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Las memorias de Labastida
Es valioso que personajes de la vida pública decidan escribir su autobiografía para narrar sus experiencias de su paso de décadas por el servicio público. Simplemente desde el punto de vista de la historia política, siempre tendrán una narrativa interesante que sirva de lección y que sería un desperdicio que quedara en el olvido.
Ahora, Francisco Labastida Ochoa nos comparte La duda sistemática. Autobiografía política, que es un recuento detallado de su paso de 45 años como funcionario público al frente de tres secretarías (Energía, Agricultura y Gobernación), la gubernatura de Sinaloa, la embajada en Portugal, el Senado de la República y, desde luego, la candidatura presidencial del PRI. Es ante todo un texto que proyecta su honestidad, pues como señala Luis Rubio en el Epílogo, hay dos tipos de autobiografías: las que “sirven a los autores para exaltar su vanidad” y aquellas que narran sus vivencias para transmitir experiencias que puedan ser útiles. Este libro pertenece a ese segundo grupo. De entrada, es agradecido con quienes reconoce como sus tres mentores profesionales: Fernando Hiriart, Julio Rodolfo Moctezuma y Miguel de la Madrid.
La estructura del texto es amena al ordenar por contexto sexenal sus responsabilidades como funcionario público, abarcando ocho sexenios y aderezando la lectura con varias anécdotas personales no conocidas. Entre ellas, cuando enfrentó verbalmente a Echeverría: “Presidente, a usted le mienten, lo mal informan y usted les cree. Por ello saca conclusiones equivocadas”. O la anécdota chusca de cómo inventó los tacos gobernador. Otra es la ocasión cuando López Portillo le ofrece ser gobernador de Sinaloa y con toda honestidad lo rechaza: “Me parece irresponsable aceptar un cargo para el que no estoy capacitado”. Pero se preparó y aceptó la candidatura cuando se la ofreció Miguel de la Madrid en 1986.
Uno de los pasajes más agrios para el autor es la descripción de su campaña presidencial en 1999-2000. Siempre se opuso a que el método de selección del candidato fuese mediante un costoso proceso electoral, pues con ello el PRI llegó a la contienda descapitalizado. Además, narra cómo Zedillo no apoyó la campaña.
Al final del libro, Labastida destaca, con absoluta franqueza y cierta frustración, cinco experiencias sin resultados favorables y que le aportaron lecciones críticas: el intento por cambiar la política educativa, la propuesta de entrada al GATT, el fracaso de una racionalización de la política petrolera, los fallidos intentos por democratizar al PRI y los ideales expresados en su proyecto presidencial.
Qué bueno que Labastida hurgó en sus archivos personales y su memoria para entregarnos un fascinante testimonio de varias décadas de la historia política y económica del país. Fueron épocas, donde con todo y sus defectos, existía la institucionalidad, orden en las decisiones relevantes (por ejemplo, a través de la Subcomisión Gasto-Financiamiento) y un acervo de capital humano en el gobierno. Al finalizar la lectura, no deja de sorprender la rapidez con la que ahora se destruyen instituciones y se erosiona el capital humano construidos a lo largo de tantos años.