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Opinión

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¿La mejor política exterior es una buena política interna?

La reciente crisis diplomática entre México y Ecuador no es una crisis internacional mayúscula. Es un episodio lamentable, sí, pero es, ante todo, una muestra de la politización de la política exterior en México y en Ecuador. Que Ecuador no debió ingresar por la fuerza a la embajada de nuestro país es un hecho incontrovertible. Representa una acción excesiva y un agravio para el país que no debe tomarse con ligereza. El presidente ecuatoriano Daniel Noboa se equivocó. 

Nos encontramos ante una crisis que, como tantas, pudo evitarse si acaso el Ejecutivo federal dejara de interpretar a contentillo los principios de la política exterior (que, por cierto, bien haríamos en repensarlos, aunque esto es tema de un texto aparte), así como aquella máxima de que la mejor política exterior en una buena política interna. Una crisis que, además, cae como anillo al dedo al oficialismo en tiempos electorales. Sin duda, los mexicanos somos muy patriotas. El cierre de filas de la opinión pública, la comentocracia y, por supuesto, de funcionarios y diplomáticos en torno a este asunto es algo que pocas veces había ocurrido en el sexenio. 

En contraste con las muestras de un nacionalismo algo anticuado que inundaron las redes sociales en las primeras horas de la crisis, para el resto del mundo resultó un tanto menos apremiante pronunciarse sobre los eventos en Ecuador (al menos hasta la noche del 6 de abril cuando escribí este texto). Estados Unidos, por ejemplo, invitó a resolver nuestras diferencias mediante un comunicado algo escueto de la oficina de prensa del Departamento de Estado. Canadá comunicó su preocupación mediante una publicación en X. Eso sí, la solidaridad de Nicaragua fue contundente con la ruptura de relaciones con Ecuador. 

Que México no recibiera la solidaridad de otros países con la celeridad esperada es consecuencia del despliegue de una política exterior desastrosa. Los últimos cinco años asemejan una crónica sobre la destrucción de la política exterior mexicana, como lo describe bien Emiliano Polo en un texto reciente para una audiencia norteamericana. Como lo muestra Polo, la lista de desaciertos diplomáticos es extensa. Destacan el lamentable manejo —por no decir represión violenta— de los flujos migratorios, la abstención de México en la votación para expulsar a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU o el intercambio de insultos con distintos líderes latinoamericanos. 

El conflicto con enemigos ideológicos ha sido deliberado. Pleitos buscados con España desde el inicio de la administración que culminaron en la sugerencia de “pausar” las relaciones diplomáticas con quien es el principal socio comercial europeo de México. Con Panamá, después de que aquel país rechazó la designación de un historiador señalado por abuso sexual como embajador de México. Con Bolivia tras el otorgamiento de asilo al expresidente Evo Morales. Con Perú, luego de calificar al gobierno de ese país como inconstitucional. Y ahora, con Ecuador. Algo que no debería perderse de vista es que sólo en el lapso de este sexenio, tres embajadores mexicanos han sido declarados persona non grata por gobiernos de la región. Síntomas de una diplomacia fallida, o quizás sea más preciso asumirlos como los costos de la política exterior obradorista. 

Cuando el presidente de la república repite que la mejor política exterior es una buena política interna pierde de vista que una política doméstica desvinculada de las reglas del juego internacional está condenada a tener una eficacia mínima. Con toda certeza, la reacción de la comunidad internacional hubiese sido más pronta si México no se hubiese replegado del escenario internacional, si no hubiese debilitado su presencia e imagen en el mundo, si en años recientes, el presidente mexicano hubiese participado en foros multilaterales como el G20 o las asambleas generales de las Naciones Unidas, por citar algunos ejemplos. 

Pero como es inútil pensar en hipotéticos, regreso a los hechos. México y Ecuador han utilizado este incidente como una herramienta de política interna. En tiempos de marcada polarización como los que vivimos, al oficialismo mexicano le viene muy bien que nos envolvamos en la bandera de la patria; mientras que en Ecuador el presidente Noboa buscó proyectar una imagen de firmeza, incluso a costa de ignorar normas internacionales, consciente de que su mandato se limita a 17 meses —tomó posesión en noviembre de 2023— y de que buscará estar en la boleta electoral en mayo de 2025.

Y si de politizar este asunto se trata bien harían las candidatas a la presidencia de la república al prestarle un poco de atención a la política exterior. Aunque mucho menos sexy electoralmente que los programas sociales, el panorama internacional, especialmente ante una posible presidencia de Donald Trump en Estados Unidos, debería de preocuparlas y ocuparlas. Al menos a mí, me gustaría ver que México se aleje del parroquialismo y la politiquería de los últimos años en favor de una política exterior de Estado, más productiva y, sobre todo, más eficaz. Una que (re)interprete de forma más inteligente esa máxima que le encanta citar al presidente López Obrador. 

*La autora es Internacionalista por El Colegio de México y exdiplomática de carrera.

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