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Opinión

Lectura 9:00 min

Nostalgia e idealización por el pasado (I)

PARTE 1

La nostalgia, como siempre, había borradolos malos recuerdos y magnificado los buenos”

Gabriel García Márquez

En la trilogía de hace algunos meses, describí cómo diferentes gobernantes destruyeron las obras del pasado para imponer su ideología o para borrar los vestigios de la civilización anterior. En esta serie analizaré el efecto opuesto; como los líderes buscan regresar al pasado como si éste fuera perfecto. Esta conducta, también conocida como “retrospección idílica”, nos lleva a juzgar el pasado de una manera más favorable respecto a cómo juzgamos el presente.

Rusia es un buen punto de partida. Iván IV, mejor conocido como Iván el Terrible, ascendió al trono del Principado de Moscú en 1543, adoptando unos años después el título de zar de Rusia. Entre sus grandes logros. derrotó a los tártaros, quienes desde tiempos de Genghis Khan en el siglo XIII, dominaban los territorios de Kazán y Astrakán. La victoria le dio a Rusia un territorio adicional de casi un millón de kilómetros cuadrados, el control del río Volga y el acceso al puerto de Narva, dando inicio al comercio de Rusia con los países del norte de Europa. De esta manera, bajo el liderazgo del primer zar, se sentaron las bases para lograr un poderío militar, económico y religioso, que permitió la formación de un imperio que duró varios siglos.

A la par de sus grandes logros, Iván el Terrible tenía una faceta cruel y despótica. El zar era implacable con sus enemigos, como lo muestra la masacre de 3,000 miembros de la nobleza rusa (los boyardos). El gobernante era incapaz de contener su enojo, prueba de ello fue el asesinato de su hijo con sus propias manos en un arrebato de ira. El autoritarismo y terror característicos en su reinado prevalecieron en Rusia por siglos. El escritor Aleksander Pushkin (1a799-1837), en su obra Boris Godunov, describe este hecho al explicar cómo se vivía en la ciudad de Moscú en el año 1585: “No hay quien se atreva a abrir la boca dados los tiempos que corren; pues quien insista mucho en opinar, puede perder la lengua y la cabeza. Casi todos los días hay ejecuciones y las prisiones están llenas a rebosar”.

Pedro el Grande, quien gobernó a finales del siglo XVII, es considerado el gran reformador de Rusia. Se enfrentó a los turcos y conquistó la fortaleza de Azov, para darle a Rusia una salida al Mar Negro. El zar tuvo la gran habilidad de proyectar a Rusia como una potencia europea en los siglos siguientes. Su viaje a Europa le permitió entender los nuevos métodos de fabricación y la tecnología militar, lo que impulsó el desarrollo de una fuerza naval que logró el dominio de Rusia en el Mar Báltico. Además, fundó la ciudad de San Petersburgo, convirtiéndola en la capital de su imperio. Sin embargo, sus métodos bárbaros y despóticos, heredados de Iván el Terrible, siempre estuvieron presentes en su reinado, como lo muestra la tortura y ejecución de más de 1,000 personas en la Plaza Roja de Moscú en el año 1698 por ir en contra de sus objetivos políticos.

Catalina II (la Grande) y su nieto, Alejandro I, lograron posicionar políticamente a Rusia a nivel internacional; la primera, con la división de Polonia en el siglo XVIII, negociada con Austria y Prusia, y el segundo con la derrota de Napoleón y su participación en el Congreso de Viena a principios del siglo XIX. En este congreso internacional Rusia negoció a la par de las otras potencias del momento (Inglaterra, Austria, Prusia y la derrotada Francia) el equilibrio en Europa. Sin embargo, ambos, a pesar de su acercamiento con las ideas francesas, que impulsaban una mayor participación de los diferentes estratos sociales en la política, se opusieron al cambio y defendieron el estado autocrático.

El zar Alejandro II, quien gobernó de 1855 a 1881, se atrevió a romper con el pasado. Liberó a 22.5 millones de siervos en 1861 (un año antes que Lincoln aboliera la esclavitud en EU), ya que los siervos en Rusia vivían en una situación de inmovilidad y excesivo endeudamiento (similar a lo ocurrido en México durante el Porfiriato). Posteriormente reformó el sistema judicial y además abrió las puertas a la industrialización, tomando ideas progresistas de los países de Occidente. Esta apertura, inédita en el Imperio Ruso, que fue denominada Glásnost (término que volvió a ser utilizado por Michail Gorbachov más de un siglo después), no fue sostenible. Después del primer atentado contra su vida, Alejandro II reaccionó creando la Okhrana, la policía secreta zarista, famosa por su crueldad, pero incapaz de evitar su asesinato. 

Su hijo Alejandro III gobernó de 1881 a 1894, dando reversa a todas las reformas hechas por su padre. El nuevo zar inició un proceso de “Rusificación”, atacando a las minorías y obstruyendo el contacto con el exterior. Adicionalmente, estableció un sistema de censura a las obras literarias contrarias al régimen y le quitó la autonomía a las universidades, que su padre les había otorgado. El efecto de estas medidas fue un grave retraso en el proceso de industrialización de Rusia. 

Nicolás II, quien fue el último zar, llegó al trono en 1894 con poca preparación para gobernar. Su inseguridad y su excesiva admiración por su padre y por el pasado, lo hicieron incapaz de darse cuenta de que las reformas sociales en Rusia eran impostergables. Este inseguro gobernante pensaba que emulando el despotismo de la mayoría de sus antecesores podía acrecentar el poder de Rusia.

Su negativa a establecer una monarquía parlamentaria y su falsa percepción de que Dios le había confiado a la familia Romanov la defensa de Rusia, lo llevaron a alejarse del pueblo y aislarse del exterior. Como comenta Daniel Yergin en su libro The Prize: “Su único ministro competente, Sergei Witte, rezaba para que Dios salvara a Rusia de la cobardía, la ceguera, la falta de oficio y la estupidez”. En 1914, Rusia entró a la Primera Guerra Mundial, sin tener ninguna posibilidad de triunfo. Nicolás II fue sorprendido por la Revolución Rusa, que estalló en 1917, lo que provocó la caída de un régimen podrido por la corrupción, los perjuicios y la incompetencia. El aferrarse a un pasado idealizado, fue la causa principal de la destrucción de una monarquía que duró casi cinco siglos.

Contra lo que se podía pensar, el extremo autoritarismo de los gobernantes rusos no terminó con la caída del régimen zarista. La toma del poder por parte de los bolcheviques que, en teoría, representaban a las clases oprimidas, no rompió con el pasado autocrático. El líder de la Revolución Vladimir Ilich Ulyanov, mejor conocido como Lenin, sembró el terreno para gobernar con el terror. Lo único que le importaba era mantenerse en el poder. El escritor Máximo Gorky, que conocía bien a los líderes revolucionarios, afirmó: “Se convertirán en déspotas, tan pronto tengan la oportunidad de ser los amos de sus vecinos”. Como lo comenta Victor Sebestyen en su libro Lenin el Dictador: “El primer parlamento elegido libremente en Rusia duró alrededor de 12 horas; no habría otro en 75 años; Lenin no creía en la democracia burguesa”.  Por otra parte, el líder bolchevique tampoco quiso desligarse del uso del terror; creó su propia policía secreta, la Checka (Comisión Extraordinaria para el combate a la Contrarrevolución), que fue aún más cruel que la Okhrana zarista.

Su sucesor, José Stalin, inició una nueva etapa de terror, ejecutando o enviando a sus opositores a campos de trabajo (los llamados “Gulags”) con el apoyo de la Dirección Política del Estado, la GPU, el órgano de seguridad del Estado, sucesor de la Checka. Como lo comenta Leonardo Padura en su libro El hombre que amaba a los perros: “El terror y la represión se establecieron como política de un gobierno que adoptó la persecución y la mentira como recurso de Estado”. Stalin, también conocido como el “Zar Rojo”, no quiso romper con el pasado, como lo muestra su admiración por Iván el Terrible. Su veneración era tal, que le encargó al famoso director Sergei Eisenstein la producción de la película sobre ese controvertido personaje.

Después de la muerte de Stalin, el autoritarismo dictatorial continuó. Es interesante mencionar que los mecanismos de represión solo cambiaron de nombre; lo que era la Okhrana en tiempos de los zares, pasó a ser la Checka durante el gobierno de Lenin, la GPU y la NKVD en la época stalinista y la KGB hasta el año 1991, cuando Michail Gorbachov decidió abolirla. 

En la segunda parte de esta serie continuaré con la Rusia actual, relataré la experiencia de Francia desde la Revolución Francesa (1789) hasta la Segunda Guerra Mundial, para dar otro ejemplo de un país que, a pesar de encabezar la primera revolución en el mundo, no pudo eliminar fácilmente sus ataduras a un pasado monárquico. Hablaré sobre México en el siglo XIX y su arraigo con el pasado autocrático.

Termino la primera parte de esta serie con una frase de Simon Sebag Montefiore en su libro Los Romanov: “La Rusia actual se estremece con las reverberaciones de su historia”.

*Agradezco a la Dra. Elka Correa por algunos conceptos que sirvieron para la elaboración de este artículo.

El autor

Moises Tiktin

Sus opiniones son personales y reflejan su interés en aprender de la historia.

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