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¿Qué piensa la Fed?
La Reserva Federal de Estados Unidos ha señalado claramente que no tiene prisa por alinear su tasa de interés de política con el valor supuesto de la tasa neutral, donde la política monetaria no es ni estimulante ni restrictiva. Pero con la macroeconomía ya en equilibrio ¿qué justifica la renuencia de la Fed?
BERKELEY. En su reunión mensual del 31 de enero, el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por su sigla en inglés) de la Reserva Federal se mantuvo firme en cuanto a las tasas de interés. “Para el comité, el equilibrio entre los riesgos de sus metas de empleo e inflacionarias está mejorando”, explicó el FOMC en un comunicado de prensa, pero “las perspectivas económicas son inciertas y seguimos muy atentamente los riesgos inflacionarios”; por ello, “no esperamos que resulte apropiado reducir el rango objetivo hasta tener más confianza de que la inflación se encamina de manera sostenible al 2 por ciento”.
Debo decir que ese anuncio me alarmó un poco, especialmente las partes que mencionan que se mantendrá el objetivo de la tasa para los fondos federales en el rango del 5.25 al 5.5 por ciento. Después de todo, la macroeconomía estadounidense ya avanza a una velocidad crucero sostenible. Está en equilibrio, con una tasa de desempleo del 3.7%, que implica “pleno empleo”. El índice de precios básico de gastos en consumo personal, o PCE (que excluye los precios de los alimentos y la energía), mostró en los últimos seis meses que la inflación cayó de manera sostenida para acercarse a la meta de la Fed.
Por otra parte, no percibo fuerzas significativas del sector privado que vayan a fortalecer la demanda de manera inminente lo suficiente como para impulsar la inflación, ni que empujarían a la economía hacia una recesión. Nadie lo percibe.
Es cierto, algunos comentaristas aún se preocupan porque la curva de Beveridge, que refleja la relación entre los puestos vacantes y la tasa de desempleo, está un poco elevada, lo que indica que las presiones inflacionarias salariales podrían aumentar. Pero para abrigar esos temores hay que pretender que los puestos disponibles publicados en la era digital significan lo mismo que antes. Antes de la adopción generalizada de internet, los empleadores tenían que gastar dinero para publicar las vacantes y luego entrevistar a quienes respondían. Ahora, las empresas pueden publicarlas gratis y rechazar fácilmente a los postulantes. Y como las postulaciones se suelen enviar a una audiencia masiva, en la actualidad los rechazos no representan una señal negativa que impediría la coincidencia entre esa empresa y el trabajador en el futuro.
Considerando esos cambios, resultaría asombroso que la relación de Beveridge actual entre el empleo y las vacantes se asemejara remotamente a la de los ciclos anteriores. Quienes ensayaron predicciones con una pendiente estimada de la curva de Beveridge se equivocaron por mucho.
Hay también algunos comentaristas que se preocupan porque el aumento de los salarios reales (ajustados por inflación) pueda afectar la estabilidad macroeconómica, pero así como los márgenes no pueden crecer indefinidamente, la participación del trabajo en el ingreso tampoco puede caer sin límite. Después de una generación en la que la participación del capital en el ingreso aumentó a expensas de la del trabajo, debiéramos esperar un cambio hacia la dirección opuesta, especialmente debido que algunos de los factores que impulsaron el poder de negociación del capital están en un punto bajo.
Además, hay que considerar el aumento de la productividad, que contrarresta los efectos inflacionarios del crecimiento salarial. Una economía con pleno empleo y un elevado nivel de presión suelen generar un mayor crecimiento de la productividad. Esto se debe a que a las empresas les resulta más atractivo capacitar a los trabajadores e invertir en su productividad que salir a buscar posibles empleados cuando hay menos disponibles. Este efecto fue evidente en el último informe de la Oficina de Estadísticas Laborales de EU, según la cual la productividad anualizada de las empresas no agrícolas creció al 3.2% en el cuarto trimestre de 2023, lo que implicó un aumento interanual del 2.7 por ciento.
Ni la curva de Beveridge ni los aumentos del salario real ofrecen, entonces, una base confiable para predecir un rebote inflacionario. De todas formas, sobre las deliberaciones de la Fed se cierne el límite inferior: siempre pueden subir las tasas, pero no pueden bajarlas más allá del 0 por ciento. Esa asimetría impone entonces una restricción estratégica a la política monetaria. Lo último que quiere la Fed es encontrarse en una situación en la que pueda verse obligada a reducir la tasa de interés oficial a cero.
Pero a ese riesgo tiene que contraponer el supuesto de que, en una economía neutral equilibrada como la actual, la política monetaria también debiera ser neutral. Eso implica fijar las tasas de interés en el nivel neutral de largo plazo: la enigmática y misteriosa variable r*, el valor en que la política monetaria no estimula ni restringe.
Tengo mis serias dudas de que incluso una pequeña cantidad de miembros del FOMC crean que la r* actual se corresponde con una tasa oficial en el rango del 5.25 al 5.5 por ciento. Si estoy en lo cierto, eso implica que la mayoría de sus miembros reconocen que la política actual no es neutral, sino restrictiva. Y, sin embargo, el último anuncio transmitió un fuerte mensaje de que el FOMC no tiene apuro alguno en alinear las tasas oficiales con el supuesto valor de la tasa neutra r*.
Eso me preocupa, y debiera preocuparnos a todos. ¿Qué razonamiento, respecto de las presiones inflacionarias actuales, r* y la distribución probable de los shocks futuros de oferta y demanda- justifica tal renuencia a regresar las tasas oficiales a un nivel neutral? Cuando un bote ya apunta a su destino, la caña del timón debe estar derecha, no toda a estribor.
El autor
Bradford DeLong, exsubsecretario adjunto del Tesoro de EU, es profesor de Economía de la Universidad de California, Berkeley, investigador asociado de la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas y autor de Slouching Towards Utopia: An Economic History of the Twentieth Century.
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