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Los aranceles de Trump son una oportunidad para Harris
En lugar de abrazar cínicamente el nuevo consenso contra el libre comercio, los demócratas deberían promover un debate más honesto sobre el tema y adaptar sus propias propuestas políticas en consecuencia. Permitir que los aranceles se conviertan en la nueva normalidad sería invitar a una catástrofe económica(y potencialmente geopolítica).
PRINCETON. Aunque la política comercial se debate en todas partes, rara vez se aborda con honestidad. En lugar de centrarse en los costos y beneficios, la cuestión se enmarca de manera burda como una cuestión de producción “extranjera” versus “doméstica”. Esta falta de un debate serio sobre la apertura económica tendrá consecuencias catastróficas. El nuevo consenso que ha surgido sólo puede terminar en lágrimas.
Recordemos el primer (y probablemente el único) debate entre los dos candidatos presidenciales estadounidenses. El único momento sustancial y relevante para la política ocurrió en los primeros minutos, cuando Kamala Harris describió el arancel del 20% propuesto por Donald Trump a todas las importaciones (con un gravamen del 60% a las importaciones de China) como un impuesto a las ventas. Trump respondió, incorrectamente, que el costo recaería sobre los productores extranjeros, no sobre los ciudadanos estadounidenses. Pero cuando señaló, correctamente, que el presidente Joe Biden ha continuado (en gran medida) la política arancelaria que había iniciado, Harris no tuvo respuesta. En algún momento, sin embargo, los demócratas tendrán que examinar la cuestión, porque una política comercial acertada es fundamental para la salud tanto de la política como de la economía.
Afortunadamente, los investigadores han producido abundante evidencia empírica sobre los efectos del comercio, y sorprendentemente hay poca controversia sobre los resultados. El estudio más extenso sobre los aranceles de Trump proviene de David Autor, Anne Beck, David Dorn y Gordon Hanson, quienes muestran que la política no tuvo un efecto positivo en el empleo manufacturero, que se suponía que debía ser protegido. Peor aún, debido a los aranceles de represalia de otros países, la política de Trump produjo pérdidas de empleos en muchos otros sectores. Pero los aranceles aumentan el voto republicano en áreas donde los trabajadores habían sido “protegidos”. La política, por lo tanto, ofreció ganancias políticas a un costo económico.
Un efecto político que beneficiara a los republicanos no debería haber sido una razón para que Biden mantuviera los aranceles. Pero cuando asumió el cargo, la retórica de promover la producción estadounidense y ponerse duro con China ya había echado raíces. Ofrecer cualquier “concesión” a China –que, en realidad, hubiera sido una concesión a los consumidores estadounidenses– se consideró contraproducente.
Las nuevas propuestas arancelarias de Trump son incluso más radicales que las que implementó durante su primer mandato presidencial y traerían consigo peligros mucho mayores. Para empezar, los efectos sobre los precios serían mucho mayores, lo que implicaría mayores pérdidas de bienestar. Las estimaciones de los costos anuales de un arancel del 10% (la mitad de lo que él quiere) para el consumidor promedio varían entre los 1,500 dólares del progresista Center for American Progress y los 2,600 dólares de la National Taxpayers Union.
Los aranceles también plantean problemas conceptuales y prácticos. La mayoría de los productos son el resultado de cadenas de suministro complejas, y una etapa puede estar en China aunque la producción o el ensamblaje final se realicen en otro lugar. Por eso se ha prestado mucha atención al aumento de las importaciones estadounidenses de México y Vietnam en un momento en que esos países también compran más a China.
De manera similar, una gran parte de los medicamentos genéricos estadounidenses provienen de la India, pero los productores indios utilizan productos químicos suministrados por China. ¿Deberían gravarse también esos productos? Seguramente, los estadounidenses no están dispuestos a pagar más por sus medicamentos. Si algunos fármacos se vuelven inasequibles, el resultado previsible será una mayor morbilidad y mortalidad.
En lo que respecta al comercio, los aranceles son una fuente de fricción. Una buena analogía es la acumulación de hielo en el ala de un avión: un poco puede no importar, pero hay un punto de inflexión en el que el avión ya no volará. ¿Estamos dispuestos a hundir la economía estadounidense –y con ella la economía mundial– con una política que haría que la reacción a la Ley Smoot-Hawley de 1930 parezca modesta en comparación? Dado el papel que desempeñó esa política en causar una catastrófica depresión mundial, la respuesta debería ser obvia.
Lamentablemente, la nueva sabiduría convencional considera al libre comercio como una parte peligrosa de la desacreditada ideología “neoliberal” que Estados Unidos y sus aliados occidentales impusieron a otros después de la Guerra Fría. Los ataques al libre comercio han venido tanto de la derecha como de la izquierda. El presidente ruso, Vladimir Putin, y el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, han hecho de los ataques al neoliberalismo el núcleo de su ideología, argumentando que la apertura económica conduce a la desintegración de los valores sociales tradicionales. Asimismo, la izquierda ha atribuido durante mucho tiempo efectos corrosivos al neoliberalismo, y los centristas como Biden han llegado a la conclusión de que pueden beneficiarse de retomar temas que la derecha y la izquierda comparten.
Hay dos maneras de volver al sentido común. Una es llevar a cabo el experimento proteccionista y luego considerar los resultados, que incluirían pérdidas masivas de empleos y la propagación del descontento y la inestabilidad en todo el mundo. Sería una recreación de la década de 1930, un periodo miserable que llevó al reconocimiento de que el comercio genera una prosperidad generalizada. Las encuestas de opinión dan las mismas probabilidades de que el pueblo estadounidense elija este camino el 5 de noviembre.
La otra posibilidad es una crisis grave, basada en evidencias. El debate sobre los efectos del comercio se basa en una discusión basada en la teoría. En teoría, explicar la política debería ser fácil. La disyuntiva es entre financiar los gastos gubernamentales a través del equivalente de un impuesto a las ventas por un lado, y depender de los impuestos a la renta por el otro. Los votantes deberían saber que el proteccionismo es altamente regresivo. Las personas con ingresos bajos y medios se ven desproporcionadamente afectadas por los aranceles, mientras que las personas con ingresos altos no los notan en absoluto.
¿Se puede sacar este debate de los pasillos académicos? Si bien Estados Unidos no tiene tradición de referendos federales, imaginemos cómo responderían los votantes si se les preguntara directamente si prefieren un impuesto al consumo mucho más alto. La mejor respuesta al “populismo” es tener el coraje de preguntar a la gente sobre cuestiones específicas, y el arancel es el más urgente. Un debate serio sobre el comercio sería infinitamente preferible a una guerra arancelaria que produzca un colapso global. La elección es obvia y Harris debe tomarla.
El autor
Harold James, profesor de Historia y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, es el autor, más recientemente, de Seven Crashes: The Economic Crises That Shaped Globalization (Yale University Press, 2023).
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