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¿Cómo lograr el hábito del ahorro? (Parte 1 de 2)
Hace unos días recibí un correo de una lectora que me decía que siempre trata de ahorrar, pero no lo consigue. Siempre se cruza alguna cosa, por ejemplo: la luz llega más cara, hay que pagar el Predial, entre muchas otras cosas que suceden. Hay meses en los que lo logra, pero luego hay meses que le obligan a gastar eso que había logrado separar.
Es curioso, porque para mí ahorrar siempre ha sido algo relativamente fácil. Me acostumbré desde adolescente. Mis padres me daban una “quincena” para mis gastos, dinero que yo tenía que administrar. Si se me acababa, era mi problema. Desde entonces siempre guardaba algo para mí. Tenía una cartera vieja en el cajón de mis calcetines y siempre metía ahí 10% de lo que me daban (y cuando me daban cambio en billetes pequeños, en ocasiones añadía a mi ahorro). Era dinero que ya no tenía en mano y que no me podía gastar. No contaba con él y de hecho nunca tuve la necesidad de sacarlo.
Eso fue muy importante, porque me creó una mentalidad. Cuando empecé a trabajar hice lo mismo: una parte del dinero que ganaba era para mí, para mi futuro, para crear un patrimonio y no para gastar.
Más adelante, después de casarme, leí el libro “El hombre más rico de Babilonia” de George S Clason, que reafirmó lo que estaba haciendo. Si quieres construir riqueza (un patrimonio) tienes que separar al menos 1 de cada 10 pesos que ganas e invertir ese dinero con inteligencia. Esa es la clave de la libertad financiera.
Sin embargo, hay mucha gente que tiene una concepción diferente, otra relación con el dinero, y nunca se acostumbró a guardar una parte de su ingreso para construir un patrimonio. Frecuentemente me encuentro con personas que sienten que las deudas son un mal necesario, porque no les alcanza con lo que ganan para vivir. A ellas les cuesta muchísimo trabajo, porque se han acostumbrado a gastar más de lo que ganan.
Al final se trata de creencias, de costumbres y sobre todo, de hábitos que no son más que conductas arraigadas en el subconsciente, que hacemos de forma automática, sin pensar y sin darnos cuenta. Por eso es tan difícil cambiarlos, a pesar de que sabemos que lo tenemos que hacer y conocemos los pasos para lograrlo.
Dicen los nutriólogos expertos que las dietas no funcionan y es cierto. La gente que se pone a dieta para bajar de peso se suele sentir limitada. Se enfocan en lo que no pueden comer (en lo negativo) y por eso cuando terminan la dieta, se relajan y vuelven a sus viejos hábitos. ¿Sabes qué sí funciona? Aprender a comer y cambiar la forma como lo hacemos, por el resto de nuestra vida. Aprender a combinar los alimentos y saber que hay momentos y espacios para comer todo lo que nos gusta.
Eso es exactamente lo que tenemos que hacer si queremos aprender a ahorrar y a tener una mejor relación con el dinero. La mayoría de la gente sigue muchos consejos financieros que parecen tener sentido pero no funcionan: dejan de gastar dinero en las cosas que más disfrutan (pero no son indispensables y por eso se pueden recortar), sufren por eso y llega un momento en el que hay un efecto “rebote”, igual que en las dietas. Es un enfoque no sostenible y tiende a fracasar.
¿Qué podemos hacer entonces? Tenemos que cambiar nuestra forma de pensar. Tener claro cuáles son nuestros valores y nuestras prioridades. Aprender a tomar control de nuestro dinero y asignar una parte de lo que ganamos a lo que es verdaderamente importante para nosotros. Hablaremos sobre esto en la segunda parte.