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Arte e Ideas

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Ya se va el ferrocarril

Nada más nostálgico que ver pasar el tren. Vivo en cierto barrio del Estado de México, un barrio de clase media baja que está, por caprichos de la urbanización, a la vera de una vía del tren de carga, como son ya casi todos los que todavía circulan en México.

Nada más nostálgico que ver pasar el tren. Vivo en cierto barrio del Estado de México, un barrio de clase media baja que está, por caprichos de la urbanización, a la vera de una vía del tren de carga, como son ya casi todos los que todavía circulan en México. Ah, ver pasar el tren: un vínculo necesario con el pasado, cuando don Porfirio decidió que la industrialización del país pasaba necesariamente por los durmientes de una vía. A veces estoy escribiendo de madrugada y se oye el silbato que despierta a toda la colonia. Yo doy un respiro largo y sueño.

Pero no todo es soñar con trenecitos de juguete que de súbito se vuelven reales. La realidad, como siempre, da una cachetada. No es raro ver por acá a inmigrantes centroamericanos recién bajados del techo de los carros.

Se ofrecen a hacer trabajos de poca monta a cambio de unos pesos, a veces sólo de una comida: se mueren de hambre. Viven la peor de las discriminaciones. Casi nadie les abre la puerta, ni siquiera los voltean a ver cuando enseñan su papeleta de identidad que los acredita como ciudadanos salvadoreños, hondureños, guatemaltecos.

El tren corre entre el pasado y el presente. ¿El futuro? El Archivo Gustavo Casasola nos arroja al pasado, cuando el ferrocarril era el rey. Las vías vacías nos recuerdan que lo hemos dejado atrás. Adiós, trenecito, tan lleno de intriga, esperanza y tragedia.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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