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En la Convención Demócrata no espere oír el nombre del Mayo Zambada
Hoy 19 de agosto, en la ciudad de Chicago, está empezando la Convención Nacional Demócrata. Estas convenciones políticas antes era el sitio en el que los dos partidos principales de Estados Unidos debatían ideas, planteaban plataformas políticas y peleaban por los mejores candidatos para implementarlas.
Pero eso es mucho trabajo, es muy complicado, demasiado caro, y al final era muy difícil que con tantas divisiones y desacuerdos los políticos salieran fortalecidos.
La última vez que los demócratas enfrentaron una convención con peleas reales, y competencia reñida y contenciosa, por ver quien acumulaba más delegados, fue en Nueva York, en agosto de 1980. En la convención, Jimmy Carter le ganó estrechamente a Teddy Kennedy y se quedó con la nominación.
Ese noviembre Ronald Reagan que había ganado la nominación republicana terminaría ganando la elección humillando a Carter. La duda siempre quedó de que hubiera ocurrido si Teddy hubiera ganado, si Reagan lo hubiese podido vencer. El acceso al aborto fue el tema principal en esa convención.
Cuatro años antes, en 1976, Reagan había hecho historia también. Durante la Convención Nacional Republicana se marcó la última vez en que hubo una convención con una pelea abierta entre los candidatos, para acumular el mayor número de delegados. Reagan parecía ser el ganador, pero en los últimos minutos Gerald Ford le quitó 117 delegados y Reagan perdió. Ford fue el candidato, y Jimmy Carter que era el desconocido gobernador de Georgia lo derrotó. El tema central en esa convención fue el anticomunismo republicano contra La Unión Soviética.
Los demócratas tuvieron su primera convención presidencial demócrata en 1832. Andrew Jackson fue nombrado candidato del partido. La primera convención republicana tuvo lugar en 1856, y el senador John Fremont obtuvo la nominación del partido. Hoy nadie lo recuerda porque perdió ante James Buchanan. El tema principal era la división entre norte y sur por determinar si los negros seguirían siendo esclavos. Buchanan no pudo arreglarlo y eso llevó a Estados Unidos a la guerra civil en 1860.
Hoy los demócratas viven un momento único en su historia. Hace un mes eran un partido en decadencia y sumido en la desesperación de una derrota segura con Joe Biden como candidato. De repente se transformaron en una fuerza nacional incontenible con jóvenes, con mujeres, afroamericanos, latinos y gente LGTBQ, excitados, emocionados, determinados y dispuestos a hacer papilla a Donald Trump, su candidatura y sus políticas públicas de extrema derecha.
Si usted los ve esta semana se dará cuenta de que esta vez parecen invencibles. Pero… No se vaya usted con el engaño, faltan aún septiembre y octubre y eso es una eternidad en política estadounidense. Aquí las cosas cambian de un segundo al siguiente.
Solo recuerde que hace un mes el imparable era Donald Trump.
Hoy los demócratas tienen mucho que plantear, y aunque el aborto extrañamente es otra vez un tema importante, su principal discurso es sobre la economía, y la falta de oportunidades para la clase trabajadora.
Los vicepresidentes como Kamala Harris tienen un reto enorme, son muy famosos, pero nadie en realidad los conoce. En esta convención, Kamala tendrá que definirse y en el proceso demonizar a Trump, como él la demoniza a ella.
En México, mientras, me divierte que todos los días la comentocracia habla de las consecuencias políticas que tendrá la captura del Mayo Zambada en las elecciones de Estados Unidos.
Déjenme sacarlos del error. Nadie habla del Mayo Zambada en las campañas estadounidenses. Aquí el Mayo y el Chapo junior no son celebridades, son criminales. No espere usted escuchar sobre estos dos narcos en esta convención. Tampoco espere usted que Kamala Harris los use para presumir que fue el gobierno actual quien los capturó.
La semana pasada les conté como en las campañas republicanas tampoco están hablando de este tema.
Eso no significa que estas figuras no vayan a ser relevantes… lo serán, pero cuando empiecen sus juicios y en las cortes empiecen a contar quienes han sido sus socios en el gobierno mexicano.
La visión demócrata y republicana sobre los carteles no es muy distinta. Los republicanos hacen más alharaca que los demócratas, pero al final el narcotráfico es tratado igual por los dos partidos.
El 6 de mayo del 2010, Jorge Castañeda, ex secretario de Relaciones Exteriores de México y uno de los mexicanos que mejor entiende la dinámica estadounidense hacia México y los mexicanos, escribió en un documento para el Instituto Cato en Washington.
“México tiene un ejército que no está preparado para librar una guerra contra las drogas y una fuerza policial que no está dispuesta a hacerlo. La alternativa que queda es Estados Unidos, pero esa opción es bastante complicada. Históricamente, México siempre ha querido el apoyo de Estados Unidos a los esfuerzos de aplicación de la ley, y Estados Unidos ha estado dispuesto a brindar ese apoyo. El problema es que México lo quiere en términos que le convengan a México y no en términos que le convengan a Estados Unidos”.
Catorce años más tarde el problema de los carteles aumentó en México a cifras que son difíciles de creer. Anne Milgram, la jefe de la administración contra las drogas, en julio le dijo al Congreso que las dos organizaciones criminales más poderosas de México, el cártel de Sinaloa y el cártel Jalisco Nueva Generación, tenían casi 45,000 miembros, asociados, facilitadores e intermediarios en más de 100 países.
El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, un frecuente escéptico de las políticas de drogas de Washington, se burló de las cifras.
Pero los investigadores estadounidenses que analizan estadísticas sobre encarcelamiento y víctimas durante la última década citan un panorama muy fragmentado en México con cerca de 150 cárteles. Pero tome en cuenta que muchos de estos grupos, más que carteles son pequeñas bandas regionales que no están necesariamente afiliadas a sindicatos transnacionales sofisticados pero que cuentan por su gran actividad criminal, que incluye, secuestros y todo tipo de extorsiones al comercio, a la industria y, a todo el pobre infeliz que muestre algún signo de prosperidad en México.
Catorce años más tarde de lo que nos dijo Castañeda en 2010, según lo que le dijo la DEA al Congreso, el estimado es que en México hay más de 175,000 "miembros activos de los cárteles" y esto incluye tanto a empleados de tiempo completo como ocasionales. Se incluyen campesinos que cultivan amapola, opio y adormidera, hombres armados que custodian laboratorios de metanfetamina y fentanilo, y jefes que dirigen redes globales de contrabando.
Kamala Harris es muy distinta a Joe Biden. Los años de senador hicieron al presidente actual un negociador que prefiere llegar a acuerdos sobre problemas complejos. Si Harris llega a la Casa Blanca, espere usted que para imponerse y asegurar que tendrá respeto y obediencia durante su presidencia, ella haga lo mismo que hizo como Procuradora de Justicia de California; le caerá como tonelada de ladrillos a quien desafíe su poder.
La próxima elección va a coincidir con los juicios a Joaquín Guzmán López en Chicago y a Ismael Zambada en Nueva York. Lo que salga de esos juicios va a tener que mover la mano del próximo presidente de Estados Unidos. El nuevo gobierno mexicano va a encontrarse con funcionarios que ya conoce en el caso de que gane Kamala.
Lo mismo ocurriría en caso de que Trump gane.
Por eso que en las campañas hoy no se hable de los carteles, las muertes por fentanilo, y el crimen que ha rebasado al poder del estado mexicano, no quiere decir que eso esté ausente de la atención de Washington. Es simplemente que no es tiempo para hacerlo solo tema de campaña. No, ya no.
La situación aquí se ve con mucha preocupación. Nadie está dispuesto a tener como vecino un país en el que el poder del Estado está en manos de criminales.
Escuché a una analista mexicana decir que mucho de la información verdaderamente comprometedora quedará en los anales secretos de los juicios al Mayo y a Guzmán junior. Otra vez error de apreciación, los juicios en Estados Unidos son todos abiertos, espere usted escuchar cosas increíbles, o escuchar nada en absoluto.
Algo como lo que ocurrió con Genaro García Luna, que obviamente tuvo muchas razones para sellarse la boca y no acusar a quienes, durante el tiempo que sirvió en el gobierno federal mexicano, fueron sus asociados. García Luna será condenado dentro de unos días a cadena perpetua. Él tuvo sus razones para como los soldados romanos tirarse sobre su propia espada, y prefirió vivir los próximos 30 o 40 años en una celda de 4x6 metros, que denunciar a sus cómplices.
Lo que queda por ver es si Zambada y los dos Chapitos que están capturados ya en Estados Unidos, Joaquín y Ovidio Guzmán hacen lo mismo. Hasta que ese día llegue no espere escuchar ni ver a los políticos en Washington rasgarse las vestiduras hablando de estos temas. No lo harán porque estos ya dejaron de ser palabrería vacía de las campañas políticas.
Estos temas ya son palabras mayores. Por todo lo anterior no espere usted escuchar sobre esto en la Convención Política en Chicago.