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Opinión

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Pequeños errores y omisiones

El viernes 24 de febrero de 2023 el diario El País publicó una nota que, en cualquier país democrático (ahí donde las acciones equivocadas de gobernantes, representantes y jueces tienen consecuencias en sus carreras políticas), habría causado la renuncia inmediata e inapelable del actor expuesto. Según la investigación firmada por Beatriz Guillén y Zedrik Raziel, la ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Yasmín Esquivel, «plagió 209 de las 456 páginas» de su tesis doctoral. Su proceder fue tan burdo que dejó rastros irrefutables de la perezosa técnica de «copiar y pegar». Una nota del mismo diario, publicada al día siguiente, reúne «los ejemplos más evidentes del plagio». Y ahí se evidencia el método del que hablo. Cito, por aquello del plagio (para repetir el chiste del rector de la UNAM): «en la página 351, en su apartado sobre los fundamentos jurídicos del juicio de amparo está la nota al pie 325 donde se lee: “El concepto de ‘gobernado’ lo tratamos en nuestra obra Las Garantías Individuales, capítulo segundo”.

Esquivel no escribió ese libro, sino el prestigioso constitucionalista mexicano Ignacio Burgoa Orihuela, a quien ella está transcribiendo». ¡Copió hasta las notas a pie! (aquí iría un emoji de mano golpeando la frente).

El abogado de la ministra, Alejandro Romano, argumentó que lo desvelado por la investigación de Guillén y Raziel solo son «omisiones en las citas... pero jamás una forma de plagio». Porque según él, técnicamente, plagiar es robarse tooooooooda la obra, no la mitad (mismo emoji). Lo cierto es que hay una clara diferencia entre «error» y «método», que no nos quieran ver la cara. Lo peor es que la conducta de la ministra (la de esconder la cabeza como avestruz ante inmoralidades propias) es la norma: nadie renuncia en México pese a procederes graves, todo se achaca al golpeteo político. Eso muestra la relación que tienen los funcionarios, representantes, jueces, con los cargos públicos que desempeñan: no los tratan como un lugar que exige una forma de conducirse ejemplar, como un vehículo para beneficiar a la comunidad; los ven como un derecho ganado, como una fuente de poder y de riqueza. Así sucedía con muchos de los puestos que repartía el rey de España durante los siglos novohispanos: los individuos los compraban, para luego sacarles raja. Al parecer no nos hemos sacudido ese vestigio colonial: entre los de arriba no hay servicio público, hay encomiendas para sangrar a los excluidos. ¿Y la transformación moral? Pura palabrería, parece ser.

Siempre pensé que la izquierda defendía ciertos principios y valores sustentados en justicia e igualdad. Pues resulta que no. Al menos la izquierda que nos gobierna comparte valores con la autocracia y la podredumbre, tan propia de la decadencia moral: como valor supremo enarbolan la lealtad al líder, aunque implique llevarse entre las patas la justicia. Y como valor particular el bienestar personal, como los conquistadores que tanto desprecian de dientes para afuera. La posibilidad de llevar agua su molino no la tirarán a la basura por unos errorcitos, qué va.

Twitter: @munozoliveira

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L.M. Oliveira es escritor. Autor de "El mismo polvo" y "El oficio de la venganza". Es Titular A en el Centro de Investigaciones sobre América Latina y El Caribe.

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