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Opinión

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La muerte de Belisario

El mundo está pendiente de vosotros, señores miembros del Congreso Nacional Mexicano, y la patria espera que la honréis ante el mundo, evitándole la vergüenza de tener por primer mandatario a un traidor y asesino. Fragmento del discurso original que Belisario Domínguez pretendía pronunciar ante el Senado de la República en septiembre de 1913.

Antes que héroe nacional, Belisario Domínguez fue conocido como un médico humanitario. Nacido en Comitán, Chiapas en 1863 fue hijo de Cleofás Domínguez y Pilar Palencia, matrimonio bien avenido y de pensamiento liberal.  Educado en buenas escuelas desde muy pequeño,  Belisario concluyó sus estudios superiores en el Instituto de Ciencias y Artes de San Cristóbal las Casas. Posteriormente se trasladó a Europa a estudiar medicina y terminó graduándose como médico cirujano y partero en la Sorbona de París.

Cuando regresó a México en 1904 Belisario Domínguez, en desacuerdo con la dictadura de Porfirio Díaz, y con muchas cosas que decir sobre la cultura y la filosofía fundó un periódico al que puso por nombre El Vate. “¿Quién no lo sabe? –se preguntaba el doctor Belisario Domínguez en el primer escrito  de su periódico-. La mayor parte de los sueños son vanas ficciones de la imaginación; pero es necesario confesar que hay algunos muy sugestivos de los cuales puede sacarse un gran partido”

Sueño cumplido, El Vate se distribuiría sin costo alguno y anunciaba que saldrìa dos veces al mes, los días primero y quince. Sin embargo, todavía los tiempos inocentes y llenos de esperanza “El sueño”, que era el título del artículo de Belisario, terminaba siendo una revelación: Dios se aparece ante el escritor y en su infinita sabiduría regala a los lectores la “fórmula mediante la cual puede conseguirse la mayor suma de felicidad  posible sobre la tierra”. Es sencilla y esta encriptada en la palabra “vate”, que en sus cuatro letras representa “los elementos fundamentales de la dicha humana”: virtud, alegría, trabajo y estoicismo. Y así, confiado en que tales valores serán la luminosa guía de todo hombre para conducirse con éxito en los intrincados senderos de la vida, termina el texto y el lanzamiento editorial de su periódico. Pero el sueño tendría una vida corta y una fecha de caducidad trágica. Como de pesadilla. El Vate aparecería solamente cuatro veces antes de que Belisario Domínguez fuera arteramente asesinado. Tal vez por olvidar que, como bien dijo Cervantes, la primera virtud es la de frenar la lengua; y es casi un dios quien teniendo razón sabe callarse. Y es que las páginas de su publicación estaban salpicadas de ideas políticas afines a las de Francisco I. Madero y las enumeraciones de las injusticias del régimen porfirista eran muchas. Abogando por  la no reelección y sin callarse nunca, no abandonó la medicina. Tuvo fama una buena fama de ser un hombre profundamente comprensivo  que ejercía su profesión con un gran sentido humano, regalaba medicamentos si era necesario e incluso podía llegar al extremo de poner dinero de su bolsillo para que un enfermo tuviera la atención necesaria.

Tal vez por ello, pero sin duda por su clara definición política,  fue electo presidente municipal de Comitán en 1911. Un año después ya representaba  a su estado en el Senado de la República. Inmerso en la política, justo  al inicio del torbellino revolucionario, Belisario Domínguez fue testigo de la Decena Trágica. No pudo menos que indignarse cuando Victoriano Huerta usurpó el poder y asesinó a Francisco I. Madero y a José María Pino Suárez. Enfurecido y clamando justicia, pidió la destitución de  Huerta y en plena cámara de senadores tomó turno para leer un discurso. La presidencia de la Cámara sabía que su pluma podía hacer más daño que una espada. Y se giraron órdenes para impedir que el senador Domínguez leyera su discurso. Sin embargo, Belisario no estaba dispuesto a callar. Mucho menos a solapar una injusticia. A quedarse callado y quieto ante los agravios que muchos años de silencio habían provocado.

Por ello mandó a imprimir el texto de su protesta y él mismo se encargó de distribuirlo por las calles.

La parte central de su discurso, dirigida a los diputados,  decía lo siguiente:

“Don Victoriano Huerta es un soldado sanguinario y feroz, que asesina sin vacilación ni escrúpulo a todo aquél que le sirve de obstáculo. ¡No importa, señores! La patria os exige que cumpláis con vuestro deber, aun con el peligro y aun con la seguridad de perder la existencia. Si en vuestra ansiedad de volver a ver reina la paz en la República os habéis equivocado, habéis creído en las palabras falaces de un hombre que os ofreció pacificar a la nación en dos meses y le habéis nombrado presidente de la República, hoy  que veis claramente que éste hombre es un impostor inepto y malvado, que lleva a la patria con toda velocidad hacia la ruina, ¿dejaréis por temor a la muerte que continúe en el poder? “

Como era de esperarse,  Huerta se sintió agraviado y decidió responder pronto. Ordenó detener al senador y llovieron las advertencias que luego se convirtieron en amenazas. Los detractores de Huerta fueron cayendo uno a uno: a Pablo Castañón abogado de los presos políticos, le aplicó la ley fuga y lo asesinaron, el diputado por Oaxaca, Adolfo Gurión fue ajusticiado y Serapio Rendón, diputado fue trasladado como preso a Tlalnepantla y muerto de un balazo en la espalda mientras trataba de escribir un mensaje. Los amigos de Belisario le aconsejaron cambiar cada noche de sitio. Pero permaneció en el Hotel Jardín  donde se hospedaba. Su discurso, el que no le habían permitido pronunciar, había sido impreso y repartido. En la última correspondencia que le llegó había una invitación de Huerta para una cena, que se llevaría a cabo el 10 de octubre, en Palacio Nacional. Belisario ya no acudió a la cita.

Cuenta Vicente Quirarte  en su libro Belisario Domínguez, en el primer centenario de su muerte:

“Hombres torvos y armados y embrutecidos por el alcohol irrumpieron en su cuarto en el Hotel Jardín. Los golpes, los insultos, la llegada a un consultorio médico donde se dice le cercenaron la lengua. El dolor debe haber sido tan intenso que no lastimaba. Cuando llegaron al Panteón de Xoco, en Coyoacán, supo que sus días habían llegado  a su fin. Las balas que matan no se sienten. Por los actos de su vida, podemos estar seguros que no pidió clemencia a sus verdugos.” Era el 7 de octubre de 1913.

La muerte de Belisario Domínguez ocasionó indignación y la protesta pública no se hizo esperar. Victoriano Huerta se vio obligado disolver el Congreso y encarcelar a noventa diputados.  De cualquier forma su muerte no fue en vano pues marcó el final de un régimen traidor que caería no mucho tiempo después. Y todavía hoy  sirven de consejo las palabras de Belisario Domínguez: “Vigilen de cerca todos los actos públicos de nuestros gobernantes: Elógienlos cuando hagan bien, critíquenlos siempre que obren mal. Seamos imparciales en nuestras  apreciaciones, digamos siempre la verdad y sostengámosla con firmeza entera y muy clara. Nada de anónimos ni seudónimos. Nada de silencio.”

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