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Opinión

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Nunca he sido obediente

Más historias de mujeres, por favor.

Pues miren. Estaba yo la otra vez en YouTube y Crackle viendo tráilers de películas que vienen. Ya saben, eso hacemos los críticos de cine: nos sacamos pelusa del ombligo, vemos tráilers y luego nos quejamos de que tenemos un trabajo muy difícil y nadie lo entiende.

Viene Cannes y siempre es interesante tratar de adivinar qué película odiará el público. Ya ven que allá abuchean y se salen de la sala a media película. Este año el jurado está conformado por casi puras mujeres y lo preside Cate Blanchett, dios esté con ella.

Divago. Estaba viendo los avances y algunas críticas de varias películas que estarán en Cannes cuando el buen YouTube me recomendó un tráiler: Disobedience, la primera cinta en lengua inglesa del chileno Sebastián Lelio.

Si el nombre no les suena, Lelio dirigió Gloria, una gloria de película indeed, y Una mujer fantástica, por la que ganó el Oscar a mejor película en lengua no inglesa en la pasada entrega.

A Lelio le interesan las historias de mujeres, eso me queda claro y me hace brincar de alegría porque, aunque son historias hechas con mirada de hombre, son sumamente atinadas y empáticas. Más historias de mujeres en el cine, por favor. Recuerdo que cuando era niña le cambiaba el género a los personajes masculinos para sentirme incluida en la trama. De adulta sigo sintiendo lo mismo. Así, pues, le di clic al tráiler de Disobedience.

Estoy muy intrigada. La historia parece simple: una mujer judía comete una transgresión grave, es echada por su familia y cuando su padre muere tiene que volver al hogar. Y volver al hogar significa encontrarse con la transgresión misma: otra mujer.

Verán, esta es una historia de mujeres gay en el asfixiante universo del judaísmo ortodoxo. Esa es la desobediencia del título.

Me interesó tanto que me compré la novela que da origen a la película: Disobedience (Touchstone Books), de la inglesa Naomi Alderman. La estoy disfrutando horrores: es una reflexión sobre la fe, los límites que impone a las mujeres y cómo ser parte de una comunidad también significa desaparecer un poco. La recomiendo mucho, espero que, si estrenan en México la película, salga pronto la traducción al español. A lo mejor ya existe y yo estoy diciendo tontadas.

El asunto es sabroso intelectualmente, sobre todo desde una visión feminista. Pero, si bien el tráiler de la cinta me interesó, tengo un problema: la mitad del avance son puros besotes entre Rachel Weisz y Rachel McAdams, las dos amantes. No soy pacata, pero odiaría que una historia tan fascinante se redujera a una chic flick lésbica. La historia tiene tanto que decir que los besos pueden hasta estorbar (“Pero Concha”, me dirán, “los besos de lengua nunca sobran, amargada”. Déjenme en paz, soy virgen y mártir).

Normalmente no leería obra original antes de ver la adaptación para no decir eso de me-gustó-más-el-libro. Tengo esta idea: si la película es buena, es seguro que se trata de una buena adaptación, no importa qué tanto se libere del original. De hecho, si se aleja del original, mejor para la película.

Pero, ah, cae antes una Concha que un cojo. Estoy profundamente enamorada de la novela de Alderman. Me la he leído entera en dos días y quiero leerla otra vez. Quién diría que los judíos ortodoxos tuvieran vidas tan interesantes, entre tanto ritual y montones de libros sobre discusiones de discusiones de la Torah.

Mandé a una espía que tengo en Estados Unidos, donde se estrenó el viernes pasado, para que me dijera qué onda. Por favor, Sebastián Lelio, haz lo que sabes hacer y rinde un hermoso homenaje a estas mujeres que no fueron obedientes. Yo nunca he sido obediente, así que me siento muy identificada. Necesitamos más historias sobre mujeres y si es además sobre mujeres gay, tan poco representadas en el mainstream.

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