Entre el verbo y la acción: las telecomunicaciones

Comienzan el conteo regresivo para que culmine el 2023, otro año que desaparece rápidamente sin llegar a cumplir las más básicas necesidades digitales de América Latina. Como es costumbre, se comenzó con la esperanza de que las políticas públicas estuviesen acorde a los discursos electorales o al menos con el objetivo de hacer cumplir la ley. Tratar de hacer evidente que las telecomunicaciones pasan de ser un articulo de lujo a derecho humano o parte de la canasta básica familiar.

No obstante, con pocas excepciones lo que se vislumbró en la región fueron iniciativas con el fin de recaudar la mayor cantidad de dinero para el estado. Dinero que sería utilizado en el mejor de los casos para cuadrar presupuesto, minimizando déficits. En el peor de los casos, sería utilizado como insumo para las campañas electorales de alguno que otro candidato afín al gobierno de turno.

Si institucionalmente realmente se consideran a los servicios de telecomunicaciones como esenciales para todos los ciudadanos, tal vez el comportamiento fuese distingo.  Quizás se hubiese dedicado el monto recaudado a inversiones dirigidas a impulsar la adopción de estos servicios o a la expansión de cobertura en aquellas localidades que aún carecen de servicio. Difícil encomienda en países que carecen de un programa o proyecto para fomentar el acceso universal a la conectividad.

Otra deseo que fue mermando su viabilidad con el paso de los meses fue el de la estabilidad institucional. Nuevamente el sector de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC) sufrió de acefalía discrecional, enfermedad que se fue demostrando con dos síntomas principales. El primer síntoma, el que ya indicaba la existencia de peligro, mostraba a las entidades encargadas de las TIC y telecomunicaciones como las últimas en cubrir las vacantes disponibles. De esta manera, al menos cuatro países continúan sin tener trabajando a todos los comisionados que se suponen integren a su ente regulador.

Mientras el poder ejecutivo continua con el verbo digitalizar como protagonistas de numerosos discursos, las acciones muestran desinterés hacia el mundo digital. Mientras por un lado se promete inversión para impulsar carreras técnicas en escuelas y universidades, en las acciones lo que se observa es una falta de conectividad en las aulas del país. Mientras se mira a 5G como la tecnología que traerá cirugías remotas al campo, continúan estas zonas sin infraestructura civil básica. Sí, hay una desconexión entre lo que dicen los líderes y sus acciones.

Claro que hay una simple explicación para lo sucedido. Por algo han logrado escalar a lo más alto, casi todos los tomadores de decisiones de política pública poseen el don de lograr identificar al culpable de las necesidades del pueblo. Maravillosamente, siempre es el otro. Algunas veces la falta de banda ancha es por las políticas demasiado liberales de los izquierdistas. Otras veces, se dan al trato demasiado promercado de los conservadores. Alguno que otro hasta ha indicado que la falta de banda ancha en América Latina es culpa de los conquistadores españoles o de la oposición a las reformas agrarias de las administraciones estadounidenses a través de la historia.

El paso de los meses confirmó esta visión, somos simples victimas de las circunstancias. No hemos tenido lideres capaces de defendernos de la injerencia de terceros, pero esto ha llegado a su fin. El presente es otro y se deben de hacer sacrificios por el bien de la patria. Integremos en el texto la importancia de las telecomunicaciones, hablemos del elemento neurálgico que son las TIC para impulsar desarrollo y dejémoslo ahí. De todas formas, la gran masa de electores no protestará agresivamente por las carencias que pueden tener sus servicios de conectividad.

El segundo síntoma hasta podría ser más peligroso que culpar al otro, al ausente, al contrario de todas las fallas del sistema. Ahora se identifica al propio como saboteador, como incompetente, como incapaz de cumplir con las promesas que se han hecho. Esto abre camino a la destitución continua de funcionarios que, tal vez, no recibieron el apoyo suficiente de quienes dictan el camino del país. Otros son destituidos porque son simples fichas del juego político y no funcionarios que van a ejercer un cargo para beneficiar al pueblo. Se desean voces serviles que permitan al líder decir barbaridades, eso no importa si de todas formas sufrimos en América Latina de una memoria rota que impide reconocer nuestras propias limitaciones. 

Limitaciones que impiden ver como la interrupción continua en la toma de decisiones de una agencia de gobierno fuerza a los reemplazos a atrasar todo, antes de comenzar el trabajo se tiene que hacer una auditoria que revise todo el trabajo completado hasta el momento. Sobre todo, si la sustitución política va acompañada de alguna recriminación por los objetivos no alcanzados. Curiosamente, cada uno de los reemplazos va cortejado con promesas de nuevos logros que ahora son viables, aunque haya menos tiempo y recursos para alcanzarlos. Igual hace buena prensa.

Las próximas semanas cerrarán el ciclo de 2023 para dar paso a las promesas de 2024. Nuevamente será casi imposible romper con el ritual ya establecido de prometer el cielo y las estrellas a la población, sin ofrecer muchos cambios. Aquellos pocos que aparecen en la oratoria de los líderes latinoamericanos seguramente serán en la mayoría de las ocasiones por la apropiación de logros de terceros, algunas veces por las estrategias de comercialización de empresas públicas, otras ocasiones por anuncios hechos por parte de entidades académicas y hasta los lanzamientos de nuevos servicios por cooperativas de telecomunicaciones.

Lo importante es mantener vivo el tema de la conectividad, pero de forma general, sin entrar en detalles y asegurándose de que alguno que otro charlatán prediga escenarios de terror si no se cumplen los deseos que dicta el sentido común. No sea que la verdad se enrede con la sensatez y arruinen un buen dogma de campaña.