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El Premio Nobel de Economía 2020
Este año, se decidió otorgar el llamado Premio Nobel de Economía a los economistas Paul R. Milgrom y Robert B. Wilson, “por sus mejoras en la teoría de subastas e invenciones en nuevos formatos de subastas”. Este reconocimiento obedece al desarrollo de nuevos formatos y modelos de subastas de bienes, que ejemplifican cómo la investigación económica aplicada puede traducirse en invenciones que sean de beneficio para la sociedad.
Las subastas son instrumentos de venta que han sido utilizados desde hace más de 2,000 años. Han evolucionado desde simples procesos para buscar que distintos compradores ofrezcan el máximo valor posible sobre un bien, hasta subastas inversas en las que se busca comprar al menor precio posible (por ejemplo, las que utiliza el gobierno para comprar medicinas).
También han pasado de vender productos agrícolas o mercancías para las cuales es relativamente fácil establecer un precio de salida; hasta para ventas o concesiones de bienes públicos como yacimientos petrolíferos o, más recientemente, radiofrecuencias sobre las cuales no se tiene plena certeza de la generación posterior futura de valor para quien las adquiere.
En mercados globales y públicos, las teorías desarrolladas por Wilson y Milgrom, han permitido encontrar formatos que maximicen el beneficio de quién subasta y eliminen algunos potenciales efectos negativos. Wilson, desarrolló modelos para analizar subastas de ciertos bienes que se caracterizan por tener un valor presente incierto para los participantes (como precisamente frecuencias del espectro radial).
Milgrom, encontró que ciertos formatos de subasta permiten a quien vende, tener un retorno esperado superior, cuando el proceso incorpora más información para los participantes, incluso sobre los valores esperados futuros de los demás participantes.
Uno de los fenómenos que este tipo de modelos buscan evitar, es la “maldición del ganador”. Esta se refiere a que, en muchos procesos de subastas, incluidos algunos privados recientemente realizados en México, quien presenta la oferta mayor se da cuenta al resultar ganador, que fue muy superior a los demás y que la rentabilidad esperada no es acorde con el valor que ofertó. Derivada de está distorsión, en otras subastas, los participantes para evitar ese riesgo presentan posturas menores, lo que lleva a una operación subóptima para el vendedor.
Podemos pensar que estas teorías y sus aplicaciones prácticas son lejanas a nuestra vida. Pero de ellas depende hoy la posibilidad por ejemplo de que los gobiernos asignen de manera eficiente bienes públicos intangibles o estratégicos como frecuencias de radio, o concesiones de energía.
Todos estos modelos parten de una premisa fundamental: que deben existir, cuando se trata de subastas de bienes públicos, mecanismos estrictos que garanticen, no solo la reducción de riesgos por corrupción, sino la aplicación del único desincentivo probado para estas prácticas: la penalización, sin excepción, de este tipo de acciones que nos afectan a todos.