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Arte e Ideas

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En el paredón. Chichén Itzá: el descaro histórico

El INAH, el INBA y demás autoridades son incapaces ya no de reformar, sino al menos de ordenar el aparato cultural del Estado. Solapan desvergonzadamente los intereses económicos (tanto legales como ilegales), que surcan a las zonas arqueológicas. Chichén Itzá es tan sólo una víctima más.

Los procederes de la gobernadora de Yucatán, Ivonne Ortega, cual Gastón Billetes; de su operador a través del simulacro de paraestatal que es el Patronato Cultur, el controvertido heredero del cerverismo, Jorge Esma, y de los calculadores personeros empresariales que les secundan en el enjuague entre negocio, esparcimiento y cultura, esperamos saque de su letargo a la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados. Su presidenta, Kenia López, quizá ahora se anime a retirar la ingenua propuesta de una Ley General de Cultura para cerrar con broche de oro el fiestón Bicentenario.

En acto de contrición, algún viejo priísta, de esos que saben de los daños que hicieron al país durante su dominio absoluto, podría intentar explicar porqué a los institutos nacionales de Antropología e Historia y de Bellas Artes y Literatura (vejestorios que nadie se atreve a jubilar), se les dejó fuera de los cambios estructurales y presas de un sindicalismo voraz y fundamentalista.

Tales para cuales, congresistas, jefes del Ejecutivo, secretarios de Educación, primero con subsecretarios de Cultura y luego con presidentes del Conaculta, así como directores del INAH y el INBAL, en el despreciable historial de incompetencias que suma décadas, son responsables del desastre que priva en sus ámbitos de intervención.

Autoridades que fueron y que son incapaces no sólo de reformar a los jurásicos institutos y sus andamiajes legales, tampoco pueden reordenar el aparato de Estado en cultura. Dieron su beneplácito y no dejan de amamantar por igual la legalidad e ilegalidad de intereses económicos que surcan, podemos ver con estupefacción, a las zonas arqueológicas. Y qué decir de la arena política a la que dan cabida: la partidocracia aplica la sentencia de que según el sapo, la pedrada.

Dirán los yucatecos Ortega y Esma: El que acuerda pegar primero, pega dos veces. Y bajo el síndrome convenido del avestruz, Calderón, Lujambio, Sáizar y de María: los mirones son de plástico. Y los paladines del patrimonio: No hay peor escándalo que el que no se hace.

El brebaje empresarial a la yucateca se suma también a un diálogo por años pospuesto. El que acuerda y pacta el modelo de economía cultural que corresponde al abundante acervo patrimonial con que cuenta el país. Tal imposibilidad revela cuán lejana está la concordia en uno de los componentes de la inmaculada identidad nacional.

Si tuviéramos actores sociales y políticos de buen cuño, lo que se enarbola en Yucatán (lo de Peña Nieto en Teotihuacán simplemente palidece) debería ser el mejor pretexto para la tarea sustantiva que impone el descomunal proyecto: dar el revolcón que la política cultural, los marcos legales y la institucionalidad demandan. Legislar con la amplitud y seriedad que se le otorgan a otras reformas.

Si nuestro modelo de intervención del Estado en cultura fue el francés, quisiera ser el español o mejor virar hacia el norteamericano, la pobreza del país pone en evidencia que la hibridez acaso sea la salida. Ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre. Ni ruinas virginales ni antros al pie de la pirámide.

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