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Vuelve el Tamayo
Un ambicioso proyecto hace que un espacio de exhibición lo sea también de convivencia y aprendizaje; se inaugura con seis nuevas exposiciones.
A la entrada del Museo Tamayo hay un contador electrónico con seis ceros. Ya todo está listo para que el aparato registre al primer visitante del nuevo Museo Tamayo.
Este 26 de agosto, tras un largo año de trabajos de remodelación y expansión que mantuvieron cerrado el museo, de nuevo el Tamayo vuelve a ser el Tamayo, toda una institución del arte contemporáneo internacional, además de ser un paseo dominical obligado para todo aquel que visite el Bosque de Chapultepec.
Unos 84 millones de pesos se gastaron en la obra del museo. A sus 31 años, el Tamayo se siente renovado, con la frescura de los edificios nuevos, aunque quien conozca bien el recinto de primera vista sentirá que no ha cambiado mucho. Hay que recorrerlo entero para entender lo ambicioso del proyecto. Ahora el Tamayo no sólo es un museo, es también un espacio de aprendizaje y de convivencia.
Lo más vistoso es la bonita terraza de la cafetería que da directamente al arbolado de Chapultepec. Muchas de las áreas remodeladas tienen vista al bosque. Era una gran oportunidad desaprovechada en el edificio original: ahora en vez de cerrarse, el museo se abre a Chapultepec. Todo el espacio circundante al museo ha sido renovado; en vez de senderos de tierra, al Tamayo ahora se llega por un cómodo camino de concreto, ideal para las bicicletas (cerca hay un espacio para estacionarlas). El arbolado se ha respetado y hay más plantas.
Entre los nuevos espacios del museo está un espacioso taller para todo público, tres nuevas salas de exposición y la sala de consulta Modulario, donde los visitantes pueden investigar y conocer más del arte contemporáneo.
Y como debe de ser, el Tamayo se inaugura con arte. Seis nuevas exposiciones. Un banquete pantagruélico de discursos plásticos. Revisemos cinco de ellas.
TAMAYO Y SU CAMINO AL ANDAR
No podía ser de otra forma: la primera exposición del nuevo Tamayo es una retrospectiva de la obra de Rufino Tamayo.
Pero si cree que ya se la sabe de memoria, tiene que visitar Tamayo/Trayectos porque no se trata de la revisión de las obras usuales de la carrera de Tamayo. Muchas de las obras presentes son desconocidas por el gran público; algunas pertenecen a colecciones privadas, otras están en el extranjero (especialmente en Estados Unidos), algunas más son de colecciones de otros museos nacionales como el Nacional de Arte y el de Arte Moderno.
El guión curatorial da más importancia a los temas de Tamayo que al recorrido en orden cronológico. Empezamos con las naturalezas muertas, las sandías, claro está, ocupan toda una pared. Pero seguimos con pinturas desconocidas, como la bella Diálogo , que pertenece al Museo de Arte Contemporáneo de los Ángeles (LACMA, por su sigla en inglés).
A Tamayo siempre le interesó alejarse de la belleza convencional. Podemos atestiguarlo en sus desnudos femeninos que ocupan otra sección entera de la exposición.
Interesante e igualmente novedosa es lo que podemos llamar la sección filosófica de los tamayos. En estos cuadros, Tamayo quiso estampar sus preocupaciones con respecto a la condición humana, la tragedia de la guerra y el miedo al fin del mundo. Cataclismo captura ese miedo y el contexto histórico de la obra: un volcán estalla y proyecta sobre el cielo barras y estrellas de un rojoazulado que alude necesariamente a la bandera estadounidense.
Tamayo/Trayecto cierra con dos obras simbólicas. El muchacho del violón es una alegre declaratoria de vida: fue la última obra que Tamayo completara antes de morir. Ofrenda de frutas de 1987 es un regalo para el visitante; los frutos de la vida de Tamayo son nuestros y hemos de disfrutarlos.
JUGUETES PARA LEONES
Ryan Gander (Inglaterra, 1976) hizo ex profeso para la reinauguración del Tamayo una exposición con un título de juguetería erótica: Boing, boing, squirt.
Se trata de una colección de obras que juegan con referentes al cine (en especial a Blow up! de Michelangelo Antonioni), la arquitectura, la obra reciente de otros artistas y a otros juegos mentales y visuales.
La pieza principal de Boing, boing, squirt no está en el Tamayo, sino en el zoológico del Bosque de Chapultepec, en la jaula de los leones para ser precisos. Gander construyó lo que cualquier dueño de un gato doméstico puede reconocer como un poste rascador gigante. Ahora y de manera permanente, los leones de Chapultepec podrán afilarse las garras sin tener que salir de su jaula.
UNA FIESTA PARA PECES CIEGOS
El día del ojo de Pierre Huyghe es, de todas las exposiciones, la más rara. A partir de diversas experiencias al azar con México, Huyghe explora la invisibilidad.
¿Cómo? Investigando recuerdos de esos que se tienen muy escondidos en la memoria, explorando el mundo en pos de fenómenos naturales y culturales que existen, pero en su cotidianidad se vuelven invisibles. Huyghe ha rescatado como parte de su exposición varias esculturas de Tamayo, muchas de ellas de inspiración prehispánica. Algunas de esas piezas Huyghe las había conocido en un viaje a México en los 80.
Como obra central, El día del ojo nos enfrenta a lo extraño: un estanque de peces ciegos rodeados de piedras volcánicas que flotan. Es, como la describe el texto curatorial, una escultura acuática que es una mirada a mundos subterráneos, ya sean reales o imaginarios .
EL FUTURO YA NO ES IGUAL ?QUE ANTES
La colectiva El mañana ya estuvo aquí es, de todo el menú Tamayo, el plato más extenso y atractivo. Es una selección de obras de los 50, 60 y 70.
La modernidad recién nacida. El recorrido inicia con una obra contemporánea del peruano Fernando Bryce, que en 10 dibujos recorre la vida y aportes del filósofo alemán Walter Benjamin. Las advertencias benjaminianas que ocupan cada dibujo sirven como alarmas contra un porvenir que se antoja furioso y gris.
No es el que resto de las obras confirme las sospechas de Benjamin, pero vistas a más de 50 años de distancia, algunas se ven ridículas, otras ingenuas. Sólo algunas conservan su aire estrambótico, aerodinámico y ultrapromisorio. Entre los temas que la exposición explora están la Guerra Fría, la carrera espacial y el surgimiento de urbanizaciones utópicas y modernistas como, por ejemplo, Tlatelolco con su torres de Banobras, hoy abandonada.
EL MATEMÁTICO QUE CREÍA ?EN EL DIABLO
Omar Torrijos, el dictador militar de Panamá, se encontró un día de 1979 con el Shá de Irán. Dicen que el Shá, que estuvo exiliado en la isla panameña de Contadora durante tres meses, tuvo con Torrijos una amena charla. Sólo hay un testigo de ese encuentro, ninguna otra evidencia. El testigo fue el guardaespaldas de Torrijos, José de Jesús Martínez, alias Chuchú.
Pero Chuchú es algo más que el guarura de un dictador. Matemático, filósofo marxista, maestro de lógica: Chuchú se hablaba de tú con los números como con los militares. El guardaespaldas numérico tenía otra peculiaridad: creía con fe que el diablo existía. No era un fe ciega: lo había comprobado con los números.
Michael Stevenson (Nueva Zelanda, 1964) explora no sólo la figura de Chuchú en el video Nueva matemática, sino que continúa con su exploración de la vida de Mahammed Reza Pahlevi, el último Shá de Irán.
concepcion.moreno@eleconomista.mx