Buscar
Arte e Ideas

Lectura 8:00 min

La R

A veces es difícil aceptar que las cosas no son como uno cree o como uno quisiera que fueran.

Por Leopoldo Valiñas

A veces es difícil aceptar que las cosas no son como uno cree o como uno quisiera que fueran. Sin contar a los ovnis, los fantasmas y el deseado bono de los diputados, en muchas situaciones la realidad no coincide con lo que vemos o creemos que debe ser.

Esto sucede también con los idiomas —y, en especial, con los que se escriben—. Caso concreto: una cosa es hablar y oír una lengua, y otra muy diferente escribirla y leerla. Esto se constata al ver que en los ámbitos escolares existe gente que lee inglés, pero no sabe ni escribirlo ni hablarlo ni oírlo, o al comprobar —cuando vemos que los sordomudos pueden ser alfabetizados— que hablar y escribir son dos actividades muy diferentes y autónomas.

Letras y signos

En la escritura hay letras y signos, no más. En un idioma lo que se escribe son palabras, no letras. Por ello es que las letras no suenan —contra lo que pensamos— y por esto mismo es que una misma palabra escrita puede ser pronunciada de maneras bien diferentes.

Las letras sólo existen en la forma escrita y no en el habla. Afirmar que alguien habla con faltas de ortografía es como aceptar que sacarnos una foto tamaño infantil nos hace ver más niños. Lamentablemente, cuando hablamos de un idioma, por lo regular lo que hacemos es referirnos a su forma escrita. Si de por sí es difícil entender la forma hablada, mucho más difícil es explicarla utilizando, precisamente, la escritura.

La razón es obvia: nos cuesta trabajo «ver» lo hablado. ¿Qué se entiende cuando digo, por ejemplo, que en el español hablado se pronuncian ocho erres distitas? Las erres de rojo, árbol, corcho, Israel, ser, dragón, caro y carro se pronuncian, todas ellas, diferente —esto, sin contar con la velocidad del habla ni el frenillo ni el origen o el estado de ánimo—. ¿Cómo entender que son ocho si sólo vemos dos: una simple y una doble?

Esta pluralidad de sonidos de erre contrasta con su efectividad comunicativa, ya que la diferencia sólo es relevante cuando van entre vocales. Por eso es que ortográficamente la regla es muy simple: entre vocales se usa la ere cuando representa un sonido «suave» y la erre cuando va en lugar de uno «fuerte». Así, coral y corral, quería y querría o cero y cerro se distinguen tanto por su pronunciación como por su escritura. En los demás casos —en todos los demás casos— la diferencia es irrelevante y por lo tanto nomás emplea una, la ere, dejando que cada hablante siga pronunciando sus eres como quiera, pueda o sepa —por ejemplo, recorrer.

Erre con erre, cigarro...

Esto ya lo sabemos aunque no lo sepamos. Por eso es que, sin problema alguno, reconocemos la evidente diferencia de pronunciación de la ere en brazo y subrayo, a pesar de que en ambos casos va después de una be —o compárese con subrepticio, que comienza igual que subrayo—. Esta discrepancia entre lo hablado y lo escrito nos puede provocar algunos problemillas sólo cuando comenzamos a ser alfabetizados y a meternos con las llamadas reglas ortográficas. Queremos doblar la ere de enroque —porque se oye fuerte— o hacemos como cochecito, ¡rrr!, cuando vemos una erre al final de alguna palabra —por ejemplo, en Marr—, creyendo que esa doble ere en realidad representa una erre... cuando la podamos pronunciar como la de moro o la de morro —lo mismo que sucede con la palabra mar, se puede pronunciar mar o marr y el mar seguirá siendo el mismo.

Debido a su carácter visual, la escritura también sirve para ser vista. Diferencia más sutil de lo que puede pensarse. La vista es, aceptémoslo así, simplemente el percibir con los ojos, mientras que la lectura —un proceso mucho más complejo— busca obtener información lingüística. Por eso al leer en ocasiones «ignorando» o no vemos nuestros errores o faltas de ortografía. Por eso es que casi todos los citadinos de México, cuando vemos que un pesero dice CU, leemos Ciudad Universitaria o ce u, y no cu. Por eso es que ni siquiera nos animamos a pronunciar una palabra desconocida que estamos viendo —por ejemplo, con los nombres de personas o del lugar que provienen: Texcadho, Xhitha o Tosté, comunidades otomíes de Hidalgo.

En este rejuego entre el ver y el leer, las erres se ven atrapadas. En Hermosillo, una ruta de camiones es la multirutas —aunque toda la gente al referirla la llama «el multirrutas»—. ¿Qué decir del «famoso» libro de las biorutas que se anunciaba de las biorrutas?

O el tendeReto que un detergente publicitaba. En este caso, apelando a la parte visual, se escribe una ere, pero mayúscula, manteniendo visible la palabra reto —que es lo que interesa focalizar—. Porque la escritura también es para verse.

A propósito: para la Real Academia existe una sola letra: la r, la cual puede llamarse ere o erre. A mí me enseñaron que la ere era la r y la erre, la rr; pero, es cierto, en general es difícil aceptar que las cosas no son como uno cree o como uno quisiera que fueran.

La r de Algarabía

El sonido /rr/ es el pie del cual cojea todo extranjero que pretende aprender español: casi ningún angloparlante la puede pronunciar y pocos orientales dejan de suplirla por una l: «una lata es un latón que cole cole», dice el chiste. Incluso, no todos los hispanohablantes son capaces de reproducirla correctamente; el Manual de la pronunciación española, de Navarro Tomás, dedica dos capítulos enteros a las incorrecciones y errores frecuentes en la pronunciación de la r.  Recordemos cómo a los niños que se inician en el habla suelen sustituirla por otra letra más fácil como la d o a la elle y dicen pello o pedo en lugar de perro. La r es capaz de delatar la cantidad de alcohol ingerido por un sujeto borracho y parrandero al no poder generar vibrantes simples y, mucho menos, múltiples.

ALGARABÍA PARA RECORDAR

2001, un año para recordar

Éste es un año que no olvidaremos: la mayor potencia militar y económica mundial sufre ataques terroristas inimaginables. En Holanda aceptan los casamientos entre personas del mismo sexo. Y en el ámbito científico, se logra determinar dos interesantes cifras, una a gran escala: la edad del universo; y otra a pequeñísima escala: la cantidad exacta de genes que tiene un ser humano. Así inicia un nuevo milenio, y con él, otro año para recordar.

• Celebrando el arcoíris. 1° de abril: En Holanda se celebran los primeros matrimonios homosexuales con plenos derechos de todo el mundo.

• Espanto mundial. 11 de septiembre: Atentados simultáneos contras las Torres Gemelas, en Nueva York, y El Pentágono, en Virginia. La autoría de estos ataques se atribuye a extremistas islámicos pertenecientes a la red Al Qaeda y a su líder, el súper villano Osama Bin Laden.

• En represalia. 7 de octubre: EE.UU. y sus aliados invaden Afganistán.

• Milagro en el cielo. 31 de enero: Chocan en pleno vuelo, un Boeing 747 y un McDonnell Douglas DC-10 de la Japan Airlines: hay 99 ocupantes heridos, pero sobreviven todos.

• Vengo del Paraíso. Dennis Tito, magnate estadounidense y exingeniero de la NASA, de 62 años, paga 20 millones de dólares a la Agencia Espacial Federal Rusa por el viaje y estancia en el espacio. Despegó de la ciudad de Baikonur, Kazajistán. Dos días después regresó a la Tierra diciendo: «Vengo del Paraíso».

• El «enemigo» en casa. 28 de marzo: En la Cámara de Diputados en San Lázaro, la comandanta Esther, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, pronuncia un discurso por la paz en Chiapas; al terminar todos los diputados entonan el Himno Nacional.

• Desentrañando las entrañas. 11 de febrero: En EE.UU., el análisis del genoma confirma que el ser humano tiene poco más de 30 mil genes.

• Innovando. 23 de octubre: Sale al mercado el primer iPod Primera Edición, caracterizado por la mecánica clic wheel.

• La edad del universo. Se tiene la estimación más precisa de la edad del cosmos: 13 700 millones de años. Se consigue con una sonda diseñada especialmente para medir y analizar la radiación cósmica de fondo, es decir, los restos del Big Bang.

• Se agacha y se va de lado. En Pisa, Italia, se reabre la Torre de Pisa despuñes de diez años de trabajo.

• Estúpidos hombres blancos. El libro Stupid White Men, del cineasta Michael Moore, critica en tono satírico a la sociedad y la política estadounidense, sobre todo al gobierno de George W. Bush.

Temas relacionados

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Últimas noticias

Noticias Recomendadas

Suscríbete