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Un diván, por favor
Con claridad diáfana, uno de tantos amigos comentaristas, preguntó en la semana ¿por qué unos diputados que tienen el respaldo de su electorado para hacer precisamente lo que hicieron, son acusados de traidores a la patria?
La respuesta es sencilla. Son acusados, porque no son cómplices de la hegemonía del poder que pretende tener el presidente y (ahora sí) sus sicarios, trabajando en la búsqueda de un pensamiento único y en favor de una estrategia que por desconocida se antoja inconfesable.
Llamar al escarnio público a los diputados de oposición, por la votación de los diputados, es tan grave, que hay un artículo en la constitución (El 61) que expresamente dice, que a los diputados no se les puede reconvenir (reclamar en plano español) por sus opiniones. Hay muchas muestras, en la historia de nuestro país, de represión a legisladores que, en ejercicio de su cargo, dijeron cosas contra el poder que al final les costó la vida. Belisario Domínguez es el mejor ejemplo.
El asunto es grave también, por las amenazas, incluso penales emitidas por el Ejecutivo nacional, pero en realidad, lo es en primer lugar, porque convierte a cualquier cosa en traición a la patria que decidan los de MORENA o AMLO. Usted no compró azúcar mexicana: traidor a la patria. Usted no celebró el 5 de mayo en la plaza pública: traidor a la patria. Cuando pasó el presidente AMLO frente a usted, no se inclinó lo suficiente: traidor a la patria. La estulticia convertida en discurso político. La irracionalidad convertida en partido y en liderazgos igualmente pueriles.
El problema es que alguien gana con todo esto. ¿Qué se está construyendo? ¿Una fuerza social alternativa a las instituciones? La Sospecha es que sí.
Dijo en una conferencia reciente, hablando de estos temas el director y dueño del periódico El Nacional de Venezuela (que queda como un periódico medianamente independiente en esa difícil realidad) que el problema que tiene Venezuela, el día de hoy, es que ya no importa si Maduro se va o se queda (deseablemente por vías democráticas), el problemas es que casi nada cambiaría, porque el ejército, el poder judicial, el Ejecutivo y el legislativo comparten las complicidades de un poder que se sostiene en el narco que exporta 200 toneladas de cocaína a Europa. Lo cual es muy difícil de romper.
Sabemos que en muchos países, la democracia ha sido utilizada por populistas y regímenes autoritarios y con ello destruir instituciones y fortalecer dichos regímenes y la ecuación es muy similar a la de Venezuela: uso del ejército, control de los otros dos poderes y eliminación de los contrapesos. No es extraño en ese marco, que en nuestro país, que el uso del ejército no sea sólo instrumental, las presiones a la Corte y la sospecha de que el narco estuvo involucrado en algunos estados en la elección de gobernadores y presidentes municipales el año pasado obliga a la reflexión.
En ese contexto, vuelvo a preguntar ¿Qué es ser traidor a la patria? ¿Votar en contra de alguien que se ostenta como el representante del pueblo y, peor aún, de la patria? El verdadero problema no es lo visible. El problema es lo invisible. ¿Qué significa y que busca un presidente que sabe que tiene perdida una iniciativa? ¿Y qué significa usar el término de traidor a la patria?, aunque con o sin amenazas innecesariamente contrastadas con el Código Penal, el presidente se erige en el fiscal y juez inequívoco de su propia verdad, sin tomar en cuenta a nadie más que a él, como dijo esta semana: él no viene a gobernar, sino a ser un predicador de una idea (como Jesús, como Mahoma, como Buda), de verdad hace falta un gran diván para explicarnos la locura que estamos viviendo. Nada Más, pero nada menos tampoco.