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Opinión

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El Premio Nobel y la defensa de las libertades

El Premio Nobel de la Paz otorgado este año a la defensora y activista iraní Narges Mohammadi reconoce, según el comité noruego, sus aportaciones a la paz, su lucha personal por “los derechos de las mujeres, los derechos humanos y la libertad de todos”, y su liderazgo de gran importancia simbólica, aun desde la cárcel, para la resistencia que inundó Irán sobre todo en 2022.   Este reconocimiento ejemplar es, sin duda, un mensaje de aliento para una mujer que ha resistido varios encarcelamientos en condiciones muy duras, prisionera política desde 2015, en gran medida aislada y separada de su familia que vive en el exilio. Es también un respaldo significativo parar las mujeres que resisten a la misoginia institucionalizada en Irán y países como Afganistán, como sugirió en entrevista Berit Reiss-Andersen, presidenta del comité, quien al anunciar el premio evocó el lema con el cual se movilizaron el año pasado cientos de miles de mujeres y hombres: “Mujer, Vida, Libertad”.

Este grito colectivo que acompañó las protestas masivas contra la opresión de las mujeres por un régimen teocrático, cuya policía moral había asesinado a la joven Mahsa Amini en septiembre 2022, sintetiza el ansia de libertad y la indignación de miles de jóvenes determinadas a luchar por sus derechos, pese al alto riesgo que implica vivir en un régimen que usa la religión y la represión para imponer normas misóginas, institucionalizar la discriminación y coartar las libertades. Si bien no tiene el mismo significado en un contexto occidental, retomar estas palabras “Mujer, vida, libertad”, y  premiar por segunda vez en 20 años a una defensora de las mujeres y  de los derechos humanos en Irán, es una forma también de darle resonancia en el ámbito internacional a una larga lucha que tiende a olvidarse cuando la represión intensificada impone una falsa paz en el país o cuando estallan conflictos internacionales que se consideran más urgentes.

Aunque la resistencia de Mohammadi, y antes la de Shirin Ebadi (Nobel 2003) y cientos de miles de mujeres y jóvenes en estos años, tiene características particulares que desde fuera no conocemos del todo, en estos tiempos oscuros donde la violencia prevalece en más regiones y países y donde los intereses políticos se alejan muchas veces de las necesidades humanas o, más bien, se contraponen a la sobrevivencia y bienestar de las personas, recuperar sus figuras y las de las miles de mujeres y chicas que resisten bajo regímenes autoritarios, misóginos, que institucionalizan la violencia sexual y la discriminación y coartan las libertades, es una forma de reivindicar el valor de las diversas luchas de las mujeres en el mundo, más allá de las diferencias del feminismo o de las particularidades nacionales.

Este tipo de premios y sobre todo la actuación de estas activistas y defensoras invita también a revalorar el sentido de la responsabilidad personal en dictadura o bajo regímenes autoritarios.

Aunque Hannah Arendt analiza este tema en un ensayo centrado en la responsabilidad de quienes apoyan a un régimen criminal con el falso argumento de que “obedecen órdenes”, plantea que, aun bajo dictadura, existe la posibilidad de no participar, de no apoyar al régimen, aun cuando no se pueda luchar contra él. ¿Qué distingue a quienes resisten/no-apoyan? La capacidad de pensar por sí mismas y de juzgar, de tener una postura propia. Si bien ella no trata ahí del paso a la resistencia abierta, esta capacidad básica de preguntarse “¿cómo viviré conmigo misma si cometo este acto (criminal)?”, de distinguir entre bien y mal y preguntarse por la responsabilidad propia y ante la comunidad, sería un precedente necesario para la desobediencia civil que, para esta filósofa política, puede tener gran potencial.

Como sugiere Arendt y demuestran Mohammadi y otras defensoras, pensar por sí misma bajo cualquier régimen, en particular bajo los autoritarismos actuales, es fundamental para preservar la dignidad humana.

 

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Es profesora de literatura y género y crítica cultural. Doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Chicago (1996), con maestría en historia por la misma Universidad (1988) y licenciatura en ciencias sociales (ITAM, 1986).

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