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Arte e Ideas

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El camino al Tlalocan, entre agua y destellos

Cómo se hizo el hallazgo del túnel milenario y de la sorprendente ofrenda.

Toda esa noche llovió en Teotihuacan. El incesante aguacero empapó las serpientes con plumas, las conchas y los caracoles marinos del templo de piedra gris. Chorros de agua alborotados por el viento, en una densa brisa, hicieron brumoso el cuadrángulo de 44,000 metros cuadrados de explanada de La Ciudadela, totalmente anegada. La humedad reblandeció el suelo y abrió un socavón de más de 80 centímetros de diámetro, justo en la dirección en que se pone el sol. Era la entrada que conduciría al paraíso debajo del Templo de la Serpiente.

Era octubre del 2003, cuando se desbordaron ríos, desgajaron cerros y reventaron presas en Hidalgo, Querétaro y Veracruz, donde además murieron por lo menos cinco personas a causa de las fuertes lluvias. Los mitos prehispánicos dicen que si alguien fallece ahogado o a consecuencia del agua, su alma se va al Tlalocan, el paraíso de Tláloc, y la representación metafórica de ese lugar es justo lo que descubrió el arqueólogo Sergio Gómez Chávez en medio de aquel torrencial aguacero.

Sergio Gómez tiene casi 55 años. Era un joven de 19 cuando conoció la arqueología; por problemas económicos tuvo que abandonar sus estudios de psicología y comenzar a trabajar como encargado del banco de datos de una investigación en Teotihuacan.

Su labor consistía en buscar libros y documentos para los especialistas, así se enamoró de la que sería su profesión. Ahora desarrolla uno de los proyectos arqueológicos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) más importantes del siglo: Tlalocan. Camino bajo la tierra.

La mañana en que el arqueólogo encontró la explanada de la Ciudadela de Teotihuacan como laguna y el hoyo frente a la pirámide adosada al Templo de la Serpiente Emplumada, estaba ya en el umbral del descubrimiento que la lluvia de toda la noche le había puesto en las manos, como un presente divino.

En ese momento, sin saber todavía nada, pidió a 14 trabajadores que lo sostuvieran con una soga vieja amarrada a su cintura, y así, se deslizó por el vacío hacia el fondo de la tierra. A los 13 metros de profundidad sus pies se mojaron, no podía encender su pequeña lámpara. Entonces comenzó a palpar hierba y lodo. Emanaba un penetrante olor a podrido.

Cuando la cuadrilla de trabajadores terminó de limpiar el socavón, el arqueólogo ingresó por segunda vez. El reloj marcaba mediodía.

Abajo todo era derrumbe. Piedras y más piedras apretadas en una gran oquedad que conduciría a otro espacio. A través de un pequeño hueco entre las rocas y la bóveda del techo, el hombre se deslizo medio metro y por una rendija vio un túnel.

Comenzó a sentir mucha angustia, pensó: esto se puede caer y aquí te mueres . Antes de salir pidió a los trabajadores que le bajaran la cámara fotográfica para captar la imagen.

Después, durante una semana no pudo dormir.

Obra monumental? de ingeniería prehispánica

El túnel es una obra monumental de la ingeniería prehispánica: fue construido hace 2,000 años, a más de 13 metros de profundidad en la matriz de la roca, a golpe de mazos, cinceles y barretas de tecnología antigua, herramientas que dejaron su huella en la piedra.

Su apariencia es la de una gruta recta, sin estalagmitas, ni estalactitas, de techo abovedado y suelo en desnivel, arenoso y lleno de piedras. Mide 103 metros de longitud, 2.40 de alto y cuatro metros de ancho.

El pasaje había sido clausurado en dos ocasiones por los teotihuacanos. La primera, entre el 150 y 200 de nuestra era, con 18 muros transversales construidos con piedras pegadas con barro, separados entre sí por una distancia de uno a 1.50 metros.

La segunda, entre los años 250 y 300, luego de que otra generación de teotihuacanos había vuelto a ingresar quizá por razones de cambios religiosos y políticos.

Esa segunda vez, el túnel se cerró con tierra y piedras de grandes dimensiones, fragmentos de esculturas representando aves y partes de un templo destruido. El arqueólogo encontró rastros de ambos acontecimientos.

Despejarlo no fue fácil, sino una proeza de la ciencia arqueológica apoyada en las nuevas tecnologías y el arte de resolver problemas.

También un logro de la multidisciplina, pues en la exploración interviene un equipo de especialistas en diversas áreas de la ciencia, desde la arqueología hasta la física e ingeniería robótica.

El primer reto fue localizar la entrada principal, porque el hueco por donde Sergio Gómez miró por primera vez el pasadizo era un segundo acceso imposible de traspasar.

Cuando en el 2009 el equipo de arqueólogos del INAH retiró la lápida grabada con una forma de ave que cerraba el acceso al túnel, a 13 metros de profundidad, tuvo ante sus ojos la primera de 48 ofrendas colocadas a lo largo del pasaje.

Para entonces, Sergio Gómez ya tenía una idea de la extensión del subterráneo, por los estudios realizados por el Instituto de Geofísica de la UNAM con un georradar, pero no tenía la certeza de todo lo que revelaría.

Luego, comenzó el reto más difícil: excavar aquel pasaje de sólo cuatro metros de ancho. Después de quitar la lápida que selló la entrada por 1,800 años y levantar la primera ofrenda comenzó la odisea de retirar muros, pues conforme se excavaba uno quedaba a la vista el siguiente. Había que mover las tapias lentamente, sorteando cualquier riesgo de derrumbe.

Por eso, durante las temporadas 2010 y 2013 fue necesario sumar al equipo humano un par de robots, Tlaloque y Tláloc II-TC, diseñados por Armando Guerra Calva, ingeniero del Instituto Politécnico Nacional, para planear la estrategia de excavación.

El recorrido de los primeros 35 metros realizado por Tlaloque en noviembre del 2010, equipado con dos cámaras de video, representó un hito en la arqueología mexicana, pues era la segunda ocasión en el mundo en que un robot participaba en una exploración arqueológica; Djedi lo había hecho por primera vez apenas meses antes en la pirámide de Keops, en Egipto.

Con la ayuda de la robótica se evaluó la posibilidad de ingresar al túnel sin riesgos y a través de un diminuto escáner se trazó un mapa detallado del recorrido.

A partir del metro 73 el túnel se hace más profundo. Dos grandes escalones nos conducen a la parte más sagrada, refiere Sergio Gómez. En el metro 77 inicia el último tramo.

Cuando la excavación arribó a ese punto ya sólo faltaban 26 metros para llegar a las tres cámaras al final del pasaje, indicadas desde la superficie por el georradar, pero la exploración se hizo más complicada por el exceso de humedad y calor, producido por los reflectores que usaban para alumbrarse. El tránsito era muy incómodo , recuerda el arqueólogo.

Para el 2013, el pasadizo ya se había transformado en una mina por donde entraban y salían hombres con casco y botas de campo, palas y picos, con una gran escalera metálica por la cual descender. Pero el ras del piso seguía siendo un lugar sagrado, repleto de objetos votivos colocados exactamente como los dejaron los hombres que vivieron en Teotihuacan entre el 150 y 300 de nuestra era.

De las mayores ofrendas descubiertas en Teotihuacan

Se rescataron alrededor de 70,000 objetos. Casi 4,000 figuras de madera, miles de semillas de diferentes especies, cuatro depósitos de grandes caracoles y cientos de piezas de obsidiana fueron el preámbulo de una de las mayores ofrendas encontradas a la fecha en Teotihuacan, relata Sergio Gómez.

En el metro 97 hallaron tres extraordinarias esculturas femeninas y una masculina elaboradas en piedra verde, dos de ellas mirando hacia donde convergen las tres cámaras . Las esculturas estaban acompañadas de una caja de madera, representaciones de dientes hechos en concha, decenas de caracoles marinos, cuentas de pirita y ámbar y pelotas de hule, entremezcladas con huesos de grandes felinos, alas de escarabajo y fragmentos microscópicos de piel humana.

Algunas de las ofrendas fueron depositadas en los espacios entre un muro y otro.

La segunda clausura fue ritualizada con más objetos ofrendados, unos colocados ordenadamente y otros arrojados al azar, como es el caso de collares de cuentas de piedra verde, pizarra y concha, garras y colmillos de felino, que debieron portar quienes clausuraron el túnel y al momento de salir decidieron dejar como ofrecimiento.

La exploración se prolongó cinco años (2009-2013), durante los cuales se sacaron 970 toneladas de tierra y piedra de manera manual, en cubetas de plástico.

La representación metafórica del Inframundo

Sergio Gómez asegura haber descubierto la representación metafórica del inframundo de Tláloc. Propone que el túnel pudo ser el elemento más importante y sagrado en torno al cual se hicieron las primeras edificaciones de Teotihuacan. Su construcción ocurrió durante la Fase Tzacualli, entre los años 1 y 100 dC.

Enseguida detalla que los antiguos teotihuacanos ubicaban el paraíso regido por Tláloc al oriente del universo, por donde sale el Sol. Lo describen en sus mitos como un sitio de abundante agua y alimentos frutales, maíz y chía, bajo un cielo estrellado.

El arqueólogo pudo ubicar la entrada al Tlalocan en el metro 77 del pasaje, donde comienza a descender el nivel del piso y la bóveda del techo es tan baja que parece simular el acceso a una cueva.

De ahí en adelante la profundidad va de los 14 a casi 16 metros bajo tierra. El pasaje termina donde confluyen las tres cámaras, al oriente de La Ciudadela.

En los muros, la bóveda y los pisos del pasaje se conservan pequeños conglomerados de polvo que al contacto con una fuente de luz destellan un brillo tenue, como azulado. Es una mezcla de minerales (pirita, hematita y magnetita) preparada por los teotihuacanos para simular un cielo estrellado, explica Sergio Gómez.

En las paredes del tramo más profundo se distinguen unas franjas oscuras. Son las marcas que dejó el nivel del agua que ahí se concentró durante años, dice el arqueólogo, por eso piensa que ese espacio fue realizado para ser inundado.

La entrada a aquel inframundo morado por Tláloc se realizaba desde el oeste, por donde el Sol se pone, dice el mito. Es ésta la dirección en la que los teotihuacanos construyeron la entrada principal al túnel que Sergio Gómez define como un camino sagrado que conducía al Tlalocan.

Las investigaciones continúan. Sergio Gómez dice enfático que su equipo no ha renunciado a la hipótesis de que en este lugar podrían encontrarse los restos mortuorios de quienes hace más de 1,800 años se pensaban dioses y reprodujeron en la tierra la forma como se concebía el cosmos.

Sería la primera tumba de dignatarios que se encuentra en Teotihuacan, la ciudad de los dioses.

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