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Opinión

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Algunas lecturas sociales del uso de la semaglutida

La semaglutida, conocida comercialmente como Ozempic, es el fármaco para bajar de peso que está en boga, no sólo por los efectos que promueve, sino porque ha sido adoptado en diferentes círculos sociales donde la imagen pública se vuelve el pivote central para vender ideales, imágenes de cuerpos o incluso de personalidades, asociada siempre al ideal de delgadez.

En alguna entrega pasada habíamos analizado lo que este fármaco significaría para muchas personas en círculos de élite que pueden procurárselo. Figuras públicas han sido portavoces de los beneficios de tomar este fármaco, que originalmente fue pensado para uso en personas con diabetes. Más allá de los efectos médicos o sobre la salud que existan en este fármaco, existen también algunos efectos sobre la cultura de la obesidad y la gordura que bien valdría la pena explorar.

Primero, el fármaco no está disponible para el grueso de la población y eso hace de su uso, el privilegio de unos cuantos. Sabemos por diferentes estudios sociológicos que el padecer sobrepeso y obesidad, es una condición diferenciada por estructuras sociales. Es decir, los niveles socioeconómicos más bajos son quienes tienen mayores prevalencias de obesidad y sobrepeso en países como México, Estados Unidos o Francia. La obesidad, otrora considerada una condición del “exceso” y por lo tanto de la bonanza  en términos alimenticios, hoy es una condición de las clases más bajas. Esto debido al acceso a alimentos, pero también a condiciones de vida que promuevan un bienestar físico. En este sentido, el fármaco que cuesta alrededor de USD 936 por mes, está reservado para quiénes lo puedan pagar. Es decir, más que nunca, el hecho de ser obeso probablemente será más acentuado en los niveles más bajos que no puedan procurarse cuidados especiales para atender la condición (incluyendo atención profesional, sistemas que promuevan la actividad física, condiciones de seguridad en el entorno para poder hacer deporte, entre otras cuestiones).

Los efectos culturales del uso del fármaco ya se han hecho notar, desde la publicación de diferentes reportajes sobre su uso en los principales medios de comunicación. Su presencia en la cultura popular ha incluso engendrado expresiones como la “cara de ozempic”, que es la forma en la que algunas personas se refieren a cómo queda la cara después de haber disminuido una considerable cantidad de tejido adiposo. Según algunos, esta cara es la que delata su uso en algunas personas que prefieren no decirlo. Algunos medios estadounidenses han dedicado disertaciones sobre su uso seguro y sus efectos a largo plazo.

Podrían verse también reforzadas ciertas obsesiones por verse de cierta manera que nada tienen que ver con el hecho de buscar la salud, como muchas personas justifican la obsesión por la delgadez. El acompañamiento profesional debe ser primordial para el uso del fármaco. Una relación positiva con los alimentos no incluye excesos, sistemas de recompensa y castigo muy acentuados, entre otras cuestiones. Si no se resuelve esta relación de base con la alimentación, es probable que no se resuelva el problema de fondo, en cuanto a la sensación de bienestar general que experimente la persona (que tiene que ver con cuestiones más allá del físico).

Más allá de que el fármaco sea efectivo y seguro, son los usos (como con cualquier otra sustancia) los que acarrean diferentes consecuencias que en algunos casos podrían ser indeseables, si no se atienden las circunstancias de fondo.

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Columnista de alimentación y sociedad. Gastronauta, observadora y aficionada a la comida. Es investigadora en sociología de la alimentación, nutricionista. Es presidenta y fundadora de Funalid: Fundación para la Alimentación y el Desarrollo.

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