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Arte e Ideas

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El viajero en el tiempo no reconoce el pasado

En la instalación de Erick Beltrán, la memoria mexicana se activa y retrata un país que no siempre es el que nos han contado.

Imaginemos un cuento de la ciencia ficción más existencial. Uno en el que el viaje en el tiempo siempre es una imposibilidad anhelada. Aunque suceda, el fracaso acompaña al viajero: el pasado no es como lo recuerda, porque no es su pasado, el registro único que guarda en su memoria, sino una mezcla incontrolable de eventos de los que no formó parte, aunque los conoce de manera vicaria o paralela a su vida.

Ese pasado caótico, lleno de posibilidades que no fueron exploradas y ni siquiera se conocieron es tan incontrolable como el futuro o como el presente. El viajero en el tiempo puede toparse con su doble, su fantasma añejo. El horror máximo es no reconocerse a sí mismo: nuestro doble no tiene ni siquiera aire de familia.

Atlas Eidolon, la instalación de Erick Beltrán en el Museo Tamayo, invita al viaje en el tiempo. Cinco aros que giran, como un gran modelo de una molécula, como si marcaran las múltiples trayectorias de un electrón.

En realidad los aros son un rompecabezas. Están llenos de imágenes fotográficas, claramente de corte periodístico, que recogen hechos del pasado cercano (y no tanto) de México. Los anillos giran y enciman imágenes, cambiando narrativas de manera constante. El pasado se acerca y se aleja. La muerte de Zapata puede tocarse con una imagen de un discurso de AMLO, la extracción de significados múltiples está en la imaginación de quien mira.

UN DOBLE O UN ESPECTRO

Un eidolon es un doble o un espectro, la proyección de una persona muerta. Atlas es el titán que sostiene al mundo sobre sus hombros y en el renacimiento se dio por nombrar como atlas a los grandes mapas. En este caso, en Atlas Eidolon, Beltrán está tratando de crear una cartografía del pasado de un México lleno de fantasmas.

La psique colectiva de un país se puede medir por su bagaje iconológico , ha dicho Beltrán. Lo interesante de Atlas Eidolon es que ese fondo de imágenes pueden también sentirse ajenas, como si contaran la historia de otro país distinto al propio.

Hay claramente un discurso ideológico que se explica con el resto de las piezas. Diagramas que hablan del presente político nacional y un llamado a observar con lupa las construcciones de poder bajo las que vivimos: grandes transnacionales, el grupo político de Toluca, los grandes discursos presidenciales.

Puede leerse como una obra política, sin duda, y también como una deconstrucción de la representación, de cómo se retrata a los poderosos en los medios, de cómo se nos ha narrado la historia y del derecho que tenemos a reconstruir nuestro pasado desde perspectivas novedosas, que enriquezcan nuestro presente. La historia es, después de todo, algo que se construye a través de documentos y evidencia. Más nos vale ser capaces de criticar a nuestras fuentes de información.

El viajero ve girar los anillos del tiempo. Se ve pasar a sí mismo en ese carrusel enloquecido. Quizá no se reconozca del todo, pero sabe que en ese teatro del horror que es el pasado tuvo su papel.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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