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Capitalismo, crisis climática y desacoplamiento
Se acostumbra afirmar que el capitalismo es el verdugo del planeta. No se considera que las economías centralmente planificadas o socialistas, fueron, por mucho, más degradantes y depredadoras. Sus consecuencias aún se sufren en China, Rusia, y en países de Europa oriental como Polonia, la antigua Checoeslovaquia y Ucrania. Desde luego que la expansión económica generada por el capitalismo desde el siglo XIX, de la mano de un explosivo crecimiento demográfico, de tecnologías basadas en los combustibles fósiles, y de una demanda exponencialmente creciente de alimentos, se relaciona con la crisis climática, de destrucción de ecosistemas, y de extinción de la biodiversidad. Capitalismo, progreso y disminución de la pobreza han sido trinomio indisoluble, el cual, se pensaba, era incompatible con la conservación de la naturaleza y la protección ambiental: visión, hoy se constata, ideológicamente equivocada. El capitalismo es un caballo brioso y potentísimo, que, con las bridas y rumbo adecuados, puede ser instrumento esencial para detener y revertir el enorme daño ecológico y climático que nos preocupa. Sin capitalismo es imposible movilizar los astronómicos volúmenes de ahorro, inversión y financiamiento requeridos, y crear y desplegar las tecnologías y mercados necesarios para salvar al planeta; manteniendo al mismo tiempo el crecimiento económico indispensable para más generar más empleos y abatir la pobreza. Mientras que organizaciones civiles y entidades internacionales buscan que los Estados adopten medidas eficaces para reducir emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) y contener la crisis climática, el capitalismo se ha adelantado y empieza a ofrecer rutas claras de descarbonización de las economías.
En el siglo XIX, la Revolución Industrial estableció una relación de causalidad y desencadenó la carrera entre crecimiento económico y emisiones de GEI. Se multiplicaron las minas de carbón, hornos siderúrgicos, fundiciones, fábricas movidas por vapor generado con carbón, ferrocarriles, y después plantas eléctricas. Así, entre 1850 y 1914 el ingreso per cápita del Reino Unido se duplicó, mientras que las emisiones se cuadruplicaron. Una tendencia similar se observó en otros países. El capitalismo, el crecimiento económico, el progreso, el ingreso per cápita y la disminución de la pobreza quedaron, al parecer, inextricablemente ligados a las emisiones de GEI. No más. Actualmente, el Reino Unido y un amplio grupo de países de ingresos altos y medios han roto tales vasos comunicantes de correlación y causalidad. Esto se llama desacoplamiento. Y no se ha logrado sólo gracias a la energía limpia, sino, fundamentalmente, a través de un cambio radical en la relación entre el crecimiento económico y el uso de la energía. De hecho, al menos 33 países –sobre todo países europeos– en años recientes han reducido emisiones de GEI mientras conservan altas tasas de crecimiento económico. Lo notable, es que esto también ha ocurrido en Estados Unidos. Allá, entre 2007 y 2019, las emisiones de GEI se han reducido en 15% aún y cuando su Producto Interno Bruto ha crecido en 29%. En los países europeos que se encontraban dentro de la órbita socialista, el desacoplamiento ha sido aún más significativo, una vez que dejaron atrás la ineficiencia y barbarie energética del modelo soviético. El desacoplamiento no sólo ha ocurrido en países desarrollados; también se registra en países emergentes como México, Argentina, y Uruguay. La causa no es que se hayan transferido actividades productivas contaminantes a naciones más pobres o con un menor desarrollo relativo, exportando emisiones. De hecho, el Global Carbon Project, una importante institución internacional de investigación climática, incluye en estos análisis del desacoplamiento a las emisiones vinculadas a las importaciones de productos y servicios. Lo que ha ocurrido, es que los países hacia los cuales se ha hecho el “outsourcing” manufacturero emiten ellos mismos menos GEI por unidad de producto. Las exportaciones de China hacia el resto del mundo ahora implican mucho menos emisiones de GEI que hace veinte años, gracias a una mayor eficiencia energética lograda a través de los propios incentivos de la economía de mercado. Si bien el Desacoplamiento entre crecimiento económico y emisiones puede ocurrir por un mayor uso de energías limpias, el factor más determinante en ello ha sido una creciente eficiencia energética (menos energía por unidad de producción). El consumo de energía en estos países ha disminuido, mientras que el PIB ha crecido de manera significativa. Por ello, la Intensidad Energética (Energía/Dólares) de la economía se ha abatido en forma correspondiente. Mucho tiene que ver también en ello, que las economías transitan rápidamente de la industria a los servicios.
Este desacoplamiento ha sido obra del capitalismo, más allá de intervenciones relevantes del Estado, lo que abre espacios para cierto optimismo. Si el capitalismo, por sí mismo, es capaz de avanzar en la protección del planeta, imaginemos lo que podría hacer con regulaciones, mercados e incentivos diseñados expresamente, como normas o estándares de emisiones, mercados de carbono, e impuestos al carbono (Carbon Tax).
@g_quadri