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Ucrania y el gas natural licuado: crisis y oportunidad
Con una declaración conjunta realizada el viernes 27 de enero de 2022, la presidenta de la Comisión Europea (CE) y el presidente de Estados Unidos salieron al paso de las amenazas de Rusia en las fronteras de Ucrania reforzando su alianza energética para garantizar un suministro “continuo, suficiente y oportuno” de gas al bloque comunitario en caso de una crisis, como un eventual ataque de Moscú a Kiev.
El problema de la UE es que depende en gran medida de las importaciones de gas procedentes de Rusia, que aglutina el 41 % de ellas. Diversificar su cartera y reducir la dependencia del gas ruso es uno de los grandes objetivos que se ha marcado la UE desde hace tiempo. Actualmente, Washington es el mayor proveedor de la UE de gas natural licuado (GNL), un combustible que en el corto plazo puede reforzar la seguridad de suministro y al mismo tiempo permitir la transición hacia emisiones cero.
Producción y consumo en Estados Unidos y la UE
Las cifras del gas natural (GN) aturden por su magnitud. El promedio de reservas comprobadas del mundo se estima en 198,8 billones de m³. Traducidas a reservas potenciales, se aproximan a 400 trillones de m³ (figura 1).
En 2019, último año con datos consolidados, se produjeron en el mundo 3 989 Mm³ (Mm³ = millardo de m³). El mayor productor fue Estados Unidos (921 Mm³; 23 % de la producción mundial) seis puntos más que Rusia (17 %). Los estadounidenses consumieron ese año 846 Mm³ y dejaron el excedente (75 Mm³) para la exportación (figura 2).
Ese consumo doméstico extraordinariamente elevado obedece a que el exceso de oferta de la industria gasística estadounidense provoca que los consumidores paguen unos precios muy por debajo de la media mundial que han amenazado con el colapso de la industria si no aumentan las exportaciones y disminuye la oferta doméstica. Eso explica también que, por imposibilidad de uso, en Estados Unidos cada año las antorchas altamente contaminantes queman en los propios yacimientos unos 140 Mm³ de gas natural, y por qué los productores de gas de Estados Unidos han estado en peligro de morir de éxito.
Si unimos excedentes y gas quemado en yacimientos, Estados Unidos podría exportar cada año más de 200 Mm³, un volumen desmesurado que, por ponerlo en contexto, supone casi seis veces el consumo de España en 2019 (36 Mm³). Es una exportación que, insisto, Estados Unidos podría aumentar cerrando un poco el grifo de la oferta doméstica.
Por su parte, la UE produce cada año 63,3 Mm³, y consume 395,9, lo que significa que cada año la demanda de gas natural supera la producción doméstica en 295 Mm³ y supone una factura de unos 40 000 millones de dólares, el 23 % del coste de sus importaciones totales de energía. El 60 % de esa demanda podría ser cubierta teóricamente con importaciones desde Estados Unidos.
Aunque el volumen importado desde Estados Unidos fuera necesariamente menor (hay otros países, sobre todo asiáticos, que dependen de las importaciones de ese país), la UE no tendría dificultad alguna en completar las importaciones estadounidenses con sus proveedores actuales, excluyendo a Rusia (43 % de las importaciones europeas) y potenciando otras fuentes, sobre todo de países de la cuenca del Mediterráneo cuyo potencial productivo supera enormemente a la demanda.
Por su parte, en Estados Unidos estarían encantados. Miran a Europa como uno de sus clientes preferidos al ser la rentabilidad de los envíos de gas superior a la que le reportan otros mercados. El retorno al contado es de 52,53 dólares por millón de unidades térmicas británicas en el caso de Europa mientras que para Asia se sitúa en torno a los 43,8 dólares.
Gasoductos
Fue en China, alrededor del año 900 antes de nuestra era, cuando se empezó a conducir gas natural a muchos kilómetros de distancia utilizando tuberías de bambú selladas con barro. Casi tres mil años después, el primer gasoducto moderno del mundo se inauguró en Argentina en 1949.
A medida que los gasoductos comenzaron a perfeccionarse, se tendió una tupida red principalmente a escala continental (pero también intercontinental en el caso de continentes separados por distancia relativamente cortas, como el norte de África y el sur de Europa) y el gas natural pasó a ocupar una porción cada vez más relevante en el suministro energético mundial (figura 3).
Unos inventos decimonónicos
El tráfico comercial de gas estuvo restringido durante mucho tiempo al transporte por gasoducto, lo que dejaba aislado al gas extraído en otras regiones muy alejadas de los centros de consumo o rodeadas por mares. Las cosas cambiarían en el siglo XIX gracias a las leyes formuladas antes y durante un tiempo en el que el mundo asistió a una producción científica sin precedentes.
La ley experimental de los gases, una ley que combina las de Robert Boyle (1627-1691), Jacques Charles (1746-1823) y Joseph-Louis Gay-Lussac (1778-1850), vino a demostrar las relaciones de presión, volumen y temperatura con el estado de los gases. Ahora tocaba pasar de la teoría a la práctica. Eso es precisamente la tarea que absorbió a Michael Faraday (1791-1867).
En 1823, Faraday se interesó en la posibilidad de licuefacción de los gases, asunto que estaba lejos de ser claro, y emprendió una serie de experimentos que constituyen el primer intento sistemático de investigar la cuestión. Sus conclusiones demostraron que, a presión atmosférica, cuando el gas natural se enfría a -161 ℃ se convierte en líquido y se puede manejar como tal.
En 1895 el inventor alemán Karl von Linde (1842-1934) logró licuar aire comprimiéndolo primero y luego dejándolo expandirse rápidamente, enfriándolo.
En 1870 Linde construyó la máquina de absorción, es decir, el frigorífico (figura 4). Para licuar el aire, utilizó un método basado en los trabajos de otros dos físicos novecentistas, James Prescott Joule (1818-1889) y William Thomson (1824-1907), y la introducción de la técnica de contracorriente.
El aire es aspirado por la máquina, donde se comprime antes de enfriarse para a continuación ser descomprimido, punto en el que se enfría. En la contracorriente intercambiadora de calor, el aire que ya se ha enfriado se emplea para enfriar más el aire comprimido, que se enfría de nuevo con la siguiente entrada de aire. La continua repetición del proceso conduce a una mayor reducción de la temperatura hasta que el aire se licua.
Buques metaneros
Cuando el gas natural se presuriza hasta alcanzar su temperatura de licuefacción y se transforma en gas natural licuado, ocupa un volumen aproximadamente 600 veces menor que en fase gaseosa. Esto permite su transporte y almacenaje en buques cisterna, también llamados buques metaneros, porque el gas natural es esencialmente eso, metano.
Un buque metanero medianamente grande que tenga una capacidad de 100 000 m³ puede transportar 60 millones de m³ de GNL. Para situar las cosas en perspectiva, en España se consumen anualmente unos 36 Mm³ de gas natural, lo que quiere decir que se requerirían 600 viajes de uno de esos buques para suministrar nuestro consumo anual.
El gas natural licuado es una alternativa al transporte de gas natural por gasoductos. A medida que aumenta la distancia a la que debe ser transportado el gas, disminuyen las ventajas económicas del gasoducto frente al GNL. Los costes de capital y operativos del gasoducto crecen exponencialmente con su longitud, mientras que un sistema de gas natural licuado tiene una sola componente variable con la distancia: el transporte marítimo, tradicionalmente mucho más económico por mc transportado.
Por esa razón, se admite que para distancias por encima de los 1 000 kilómetros y caudales superiores a los 15 millones de m³ por día, el GNL es competitivo frente a los gasoductos. Sin embargo, esa afirmación general no tiene en cuenta costes adicionales tales como cruces de ríos, montañas, bosques, etc., en el caso de los gasoductos. Ni la necesidad de construir buques y costosas instalaciones portuarias en el caso de las terminales de gas natural licuado.
Los proyectos de GNL son técnicamente muy complejos, exigen largos tiempos de construcción y requieren varios miles de millones de euros de inversión. Una inversión que España tiene amortizada, porque dispone de seis regasificadoras activas con una capacidad de recepción de 60 Mm³, lo que supone el 36,5 % de la capacidad de regasificación de Europa. De hecho, en el último mes de 2021, el 31,2 % del gas importado en España se hizo a través de gasoducto y el 68,8 % restante como GNL, en el que se incluyen socios energéticos tan alejados como Australia.
Decía John Fitzgerald Kennedy que los chinos utilizan dos pinceladas para escribir la palabra crisis. Una pincelada significa peligro, la otra oportunidad. Según Kennedy, en una crisis hay que tomar conciencia del peligro, pero también reconocer la oportunidad. En la actual crisis de Ucrania, Estados Unidos ha encontrado la oportunidad de colocar en Europa sus colosales excedentes de gas natural. En España, Enagás, principal gestor de las estaciones regasificadoras, se frota las manos.
Manuel Peinado Lorca, Catedrático de Universidad. Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá., Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.