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El 2020 y el velo de la incertidumbre
2019 fue de menos a menos en lo que se refiere a las perspectivas económicas globales (2018 ya supuso una rebaja). Entre enero y octubre, BBVA Research rebajó 0.3 pp su previsión de crecimiento mundial para 2019 y 2020, hasta 3.2% y 3.1% respectivamente, medio punto menos que el promedio de 2011-2018. Un diagnóstico que se resumió en octubre al presentar la actualización trimestral del escenario señalando: “Se refuerzan las perspectivas de desaceleración de la actividad económica global, en un entorno cada vez más incierto y marcado por las tensiones comerciales”.
Este deterioro es resultado de una combinación de factores en los que pesan más los negativos, sin que las políticas de demanda hayan podido compensar su impacto. Así, los bancos centrales de las economías más importantes del mundo (EE.UU., China, área del euro, Japón, India) aprovecharon el margen de maniobra de la ausencia de tensiones inflacionistas para recortar los tipos de interés.
A la vez, las políticas fiscales apostaron por el impulso a la actividad, como refleja el aumento —corregido del efecto del ciclo— de los déficits públicos primarios de esas mismas economías entre 2016-2017 y 2018-2019 —excepto en Japón—. Pero a pesar del impulso combinado, no coordinado, las perspectivas de crecimiento empeoraron.
Es un lugar común achacar a la incertidumbre el deterioro del panorama económico, pero la primera necesita definirse para calibrar su impacto.
No hay que confundir incertidumbre con volatilidad financiera: el aumento de los balances de los bancos centrales trajo el desacoplamiento de volatilidad, anclada en niveles bajos en los últimos años, e incertidumbre económica, al alza en el mismo periodo.
Este concepto vagamente definido se trata de medir con el análisis masivo de palabras, con su rastreo en medios de comunicación, redes sociales, comunicados al público de bancos centrales o a los reguladores por parte de empresas cotizadas.
Se buscan palabras como “incertidumbre” y “economía”, y cualesquiera otras más específicas: “guerra comercial”, “política económica”, “Brexit”, “geopolítica”, “elecciones”, etc. Todo lo que se considere relevante en cada momento para señalar “incertidumbre”.
Con todo, que el deterioro del crecimiento global se acumule en inversión empresarial y en gasto de consumo duradero, a la vez que los bancos centrales tratan de anclar los costes de financiación en niveles extraordinariamente bajos, hace plausible que la “incertidumbre” sea un factor muy relevante en el escenario actual.
Una incertidumbre que puede ser simplemente reflejo de las dudas sobre las propias expectativas de crecimiento: es difícil distinguir si lo que se mide con indicadores de incertidumbre al uso, independientemente de su apellido (el desenlace del “Brexit”, las políticas que salgan de las “elecciones”, o las que resulten del “cambio climático”), es realmente el grado de certeza sobre el crecimiento esperado. Así, es reseñable la creciente correlación entre proxies de incertidumbre económica, como los conocidos ”Economic Policy Uncertainty Index” de Baker, Bloom y Davies, y las sorpresas en indicadores de actividad en Europa o EU.
En lo que sí ha habido un genuino deterioro de las condiciones para el crecimiento es en el comercio bilateral entre EU. y China. Aun llegando a buen puerto el acuerdo preanunciado, ya un avance, los aranceles en vigor desde febrero de 2020 a las importaciones chinas serán del 19.3%, 6 veces más altos que 3.1% de enero del 2018. Y más en general, se puede estar ante un cambio de paradigma en las relaciones económicas en las que la eficiencia de las cadenas globales de valor es un objetivo secundario frente a maximizar la actividad y el empleo doméstico, en un proceso en el que el desacoplamiento de las economías puede llegar a ser una tendencia global.
En resumen, cisnes negros aparte, el 2020 será un año cuyo devenir vendrá marcado por unas políticas de demanda que seguirán tratando de rasgar el velo de la incertidumbre con unas condiciones financieras lo más laxas posibles, aumentando la demanda con apoyo público donde esto sea factible (y haya voluntad política), y en el que sería necesaria una gobernanza de las relaciones económicas internacionales que vuelva desde el bilateralismo al multilateralismo con reglas. Todo ello para que dentro de un año podamos decir que 2020 fue de menos a más.
* Economista Líder del área de Modelización Económica y Análisis de Largo Plazo de BBVA Research.