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¡Qué tiempos aquellos!, cuando eras la reina
María Espinoza, ayer en Guadalajara, miró con nostalgia desde la tribuna el tatamí, que ya no es suyo.
Guadalajara, Jal. Se le mira en la última butaca del gimnasio. Apacible. Se ha cansado de tomarse fotos con quien la reconoce, ha sido el precio de significar tantas y tantas cosas para un país que había querido verla triunfar y la vio hacerlo. María Espinoza intenta pasar inadvertida. Resiste las cuestionadoras miradas de la prensa: que si viene apoyar a Guadalupe Ruiz, que si son tales sus cualidades y que si le duele no estar ahí mismo, ahora, en el tatami.
A unos metros de distancia Guadalupe, menuda mujer de 67 kilogramos, impaciente pero serena espera su momento. Es la última jornada del taekwondo en Juegos Panamericanos, la última y se cierran las cortinas, bye bye y hasta dentro de cuatro años.
Ahí en el centro reluce su Cabellera negra, tímida la mujer que saluda, que tiene en mente emular a la que a la distancia la observa. Ahí sigue en la butaca María. De su mano una paleta, escurre derretida por el calor que ha generado la gente que ha medio llenado el gimnasio. Intenta aislarse.
Inicia el combate. Ahí está Guadalupe, transformada de tímida mujer a salvaje combatiente. Con rabia se avienta al ataque, frente a ella la puertorriqueña Nikki Martínez intenta defenderse.
No se inmuta aquella mujer que habita en la esquina. Ajena a los gritos de la gente, a la euforia del tatami. De vez en vez, por pura inercia, levanta la mano cuando se acerca la ola humana. Como si no quisiera estar ahí. Y no está. Vuelve a mirar, con nostalgia a la aguerrida mujer que le quitó el lugar que tantas veces le había pertenecido.
Guadalupe, quien ya tiene en su cuello el bronce, y defensiva se ha mantenido en la lucha por pelear el oro. Primer combate 2-2. Al segundo combate salta con los ojos casi desorbitados que reflejan el deseo, las ganas que le han dado de pronto de no conformarse con el color del metal. La pierna en toda su extensión no alcanza la cabeza de Vanegas, pero sí roza su peto, dos veces, tres cinco.
María apenas mira. Hace como que siente el combate. Acaso piensa en aquellos días, de Rio de Janeiro 2007, donde tenía el poder en sus piernas, donde imbatible. Oro panamericano. ¡Qué tiempos aquellos María!
Ya no más. Observa a Guadalupe, quien ha incitado al grito de ¡justicia! Público asistente que pide le cuenten puntos incontables. Tercer asalto, puntos y reclamos, 7-6 a favor de la mexicana, 7-8 en contra de la puertorriqueña. Ocho a ocho y viene el punto de oro. Se impone la boricua.
Adiós México, adiós otro oro y adiós Espinoza, mexicana, taekwondoín, monarca, que está lista, esta vez, para ceder el cetro. Lista para ver a la cubana Glenhis Hernández subir al trono que, con nostalgia, María ha abandonado.