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Enérgico, sin protagonismos... el árbitro de la final

El juez central no entró en polémicas.

Monterrey, NL. Fernando Guerrero endureció el rostro cuando en una transmisión que sólo pudo ver la afición que estaba en el Estadio de Monterrey se le miró en el túnel que lleva a la cancha, sitio en el que dejó claro que, al menos el tener la autoridad dentro de la cancha no le impide ser educado y extender la mano a cada uno de los 22 jugadores que iniciaron la final del Clausura 2016.

Apenas ingresó a la cancha en la ceremonia de la Liga MX previa al duelo, al juez central de la final se le vio esbozar una sonrisa, muy lejana a la que se permitió mostrar dos horas antes del partido cuando, trajeado, recorrió el terreno de juego y repartió abrazos, saludos y se cansó de tomarse selfies con la gente fuerte de la Comisión de Árbitros. Héctor González Iñárritu y Gilberto Alcalá, sus jefes, no se salvaron de su optimismo y el flash de su cámara.

Pero el momento de permitirse hacer públicas sus emociones terminó, y desde que apareció con su uniforme para el volado su rostro fue amable, pero serio, dejando claro quién iba a llevar las riendas del compromiso.

Con esa misma cara, que nunca tuvo que adoptar la forma de un tirano o dictador, mostró cómo iba a manejar el partido, cuando en la primera falta del compromiso pintó de amarillo a Rodolfo Pizarro por una patada sobre el rostro de Walter Ayoví. Pero el hombre que anoche vistió de verde no sólo tuvo para marcar a favor de los locales.

Guerrero también fue enérgico para pintar de amarillo a Dorlan Pabón por un empujón sobre la espalda de un Tuzo, y también para mandar de regreso a los Rayados, que apoyados por más de 50,000 gargantas, exigían tarjetas por faltas por el tiempo que consumía su rival.

Sobra decir que en cada una de esas negativas todo el estadio se le fue encima, y él permaneció sin siquiera mostrar un rostro que denotara nerviosismo.

Anoche, al silbante no le tembló la mano ni siquiera cuando tuvo que dejar en evidencia a su asistente, que había errado al dar un saque de manos para los Tuzos, cuando todo el estadio se había percatado que la pelota la tenía que mover Rayados. Con calma, pero con decisión, el árbitro tuvo que contradecir a su juez de línea.

Con esa autoridad, que jamás llegó a ser desbordada y que siempre demostró respeto a los futbolistas, Fernando Guerrero continuó llevando la final, misma en la que quizá sí tuvo alguna decisión incorrecta, pero que desde el punto arbitral será recordada por haberla llevado sin protagonismos ni actitudes que en muchas ocasiones pueden sacar de balance a los protagonistas de este deporte.

carlos.herrera@eleconomista.mx

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