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El desafío de la Inversión Extranjera Directa de la OMC
El Acuerdo sobre Facilitación de Inversiones para el Desarrollo de la Organización Mundial del Comercio proporciona a los países en desarrollo herramientas prácticas y efectivas para atraer IED. Pero también representa una prueba crucial para la OMC en un momento en el que el orden multilateral está bajo creciente presión
NUEVA YORK. Todos los países están ansiosos por atraer Inversión Extranjera Directa (IED) y con buenos motivos. La IED facilita los ingresos de capital, crea empleos, impulsa el desarrollo de capacidades y facilita las transferencias de tecnología, lo que acelera el crecimiento económico y permite que los países receptores accedan a los mercados globales.
Pero la competencia global por la IED es feroz. Para atraerla, los gobiernos de todo el mundo han liberalizado sus políticas de inversión extranjera, creado agencias de promoción de las inversiones y brindado numerosos incentivos a las empresas multinacionales. Hoy, la Organización Mundial del Comercio está a punto de introducir un nuevo mecanismo para facilitar los flujos de IED: el Acuerdo sobre Facilitación de las Inversiones para el Desarrollo (AFID).
El concepto de un mecanismo de facilitación de las inversiones se propuso por primera vez en 2015. Después de años de preparativos, los miembros de la OMC iniciaron negociaciones en septiembre de 2020, con los países en desarrollo a la cabeza. Más de 120 países firmaron el texto del AFID en noviembre de 2023, un plazo acelerado que enfatiza la necesidad urgente de los países en desarrollo de atraer IED y así alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Modelado con base en el Acuerdo sobre Facilitación del Comercio de la OMC, el AFID apunta a ofrecerles a los países en desarrollo herramientas prácticas para mejorar su clima de negocios y facilitar los ingresos de IED.
Los determinantes esenciales de la IED se pueden desglosar en tres categorías principales. La primera incluye factores económicos cruciales, como el tamaño del mercado doméstico, el ritmo del crecimiento del PIB y la calidad de la infraestructura local. La segunda categoría abarca la legislación y la regulación, que deben ser suficientemente permisivas como para atraer a las empresas extranjeras y, al mismo tiempo, proteger los intereses de desarrollo de los países anfitriones. La tercera categoría incluye los esfuerzos por promover las oportunidades de inversión y respaldar a los inversores internacionales en la gestión de sus proyectos.
Si bien la mejoría de las condiciones económicas muchas veces es un proceso de largo plazo, lograr que el marco regulatorio sea más eficiente y fortalecer la promoción de las inversiones —los dos determinantes de la IED que apunta a abordar el AFID— es algo que se puede hacer en relativamente poco tiempo. El AFID, de manera crucial, evita cuestiones sensibles como el acceso a los mercados, la protección y los procedimientos de resolución de disputas entre el Estado y los inversores. Por el contrario, se centra en cuatro áreas esenciales: transparencia, procedimientos administrativos, regulación doméstica y sustentabilidad. Para mejorar la transparencia, por ejemplo, el acuerdo alienta a los países participantes a crear un portal de información único en el cual se publiquen todas las leyes y regulaciones relacionadas con la IED. Esto haría que las partes interesadas y los potenciales inversores puedan acceder fácilmente a la información.
El AFID ofrece herramientas para optimizar y acelerar los procedimientos administrativos específicos como los procesos de autorización regulatoria, las apelaciones y las revisiones periódicas. Alienta la cooperación entre autoridades domésticas competentes y establece un foro global para promover las mejores prácticas, impulsando así la cooperación transfronteriza. Para garantizar una inversión sustentable y ayudar a las economías en desarrollo a alcanzar los ODS, el AFID incluye estipulaciones centradas en una conducta empresarial responsable y medidas anticorrupción.
Asimismo, el AFID ofrece flexibilidad a los países en desarrollo, permitiéndoles determinar el ritmo al cual implementan las reformas, extienden los plazos de implementación, exigen periodos de gracia y acceden a asistencia técnica, adaptándose así a sus circunstancias y necesidades únicas. Al adoptar el AFID, los gobiernos participantes dan señales de su compromiso con la implementación de reformas domésticas y la mejora de su atractivo como destino de inversión.
Pero las economías en desarrollo, particularmente los países más pobres del mundo, requieren un respaldo internacional para alcanzar estos objetivos. Con ese fin, el AFID incluye un mecanismo de evaluación de las necesidades destinado a identificar y ofrecer la asistencia técnica necesaria. Varios países, entre ellos Dominica, Ecuador y Granada, ya han iniciado este proceso con el apoyo del Centro de Comercio Internacional de las Naciones Unidas y el Banco Interamericano de Desarrollo. Dado que el AFID les ofrecería a los gobiernos participantes ventajas comparativas importantes, los miembros de la OMC que todavía no se han sumado deberían hacerlo.
Si bien las negociaciones para el AFID han concluido, falta un paso esencial: integrar el acuerdo al reglamento de la OMC. Esto exige un consentimiento unánime de los 164 miembros de la OMC. Pero como el AFID no impone ninguna obligación a los no participantes, permitiéndoles al mismo tiempo beneficiarse de las medidas de facilitación de las inversiones implementadas por los países participantes, no hay razones sustanciales para oponerse a la adopción del acuerdo.
En consecuencia, la OMC puede y debería respaldar el AFID en la Reunión Ministerial de la organización en Abu Dabi el 26-29 de febrero. Los países miembro deben aprovechar esta oportunidad para adoptar un instrumento que ofrezca un amplio rango de herramientas prácticas y efectivas para ayudar a los países a atraer IED y fomentar el desarrollo sostenible.
El AFID también representa una prueba crucial para la OMC. ¿El organismo de comercio global puede cumplir con las expectativas de una mayoría de sus miembros, particularmente los países en desarrollo? ¿Puede operar de manera efectiva en un momento en el que el orden multilateral está cada vez bajo más presión? La reunión en Abu Dabi brindará respuestas a estos interrogantes, para mejor o para peor.
El autor
Karl P. Sauvant es miembro sénior del Centro Columbia para la Inversión Sostenible en la Universidad de Columbia.
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