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Medio siglo se celebra con lo imprescindible
La nueva exposición del MAM es un libro de historia del arte mexicano en vivo y a todo color.
Pocas veces puede verse tan claro el papel de una institución en el plan maestro de un país como en las exposiciones con las que el Museo de Arte Moderno (MAM) celebra sus 50 años.
El museo nació como parte del intento de modernizar a México. En 1964 nuestro país entraba a la adolescencia y no tenía lugar para sus adolescentadas, es decir, no tenía un espacio para el arte posrevolucionario, el arte de los jóvenes nuevos, creadores, incendiarios, pubescentes como el país.
Artistas juveniles como Rufino Tamayo, Raúl Anguiano, María Izquierdo, José Luis Cuevas que se exhibieran junto a los maestros de la posguerra, entre ellos Siqueiros, Rivera, Orozco. Y de los maestros y nuevos clásicos del arte contemporáneo de todo el mundo como Henry Moore y Pierre Soulages.
Es la entrada a un México fundacional. El MAM se crea como una cornisa al mundo, al valiente mundo nuevo de la segunda mitad del siglo XX.
El MAM celebra con dos exposiciones. La primera le rinde homenaje a su padre, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, uno de los grandes creadores del paisaje urbano mexicano. El homenaje es la exposición Ramírez Vázquez, inédito y funcional, que muestra algunos de los trabajos menos conocidos del arquitecto (aunque los más famosos, como la Basílica de Guadalupe y el Museo de Antropología tienen su lugar discreto), su personalidad, su hobby de tallador de vidrio. La museografía recrea el ambiente de un despacho de arquitectos circa 1960. En aquella época se entendía como moderno y elegante.
La exposición de Ramírez Vázquez es sólo un aperitivo. El plato fuerte es la segunda exposición.
El parto del museo fue un salto al vacío, pues nació sin acervo. Se fue nutriendo poco a poco de encargos, obras in situ (como su jardín de esculturas que será renovado) y adquisiciones directas.
Para celebrar, el MAM se metió al ropero (su completo acervo) y sacó las 50 obras más importantes de su colección, las que son emblemáticas.
El arte mexicano antes?del cliché
50 años/50 obras es un recorrido por las piezas imprescindibles del acervo del MAM. Y de verdad que son imprescindibles. Todo mexicano las ha visto en libros escolares, postales y reproducciones de diversas calidades en hoteles, salas de estar y oficinas.
Están todos. OGorman y su Ciudad de México , ésa en la que un ingeniero nos da la bienvenida a esta ciudad en obra. Están Las dos Fridas de Kahlo, una pintura que pasa tanto tiempo de viaje que es una rareza verla exhibida en México. Hay obras de Diego Rivera, como su retrato de Lupe Marín. De Siqueiros está la impresionante El diablo en la iglesia y de Orozco, La primavera , que no es una de sus obras más conocidas, pero sí una de las más poderosas.
Están todos los personajes de la plástica del siglo XX. María Izquierdo y Angelina Beloff, Raúl Anguiano (por supuesto que está expuesta La espina ), Remedios Varo, Leonora Carrington, la revolución que fue Tamayo.
Lo mismo está presente esa melancolía campesina que tanto nos sabemos de memoria (recorrer esta exposición se siente como un déjà vu, estamos viendo el nacimiento del lugar común mexicano) y los graduales escarceos de nuestros artistas con la vanguardia, con el arte del mundo. Son 50 maneras de experimentar, de inventarse un arte nuevo que luego sería retomado y repetido hasta el cliché.
Antes de la copia existió, claro, el original. 50 años/50 obras es la oportunidad de abrir el libro de historia del arte en la primera página, antes de cansarse de la repetición ad náuseam de un estilo.