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El próximo problema que tendrán las petroleras
El anuncio de Woodside Petroleum, respecto de aplazar el proyecto de gas natural licuado, valorado en 40,000 millones de dólares, refuerza la sensación de zozobra.
Aunque es un paso en la buena dirección en relación a la futura producción, la decisión seguirá sin aportar equilibrio al mercado. Esta medida llega días después de la primera remesa de gas de otro yacimiento australiano, Gorgon, un proyecto gestionado por Chevron y que cuenta como socios a Shell y Exxon Mobil. Los bajos precios suponen un riesgo para cualquier productor de materias primas. Y representan un problema sobre todo para las empresas que realizan grandes inversiones que pueden tardar décadas en recuperar. Ese es el motivo por el que, antes de comprometerse, los inversionistas que aportan el capital y un nivel considerable de deuda en proyectos de GNL necesitan ver sobre la mesa contratos a largo plazo, a menudo vinculados a los precios del crudo a largo plazo.
El año pasado, un analista de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) advirtió de que, con el precio del crudo a 60 dólares el barril, habrá unos 200,000 millones de dólares derivados de proyectos de GNL en Australia que no resultarán rentables para los inversionistas. Hace solo un par de años, todo parecía favorecer a proyectos como el Gorgon, que por entonces lo gestionaba Woodside con Shell y BP como principales inversionistas. La demanda de GNL crecía a gran velocidad, sobre todo en mercados como China e India. Ahora en cambio, el exceso de capacidad coincide con una ralentización de la demanda en China.
En relación a los proyectos de GNL ya completados o en desarrollo, y antes de conocerse las noticias de Browse, analistas de Citigroup calcularon que el mercado global tendría un excedente de reservas de 28 millones de toneladas métricas en 2018, y que no alcanzaría el equilibrio antes de 2021. El mercado global de GNL sumó un total de 250 millones de toneladas el año pasado. Y esos cálculos de exceso de suministro no incluyen proyectos en perspectiva que probablemente salgan adelante, varios de ellos en Estados Unidos, donde los precios se aproximan a mínimos de 17 años. También asumen un incremento bastante fuerte de la demanda. Por ejemplo, en la cuenca del Pacífico los analistas prevén un crecimiento compuesto anual del 8% en la próxima década.
Si el mercado al contado y los precios del crudo fueran el único problema, los inversionistas en grandes proyectos de GNL no estarían en semejante problema. Por desgracia, los contratos a largo plazo firmados en épocas de bonanza, a los que se consideraba intocables, están sufriendo presiones. Ahora que el mercado se ha recuperado de los problemas de oferta posteriores al desastre de Fukushima, los países con una creciente dependencia de las importaciones empiezan a utilizar su poder de negociación. En diciembre, por ejemplo, el importador indio Petronet LNG negoció un nuevo precio para un acuerdo a 25 años con la qatarí RasGas. Con ello, rebajó sustancialmente el precio que paga. Y el mes pasado, el presidente de China National Petroleum anunció que su compañía podría renegociar los actuales contratos a largo plazo.
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