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Opinión

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El deber de un líder

El pasado 22 de mayo, en este espacio, escribí la columna titulada “Un barco llamado México”. En aquel momento aprecié la necesidad de que los colaboradores cercanos al entonces candidato Andrés Manuel López Obrador, lo emplazaran a entender que nuestro país no está hundido y que la tarea es hacerlo poderoso.

Las noticias difundidas el domingo pasado fueron deplorables. El líder de la nación, nuestro presidente electo, sostuvo que el país está en bancarrota. Se trata de un anuncio incendiario, preocupante. El próximo capitán de este barco aún no toma el timón y ya dice que estamos hundidos. Ni los priistas, ni los panistas, en su momento, fueron capaces de realizar semejante afirmación.

Por ejemplo, el presidente Miguel de la Madrid, quien gobernó en una etapa muy convulsa, asumió el poder en diciembre de 1982 recibiendo a la nación inmersa en la peor crisis económica de su historia. Sorteó graves problemas, pero contra viento y marea luchó para sacarnos adelante. Lo hizo. Muy pocos lo reconocen, pero lo hizo. Y aquel hombre nunca se quejó, trabajó y se esforzó para cumplir su obligación. Entre sus acciones destaca el Pacto de Solidaridad Económica, con el que, sumando esfuerzos de los empresarios y los sindicatos, pudo contener la inflación que nos agobiaba.

El deber de un líder es sembrar optimismo en su pueblo. Todos sabemos que la situación es compleja. El derrotismo es inadmisible.

La dinámica que ha mantenido el presidente electo desde el 2 de julio del presente año fomenta una creciente interacción con la gente. Ello ha facilitado que reciba, en propia mano, miles de solicitudes de ciudadanos que tienen puestas sus ilusiones en él. Todo indica que se ha percatado de que la situación lo está rebasando y, tal vez, por ello decidió hacer tan desafortunado comentario.

La solución es sencilla. El pasado 24 de julio, en este espacio apunté que era recomendable que el presidente electo recurriera a la discreción y a la privacidad, para iniciar un responsable y serio análisis comparativo entre lo que pretende hacer y los recursos con los que contará para lograrlo. Eso le permitiría tomar decisiones objetivas y plasmarlas en su Plan Nacional de Desarrollo. Pero, en lugar de ello, se mantiene en el escenario público.

El pasado 14 de septiembre, durante el Segundo Diálogo por la Paz, la Verdad y la Justicia, realizado en la Ciudad de México, una madre, con el alma destrozada, le suplicó ayuda para encontrar a su hijo. Le dijo que ella rogaba a Dios que él llegara a la Presidencia, que él es la esperanza de todas las madres de México que viven un dolor que no tiene nombre. Incluso le preguntó si quería que se hincara delante de él. De ese tamaño es la gran responsabilidad que tiene el presidente electo. Sin embargo, aún faltan más de dos meses para que cuente con los medios para apoyarla. ¿Cuál es la necesidad de generar tales expectativas y de manera tan anticipada?

En este momento todos los mexicanos deseamos éxito a nuestro próximo presidente, porque de esa manera nos irá bien a todos.

La economía del país es un asunto toral que amerita su intervención. Si él lo decidiera, por ejemplo, podría enfocar parte de sus esfuerzos en sanear la deuda pública. México no está en bancarrota, todo lo contrario, somos un país con recursos, tenemos minerales en el subsuelo, entre ellos: oro, que compañías extranjeras están extrayendo. Me parece que ahí hay una brecha que puede ser útil a la hacienda nacional.

El presidente electo admira a don Benito Juárez. El Benemérito de las Américas, en su época, batalló contra uno de los ejércitos más poderosos del mundo y, sobre un carruaje, sostuvo un gobierno itinerante. Aquella sí era adversidad y, a pesar de ello, jamás se permitió dirigir un discurso derrotista hacia su amado pueblo mexicano.

@Ernesto_Millan

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