Lectura 5:00 min
¿Cuál es la temperatura en Alaska?
El pasado 18 de marzo se celebró en Alaska el primer encuentro entre funcionarios de alto nivel de la administración Biden y del gobierno chino. Por Estados Unidos, asistieron el Secretario de Estado, Tony Blinken y el Asesor en Seguridad Nacional, Jake Sullivan; China estuvo representada por Wang Yi, Ministro de Relaciones Exteriores, y Yang Jiechi, miembro del Buró Político y Director de la Comisión de Asuntos Exteriores del Comité Central del Partido Comunista y excanciller. Aunque ambas partes fueron cuidadosas respecto de no levantar expectativas sobre la reunión, de modo que ningún analista esperaba realmente un cambio radical en sus posturas, sí sorprendió la belicosidad del lenguaje que ambos países imprimieron en sus mensajes.
De acuerdo a múltiples reportes, al inicio de este encuentro, Estados Unidos acusó a China de cometer atropellos contra las minorías musulmanas, de tomar una postura represora en Hong Kong y, en general, de poner en riesgo la estabilidad del orden mundial. Por su parte, China acusó a EE.UU. de tener un doble estándar respecto a los derechos humanos, de presionar a los países a través de herramientas militares y financieras, además de ser un país profundamente proteccionista en materia comercial.
Más allá de la crónica periódistica ¿cuál es el significado de esto? Primero, nos confirma que la rivalidad existente entre EE.UU. y China por el liderazgo mundial no es un tema coyuntural, sino que representa el primer desafío real que tiene EE.UU., desde el fin de la Guerra Fría, hace treinta años. A diferencia de aquel entonces, donde el principal ámbito donde se reflejaba esa competencia era el militar, actualmente se manifiesta en muchas más dimensiones, sobre todo la económica y la tecnológica; lo cual aumenta la complejidad del desafío.
También podemos entrever que desarrollar una agenda para atender este reto se ha convertido en uno de los pocos temas en el espectro político estadounidense en donde hay amplio consenso entre demócratas y republicanos, y que las fuerzas políticas de EE.UU. actuarán en consecuencia. Cabe recordar que, durante su campaña para la presidencia, Joe Biden no criticaba a Donald Trump por haber iniciado una guerra comercial contra China, sino por haberlo hecho solo, sin contar con el apoyo y la coordinación de los socios tradicionales de EE.UU.
Ya instalado en la Casa Blanca, el presidente Biden ha lanzado una ofensiva para que otros países impongan también sanciones y medidas en contra de China, alegando las mismas razones que Estados Unidos reclamó en el encuentro de Anchorage. La Unión Europea, por ejemplo, congeló algunos bienes y prohibió la entrada de cuatro funcionarios chinos, lo cual fue replicado por Canadá y el Reino Unido. Adicionalmente, el Secretario Blinken realizó sendos viajes a las capitales de algunos socios históricos de Estados Unidos en Asia y Europa, reforzando la percepción de que se está gestando una gran alianza en contra de China.
La respuesta de China no se hizo esperar, y respondió igualmente con sanciones en contra de la Unión Europea, además de insistir en que estos movimientos están motivados por temas políticos y por un falso sentimiento de superioridad moral. En un editorial reciente, el diario chino, Global Times, se preguntaba “¿cómo pueden esos políticos ignorantes en el Parlamento Europeo pensar que tienen derecho de amenazar a China con no aprobar el Acuerdo Integral sobre Inversiones?”, refiriéndose a la decisión del Parlamento Europeo de congelar el debate alrededor de ese instrumento recientemente firmado.
Pero no cometamos el error de pensar que existe un apoyo monolítico a esta postura de Estados Unidos. Países como Australia y Nueva Zelandia, aunque en público apoyaron las sanciones mencionadas, no tomaron ninguna acción concreta en lo individual, como tampoco lo hizo Japón. Esto puede deberse simplemente a la relación económica que existe entre esos países y China, además de que, por su vecindad, las implicaciones geopolíticas de casi cualquier decisión al respecto serían importantes.
El significado de los últimos sucesos es muy profundo y merece un análisis detallado, pero podemos decir que la turbulencia y la inestabilidad en el mundo continuarán por varios años, con los efectos naturales en los negocios, en la confianza para invertir y en la recuperación económica después del Covid-19. Me parece que veremos programas y planes más agresivos por parte de Estados Unidos y otros países occidentales para disminuir la dependencia de China, de sus cadenas de suministro. También es probable que estos enfrentamientos impliquen un deterioro en las estructuras institucionales internacionales, restándoles capacidad para aliviar estas tensiones.
La temperatura en Alaska sin duda aumentó, con el pronóstico de que igual aumentará en Washington y en Beijing.
*El autor es académico de la Universidad Panamericana; Durante 20 años colaboró en el gobierno federal en temas de negociaciones comerciales internacionales.
Twitter: @JCBakerMX