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Marcelo
Marcelo Ebrard ha transitado en política por el camino de la ruptura y el reencuentro. Hombre forjado en el equipo de Manuel Camacho, fue priista en la época de Carlos Salinas para después buscar la opción independiente en el frustrado Partido de Centro Democrático y luego caer en manos de López Obrador como vía para mantenerse dentro del juego del poder.
Las diferencias entre Ebrard y AMLO fueron siempre notorias. Subordinado a su jefe, Marcelo intentó la ruptura en 2012 con la creación del movimiento denominado Demócratas de Izquierda, a través del cual buscó la candidatura presidencial doblegándose finalmente ante el naciente caudillo. A partir de ese momento su apuesta fue la de convertirse en el sucesor del tabasqueño una vez que éste concluyera su vida política.
Como canciller del gobierno de la 4T, Ebrard hizo todo tipo de trabajos y encomiendas una vez que quedaba claro que era el único funcionario con las capacidades para trascender su espacio específicamente diplomático. Sabedor de que AMLO proyectaba a Claudia como su sucesora, realizó hasta lo imposible para demostrar mayor experiencia que ella, y por supuesto una lealtad hacia el caudillo que finalmente no aterrizó en la decisión esperada.
Como su maestro Manuel Camacho, amaga con la ruptura en un escenario donde esta decisión cambiaría el ajedrez político de la lucha por la silla grande. Su dilema ahora es romper con Morena y lanzarse con MC, partiendo la elección a tercios con la expectativa de crecer lo suficiente como para convertirse en una alternativa real para el 2024, o servir de golpeador para favorecer la voluntad del presidente y abrirle el camino a Sheinbaum, su enemiga declarada, al dividir el voto opositor.
La decisión de formar un movimiento político electoral y recorrer el país, es una manera de calcular la fuerza real que posee tanto en la sociedad misma como dentro de Morena en el Congreso. Sus apuestas son altamente riesgosas. En todas y cada una de ellas Ebrard puede terminar perdiendo todo su capital político al enfrentarse en una elección polarizada donde los morenistas lo acusarán de traidor y los opositores de ser un candidato escondido de AMLO.
Marcelo sabía que Claudia era la opción del presidente, y sin embargo, estuvo dispuesto a competir en esas condiciones. Hoy llega a un camino sin retorno donde sus alternativas son la sumisión para mantenerse en el juego o apostar su resto a una aventura incierta donde lo único seguro es que, una vez que tome su decisión, no hay marcha atrás. Ya no se vislumbra en el futuro cercano un escenario donde Marcelo sobreviva sin tener que renunciar a sus convicciones o al poder mismo. Este es el verdadero dilema.