Lectura 3:00 min
¿Es conveniente un consejo fiscal?
Nunca el Congreso ha sido un instrumento efectivo para dar seguimiento a la marcha de las finanzas públicas y denunciar oportunamente el crecimiento de la deuda.
En varias ocasiones he expresado en este espacio mi desacuerdo con la propuesta de crear en México un consejo fiscal independiente cuya misión sea la de dar seguimiento al gasto público, al déficit presupuestal, al comportamiento de la deuda del gobierno tanto interna como externa y a la marcha de las finanzas públicas en general. Mi argumento ha sido que esas funciones deben ser cumplidas por el Congreso y que crear una nueva entidad para esas tareas sería una duplicidad burocrática onerosa e innecesaria.
Sin embargo, con el paso del tiempo y reflexiones adicionales sobre el caso, he ido modificando mi opinión sobre la materia. Y esa modificación de opinión no ha tenido origen en que la propuesta haya provenido en un principio de una organización tan respetable como es el Fondo Monetario Internacional, sino que se ha fincado en suma en la experiencia histórica y en el juicio que me merecen en general los integrantes del Poder Legislativo en este sufrido país.
El punto clave del que hay que partir es que nunca en México el Congreso ha sido un instrumento efectivo para dar seguimiento a la marcha de las finanzas públicas y menos para hacer una denuncia oportuna sobre el crecimiento de la deuda gubernamental. Y este juicio incluye desde luego tanto a la deuda del gobierno federal como a las de los gobiernos estatales.
El ejemplo por excelencia al respecto es el de los sexenios de la docena trágica de Echeverría y López Portillo, cuando la deuda pública externa se destapó exponencialmente sin que nadie en el Congreso dijera ni pío. Se esgrimirá al respecto que las cosas han cambiado en México y que ya no existe la subordinación del Congreso al Ejecutivo que era característica de los tiempos del presidencialismo.
El argumento no es convincente y a las pruebas me remito. En el propio sexenio del presidente Peña Nieto, mientras Luis Videgaray fue ministro de Hacienda, en aras de un keynesianismo cuya racionalidad nunca se explicó, la deuda externa creció de manera preocupante ante la indiferencia de senadores y diputados. Igualmente, tampoco se frenó el sobreendeudamiento que propalaron en sus estados gobernadores de tan triste recuerdo como Fidel Herrera en Veracruz.
En suma, la lección de la posteridad es clara: si alguien no sirve para hacer un trabajo debe buscarse a una instancia diferente que lo reemplace.