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Una Llamada Urgente a la Acción

OpiniónEl Economista

El 25 de noviembre, en el marco del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el mundo se detiene para recordar una realidad que persiste en todas las culturas, países y clases sociales: la violencia de género. Esta fecha, establecida por la Asamblea General de la ONU en 1999, busca concientizar sobre una problemática que afecta a millones de mujeres en todo el mundo, al mismo tiempo que nos convoca a reflexionar sobre la urgencia de erradicar la violencia estructural que las ha condenado a vivir con miedo, sufrimiento y, en muchos casos, a la muerte.

En este día, se celebra la valentía de las mujeres que, a pesar del abuso y la opresión, han luchado por su derecho a una vida libre de violencia. También se recuerda la memoria de las hermanas Mirabal, conocidas como "Las Mariposas", activistas políticas asesinadas en 1960 en la República Dominicana por oponerse al régimen de Rafael Trujillo. Su sacrificio se convirtió en un símbolo de la resistencia de las mujeres frente a la violencia patriarcal y el abuso de poder. Hoy, más de seis décadas después, las estadísticas de violencia siguen siendo alarmantes y reflejan la necesidad de una acción colectiva más contundente.

La violencia contra las mujeres no tiene fronteras. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada tres mujeres en el mundo ha experimentado violencia física o sexual en algún momento de su vida. Esta cifra escalofriante abarca desde la violencia doméstica, el acoso sexual, la trata de personas, hasta la violencia psicológica y económica, que a menudo son invisibilizadas o minimizadas. La violencia de género es una violación de los derechos humanos y una manifestación palpable de las desigualdades estructurales que existen entre hombres y mujeres.

El abuso no solo afecta a las mujeres de forma física, sino también psicológica. La violencia perpetuada contra nosotras no solo limita nuestra libertad, sino que también nos marca de por vida, alterando nuestro bienestar emocional, autoestima y capacidad de desarrollo. Las secuelas de la violencia de género se extiende a hijos, quienes, al vivir en un entorno de abuso, son más propensos a repetir los patrones de agresión en la adultez. La violencia contra las mujeres, por lo tanto, se perpetúa en generaciones.

En muchas sociedades, la violencia contra las mujeres es una manifestación del patriarcado, un sistema social que otorga poder y privilegios a los hombres, mientras que subordina a las mujeres a una posición de inferioridad. Esta estructura de dominación ha sido normalizada en muchas culturas, donde se perpetúan estereotipos de género que justifican el abuso y la discriminación. Las mujeres son educadas para tolerar la violencia, para callar y para asumir su rol subordinado, mientras que los hombres, a menudo, son socializados para ejercer control sobre ellas.

Las mujeres víctimas de violencia se enfrentan a una doble condena: la del maltrato físico y emocional, y la de la indiferencia social o la estigmatización. En algunos países, las autoridades judiciales y policiales no están preparadas o no tienen la voluntad de actuar con la urgencia necesaria. Las leyes, en ocasiones, son ineficaces o incluso insuficientes, lo que permite que los agresores queden impunes. Esto genera un clima de desconfianza en las víctimas, que temen denunciar el abuso por miedo a represalias o por la creencia de que no recibirán justicia.

Si bien es cierto que la violencia contra las mujeres tiene raíces profundas en la cultura patriarcal, también el Estado tiene la responsabilidad de implementar políticas públicas eficaces que protejan a las mujeres y sancionen la violencia de género. En muchos países, ha habido avances significativos en la legislación sobre violencia doméstica y feminicidio, y en la creación de unidades especializadas en atención a las víctimas. Sin embargo, estas leyes no son suficientes si no van acompañadas de una educación integral sobre igualdad de género, campañas de concienciación masiva y la formación de los operadores de justicia para que puedan actuar de manera diligente, respetuosa y efectiva.

La sociedad civil también juega un papel crucial en la lucha contra la violencia de género. Los movimientos feministas, organizaciones no gubernamentales y activistas han sido fundamentales en visibilizar esta problemática, presionar por reformas legales y promover un cambio cultural. Sin embargo, el camino es largo y complejo, y la respuesta debe ser colectiva. El machismo no se erradica con una ley o con un par de declaraciones, sino con un cambio profundo en las estructuras sociales, educativas, laborales y familiares que perpetúan la desigualdad entre hombres y mujeres.

El Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer no debe ser solo una fecha simbólica, sino un recordatorio de que la lucha continúa todos los días del año. Las políticas públicas deben ser más agresivas, las leyes más estrictas, y la educación sobre igualdad de género debe comenzar desde las primeras etapas de la vida. La violencia contra las mujeres es un reflejo de la desigualdad estructural que aún persiste, y es responsabilidad de hombres y mujeres, actuar para eliminarla.

Es imperativo que, como sociedad, reconozcamos la violencia de género en todas sus formas y nos comprometamos a eliminarla. Cada vez que una mujer sufre abuso, es una herida abierta en nuestra humanidad. Debemos tomar acción colectiva, educar a las nuevas generaciones en el respeto y la igualdad, y crear espacios seguros donde nosotras podamos denunciar, ser escuchadas y recibir apoyo.

Solo a través de un compromiso profundo y constante, desde todos los sectores de la sociedad, podremos garantizar que el 25 de noviembre, más que un día de conmemoración, sea un día de celebración por la erradicación de la violencia contra nosotras.

Dra. Claudia Ivett Romero-Delgado.

Académica de la Escuela de comunicación de la Universidad Panamericana.

X: @Ivett5151

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