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El perdón

OpiniónEl Economista

El perdón es un elemento central en la narrativa del obradorismo. A finales de 2020, Andrés Manuel López Obrador presentó la “Guía ética para la transformación de México”, una especie de cartilla moral que define el perdón como una fuerza que “libera a quien lo otorga y a quien lo recibe”. Más allá de la postura cuasi religiosa de Andrés Manuel, el perdón ha servido como un instrumento retórico que la mayoría de las veces se queda en el terreno simbólico.

Me explico: López Obrador pidió al rey Felipe VI de España y al papa Francisco ofrecer disculpas a los pueblos originarios de México por los abusos cometidos durante la Conquista hace más de 500 años. Él mismo lo hizo con ocasión del Bicentenario de Independencia y de los siete siglos de la fundación de Tenochtitlan en el 2021. Este gesto tiene como propósito avanzar hacia una reconciliación histórica que reconoce las heridas del pasado, pues en el imaginario del presidente y sus seguidores su movimiento es, también, una transformación moral.

Sin embargo, en este caso, el perdón es sólo eso: un gesto simbólico que apela a ciertos valores y sentimientos. En otras sociedades, como en el caso de Colombia con la firma de los Acuerdos de Paz con las Farc en 2016, las disculpas y el perdón forman parte de mecanismos de justicia restaurativa, que tienen consecuencias concretas inmediatas. En el caso de México no. Aquí se trata únicamente del intento de López Obrador y ahora de Claudia Sheinbaum de utilizar el relato del pasado como un discurso político actual que aglutina en torno a la figura del líder.

Sin duda, la Conquista fue un proceso violentísimo en el que, por cierto, Hernán Cortés contó con algunos pueblos originarios como a aliados —tlaxcaltecas, texcocanos, totonacas, entre otros— para vencer a los mexicas. Pero más valioso que exigir disculpas por las acciones de los otros es conocer y comprender la historia desde ambos lados del Atlántico. Reconocer que México y el resto de Hispanoamérica no pueden entenderse sin el proceso de conquista y colonización de la monarquía española y viceversa. Más útil aún es atender lo que ocurre en el país hoy en día. Porque a pesar del voluntarismo de Andrés Manuel, ser indígena es, todavía, una condena a la miseria en México.

El perdón no alivia la marginación que viven millones de indígenas de este país. Aunque es cierto que las cifras de pobreza disminuyeron durante el sexenio obradorista, también lo es que las tasas de pobreza extrema —que por cierto no registraron ninguna disminución según el último dato disponible— son más elevadas en zonas rurales con población indígena. Menos acerca a la reconciliación que muchas de estas comunidades son víctimas de la violencia desatada por el crimen organizado en estados como Guerrero y Chiapas; o el hecho de que los reclamos y preocupaciones de diversos pueblos originarios fueron sistemáticamente ignorados cuando se trataron los proyectos insignia de esta administración, como el tren maya o el corredor interoceánico.

De la reciente crisis con España ni hablar. A mi juicio, un error diplomático elemental y, al mismo tiempo, un distractor coyuntural perfecto de lo que verdaderamente importa. Mientras la atención mediática se volcó en la pugna con España, temas relevantes merecieron mucha menos cobertura. Cito dos ejemplos para ilustrarlo:

En lo nacional, el aniversario de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Diez años después, aún desconocemos el paradero de la gran mayoría de los estudiantes. Como candidato presidencial, López Obrador prometió que sería distinto y, sin embargo, la deuda con las familias de los normalistas sigue vigente y, con cada aniversario, la herida social se agrava.

En el plano internacional, pocos medios nacionales o editorialistas subrayaron la expropiación de un puerto y una cantera propiedad de la empresa estadounidense Vulcan Materials en Quintana Roo, con la que Andrés Manuel mantuvo un pleito durante todo su mandato. Una acción que sin duda tendrá repercusiones en la relación bilateral con Estados Unidos, y que, entre disculpas y crisis sin resolver, hereda hoy Claudia Sheinbaum.

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