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Economía

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25N: La violencia económica también es violencia; las mujeres en el mercado laboral pospandemia

De acuerdo con cifras de la ENOE (Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo) del Inegi, las mujeres perciben menores salarios y sueldos por el mismo trabajo que los hombres, presentan mayor incidencia de ocupación en puestos no calificados aún cuando sí tienen estudios profesionales, ocupan apenas 30% de las plazas mejor pagadas y realizan casi todo el trabajo de cuidados y del hogar (pagado y no pagado).

Ilustración: Nayelly TenorioIlustración: Nayelly Tenorio

El 25 de noviembre es el Día Internacional de Eliminación de la Violencia contra las Mujeres y Niñas y hasta el 10 de diciembre (el Día de los Derechos Humanos) se celebran 16 días de activismo colectivo y global para visibilizar y erradicar todas las expresiones de violencia de género.

Cuando se habla de violencia contra mujeres y niñas, no sólo se ponen sobre la mesa los feminicidios, las agresiones sexuales y físicas o el acoso en las calles, las redes sociales o incluso en el trabajo. Las desigualdades y la discriminación también son una forma de violencia y, de hecho, persisten fortaleciendo las estructuras sistemáticas que producen que todos los días entre 9 y 11 mujeres sean asesinadas en México.

Estas desigualdades se pronunciaron de manera importante con la pandemia Covid-19 y aunque gran parte del mercado laboral se ha reactivado en materia de género todavía quedan algunos pendientes. De acuerdo con cifras de la ENOE (Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo) del Inegi, las mujeres perciben menores salarios y sueldos por el mismo trabajo que los hombres, presentan mayor incidencia de ocupación en puestos no calificados aún cuando sí tienen estudios profesionales, ocupan apenas 30% de las plazas mejor pagadas y realizan casi todo el trabajo de cuidados y del hogar (pagado y no pagado).

En promedio las mujeres trabajan 60.5 horas a la semana, tanto en actividades económicas como no económicas, mientras que el promedio para los hombres es de 51.4; situación que refleja una brecha de casi 10 puntos, de acuerdo con las cifras de la ENOE actualizadas al tercer trimestre del 2021.

Pero la cosa se pone peor para las mujeres que no son económicamente activas, que trabajan en total 34.6 horas a la semana, mientras que los hombres en la misma condición laboran 18.4 horas.

Pero que trabajen más no significa que les paguen más. Las trabajadoras industriales, artesanas y ayudantes enfrentan una brecha salarial de 20%, mientras que las profesionistas, técnicas y trabajadoras del arte ganan 18% menos que sus pares masculinos, las funcionarias y directivas de los sectores público, privado y social 17% menos.

Aunque ligeramente menor, estas brechas salariales persisten en otros sectores productivos como el comercio, la educación, la salud y servicios sociales e incluso en las tareas de seguridad pública y vigilancia.

Estos números reafirman lo que se ha estudiado por especialistas, activistas y organizaciones desde hace ya algunos decenios: las mujeres ya pueden estudiar y trabajar pero eso no se ha traducido en una repartición equitativa del otro trabajo, el del hogar, el no remunerado. Adicionalmente, las mujeres que logran insertarse en el mercado laboral remunerado siguen enfrentando discriminación y oportunidades desiguales.

El trabajo del hogar remunerado

Otra de las problemáticas persistentes, que no ha quedado atrás aún con la recuperación económica después de la Covid-19, es la desocupación y vulnerabilidad de las trabajadoras domésticas remuneradas.

Desde antes de la pandemia, esta ocupación ya era una de las tareas más importantes en materia de derechos laborales y protección social: casi el 95% de estos empleos los ocupan mujeres y más del 90% de ellos se da de manera informal.

Esto significa que casi el total de las trabajadoras del hogar en México no tienen contratos, seguridad social, acceso a instituciones de salud, aguinaldo, vacaciones o alguna protección o garantía laboral. En muchas ocasiones ni siquiera tienen garantizados sus ingresos porque dependen de la oferta laboral de sus empleadores.

En otras situaciones, las trabajadoras del hogar están en situaciones de “planta”, una situación aún más alarmante; que implica que no tienen horarios laborales establecidos, límites en las tareas a realizar o incluso no tienen derecho a la desconexión.

Pero aún con todas estas vulnerabilidades laborales, muchas mujeres acceden a estos empleos porque es la única posibilidad de generar ingresos: más del 30% de las trabajadoras remuneradas del hogar es la jefa de familia del hogar donde viven. Y en promedio ganan entre 1 y 2 salarios mínimos, de acuerdo con cifras de la ENOE.

Siguiendo los datos del Inegi se observa que en comparación con el mismo lapso del 2019, antes de la pandemia, ahora hay 262,439 menos población ocupada en el trabajo doméstico remunerado. Adicionalmente, no se reportan incrementos en otras modalidades de la informalidad o sectores económicos, lo que no sugiere que estas trabajadoras y trabajadores podrían haber mudado a alguna otra ocupación remunerada.

Las vulnerabilidades en el empleo y el tiempo libre producen brechas importantes en los ingresos y en la capacidad de acceder a la cultura, la recreación, la educación o el esparcimiento. Las mujeres, en general, enfrentan obstáculos importantes para alcanzar la independencia económica, liderar proyectos propios y equilibrar sus vidas personas con el crecimiento profesional, para las mujeres indígenas, negras, transexuales o rurales la situación es peor.

Erradicar la violencia también implica erradicar todos los estereotipos y discriminaciones por género que refuerzan las estructuras bajo las que las agresiones a mujeres y niñas se profundizan.

ana.garcia@eleconomista.mx

Economista por la Universidad Nacional Autónoma de México. Periodista especializada en género, derechos humanos, justicia social y desarrollo económico.

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