va durar tres horas, después se dice que cuatro. Entre los colegas de la prensa especializada reunida en Guanajuato se advierte que más vale no sorprenderse si la presentación de La Guelaguetza como acto inaugural de la edición 52 de la llamada “Fiesta del espíritu” se toma, como es normal, un puñado de horas si la intención es que los 16 pueblos originarios –u ocho regiones– y un afromexicano que irrigan la vastísima identidad cultural del estado de Oaxaca, como Invitado de Honor, se suban al escenario de la Explanada de la Alhóndiga de Granaditas.

La advertencia está hecha. Hay que prepararse, porque la temperatura comienza a bajar conforme la noche se consolida en la capital guanajuatense.

El público hace fila desde al menos dos horas antes para ingresar a las gradas de la Explanada, a la par de que, en el patio principal de la Alhóndiga, autoridades locales y federales –prácticamente todas ellas recién asumieron el cargo–, inauguran el programa de exposiciones y los actos escénicos del festival.

Público en la Alhóndiga de Granitas, esperando el espectáculo.Cortesía FIC

Ahí están la secretaria de Cultura federal, Claudia Curiel de Icaza, y la secretaria de Cultura local, Lizeth Galván Cortés; la gobernadora, Libia Dennise García Muñoz Ledo, y la presidenta municipal de la capital guanajuatense, Samantha Smith Gutiérrez, entre otras autoridades federales y locales, además de la directora del FIC, Mariana Aymerich Ordóñez.

Pero, más vale dar un salto e ir al arranque de La Guelaguetza, el número artístico, la fiesta que representa la presencia de las distintas comunidades oaxaqueñas, todo el color, el folclor el sincretismo que abrazan, la identidad que es resultado de una mezcla de procesos históricos de subordinación, mestizaje, esclavitud, marginación, y también de insubordinación, revolución, asimilación de una nueva identidad, resistencia, sobre todo eso, resistencia.

Aquí estamos, estamos vivos, estamos presentes. Gracias por tenernos aquí, visitantes nacionales y extranjeros; todos ustedes son bienvenidos en Oaxaca. Son frases como éstas las que se repiten durante la celebración de La Guelaguetza en esta ciudad, otrora territorio chichimeca.

Nube de colores… y cosmovisiones

Canastas de flores, figuras con alusiones religiosas, símbolos estelares, una estatua de la Virgen del Carmen. Es una fiesta de colores la que arranca en el escenario cervantino a cargo de la delegación del grupo de Chinas Oaxaqueñas de doña Genoveva Medina, quienes se encargan de abrir la celebración desde los años 50. Lo hacen con el baile del “Jarabe del Valle” que pone el tono de la gran celebración que arranca bajo una llamativa decoración de la tradicional “Nube de colores”, que es una composición, como su nombre lo indica, de pliegos de papel y plástica picados que cuelga y se aferran a la estructura del escenario.

Bailarinas con canastas de flores.Cortesía FIC

Después le siguen las comunidades de San Pedro Pochutla, lugar del pochote, con dulce aroma a café, el corazón de la costa oaxaqueña; San Melchor Betaza, región zapoteca, donde las leyendas y los mitos se transmiten por oralidad desde hace siglos, “donde espacio y cosmogonía coexisten sin fronteras”, y Tlaxiaco, ciudad heroica, referente de la región mixteca, cuya delegación abre su participación con el tema “Canción mixteca”, compuesta en 1912 por el oaxaqueño José López Álvarez, aquella que dice: “qué lejos estoy del suelo donde he nacido…”.

Bailarines en el escenario del FIC.Cortesía FIC

A las anteriores se sumaron Juchitán de Zaragoza, “el lugar de las flores bellas”, hogar de “tradiciones que morirán el día que muera el Sol” –declaman sus habitantes mientras se zangolotean en el escenario–, referente de celebraciones como la vela istmeña y del rito prehispánico de La Deidades del Agua, cuya delegación se llevó hasta un cocodrilo disecado.

También se baila “La danza de la pluma”, el popular ritual de penachos y sonajas ejecutado por los icónicos danzantes de Villa de Zaachila –la última capital del imperio zapoteca– en la que, cuentan los relatos orales, durante alguna época sirvió como principal medio de difusión sobre el proceso de conquista. La danza es de origen mexica-zapoteca, creada por ambas culturas como método pedagógico en el que se presentan dos grupos antagónicos, uno liderado por Moctezuma Xocoyotzin y aquél encabezado por Cortés, acompañado por Malintzin.

La danza de la pluma.Cortesía FIC

También se bailan las calendas, sones, chilenas y el carnaval de Putla Villa de Guerrero, región de la Sierra Sur del estado. Y son precisamente los tiliches, aquellos personajes traviesos con máscara de estropajo o de piel de conejo y ropas con abundantes retazos de tela, los que habitan el afiche que da identidad a la edición del FIC de este año.

Los Tiliches.Cortesía FIC

Hacia el cierre de La Guelaguetza, sale a bailar la comunidad de Pinotepa Nacional, zona en la costa sureste del estado donde la tierra se estremece, también rica en pan y pinole. Es de este pueblo que son famosos los juegos de versos sobre los roles de géneros:

Soy el gallo fino, muchachas. Cuidado tengan conmigo, porque cuando pico repito, porque traigo buen surtido, de morder desde la oreja hasta abajo del obligo”, dice él. “Te crees gallero ganón, muy finito y elegante, pues entérate, gallito, mujeriego y mal amante, que en mi corral siempre tengo otro gallo que me cante”, responde ella.

Finalmente, uno de los números, si no es que el número más popular de La Guelaguetza, salta a escena entre gritos desaforados pese a los nueve u ocho grados que ya se sienten entre las gradas. Es la actuación de San Juan Bautista Tuxtepec, al ritmo de “Flor de piña”. Todas las representantes de la comunidad, lucían huipiles de todos los colores y formas, a la vez que se mecen como hamacas con una piña al hombro.

Mujeres bailando "Flor de piña".Cortesía FIC

Mientras las y los bailarines de cada uno de los grupos se bajaba del escenario para tomar sus lugares entre el público, y en el tiempo en el que comienza la siguiente presentación, vuelan por los aires todo tipo de obsequios. Los arrojan cada una de las comunidades representadas, según los productos que consumen, como sucede en las celebraciones en la capital oaxaqueña. Se obsequian tortillas para tlayudas, dulces, manzanas con caramelo, pan, artesanías tejidas, entre otras maravillas que el público reclamaba, busca capturar en los aires y algunas veces obtiene sin desearlo, como una que otra persona que casi se descalabra con los productos lanzados, sobre todo los macizos.

Finalmente, el tiempo de duración de esta primera de tantas fiestas de Oaxaca en el FIC, dura prácticamente tres horas. Tres horas en las que la calle lateral de la explanada estuvo abarrotada por el público que no alcanzó boleto y resistió a la inclemencia del frío y la tembladera de las rodillas, después de casi 180 minutos de celebración.

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Danza de los diablos

Pero, sin duda, uno de los bailes que más destaca de la presentación de La Guelaguetza en el Cervantino es el oriundo de Santiago Llano Grande, referencia de la región afromexicana de Oaxaca, cuyo grupo de bailarines, vestidos con elegancia, de traje negro, máscaras demoniacas, de barbas largas y cuernos de animales varios, zapatean la tradicional “Danza de los diablos”, una tradición coreográfica específica del Día de Muertos en esta región negra vecina al estado de Guerrero, de la cual la música se acompaña de tres instrumentos únicos en su tipo: la charrasca, que es la quijada de un burro que se raspa a manera de güiro; el bote del diablo o arcusa, que es un bule con el parche de cuero ensartado con una vara untada con cera que al frotarla emite un sonido similar al rugido de un tigre, y, finalmente, una armónica.

Danza de los diablos.Cortesía FIC

“Hoy nos llaman ‘la tercera raíz’, y no somos más que una cruza entre español, indígena y negro cimarrón; chichirico y chincualudo, orgullosamente oaxaqueño, pero más orgulloso de ser bandeño”, dice una voz al micrófono a la vez que los diablos vestidos de negro se mecen sobre el escenario aguardando a dejar estupefacto al público con el estruendo de sus taconazos.

Entre los americanismos referidos en la frase, está chichirico, que se usa para referirse a un dandi bien vestido; chincualudo, un término que alude a una persona parrandera, y bandeño, a manera de gentilicio propio de quien vive en la costa.

Al grupo de bailarines ataviados con amenazadores cuernos se suman dos mujeres de pelo crespo sentadas sobre el suelo, en el proscenio del escenario. Una de ellas, la de vestido amarillo, desgrana un maíz, y aquella del otro extremo, de falda roja, muele en el molcajete, mientras que una tercera, ésta de pie, de pelo afro y una máscara de mujer blanca –a propósito de la blanquitud del azúcar–, con su maquillaje de rubor en las mejillas y sombras en los párpados, deambula por el escenario con una muñeca en los brazos, su hija, y a veces de aproxima al público, se sienta al borde a actuar que se levanta la blusa sin pudor, frente a todos, para amamantar a la pequeña figura de trapo, mientras que, detrás de sí, los diablos batallan para, de una vez, no dejar ni un milímetro del grueso de los tacones sobre el escenario. Una danza provocadora, diferente al resto, oscura y luminosa.

Danza de los diablos.Cortesía FIC

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Origen y sincretismo de La Guelaguetza

Si bien la tradición de La Guelaguetza se remonta a los siglos prehispánicos, la llegada del catolicismo a territorios oaxaqueños sincretizó la tradición y a ella se incorporaron elementos que hoy son inherentes de esta celebración a la multiculturalidad de los 16 pueblos originarios y el pueblo afro de la entidad.

Con la incorporación –¿o imposición?– de la idiosincrasia cristiana a las tradiciones, La Guelaguetza, otrora celebración de la Fiesta de los Señores, comenzó a celebrarse en el Cerro del Fortín, en la capital oaxaqueña, los días lunes más cercanos al 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, la cual se impuso en sustitución de la diosa Centéotl -o Cintéotl-, deidad mexica protectora del maíz y representante del espíritu de las mujeres oaxaqueñas, a quien se le solía rendir tributo para pedir por la garantía de las cosechas del maíz.

Y es precisamente así como inicia la ceremonia, con la bendición de la diosa Cintéotl, la cual es encarnada por una mujer distinta para cada ocasión, quien preside las fiestas en cuestión y cuya elección es un proceso minucioso aparte, donde se toma en cuenta la aportación de cada una de las candidatas al fortalecimiento de los pueblos y comunidades de la entidad.

Juana Hernández López fue la elegida para presidir las celebraciones de La Guelaguetza en Oaxaca y su presentación en el Cervantino.Cortesía FIC

La elegida para presidir las celebraciones de La Guelaguetza en Oaxaca y su presentación en el Cervantino, ambas ceremonias fue 2024, fue Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, en la Mixteca oaxaqueña, quien es activista, comunicadora y docente capacitadora del Instituto Nacional de Educación para los Adultos (INEA), en las materias de Español e Historia.

Estos son los detalles de una jornada de contrastes, mezcla, antagonismos, dulzura, blanquitud y tonalidades morenas, como el azúcar más común de todas.

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