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Opinión

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El desastre en infraestructura

Esta semana fue un ejemplo perfecto, una vez más, de la disonancia cognitiva en la que vivimos en México. En la “Cumbre Nearshoring 2024”, el presidente del CCE anunció a bombo y platillo que la economía mexicana crecerá a 4% anual en la próxima década, cifra superada por el pronóstico del ingeniero Slim, quien señaló que podría llegar hasta 6 por ciento. Mientras tanto, nos enteramos, por medio de un desplegado de la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción, de la cancelación de las licitaciones del Programa Nacional de Conservación de Carreteras 2024.

Este ejemplo, más que una anécdota, es sintomático de la realidad que se vive en el país. Ya echamos las campanas al vuelo por el nearshoring que será la respuesta a todos nuestros problemas. El repunte en inversión extranjera y la noticia de que desplazamos a China como principal exportador a Estados Unidos, aunque engañosa (se debe más a la caída de China que a un crecimiento exponencial de México, y gran parte de la caída china ha sido capturada por otros países asiáticos como Vietnam), junto con los altos niveles de ocupación en los parques industriales, han reforzado la narrativa de que el nearshoring es un hecho consumado y no nos queda más que disfrutar sus mieles.

Mientras tanto, todo lo que necesitamos hacer para capturar esta oportunidad, pasa a segundo plano. En este caso, el estado cada vez más preocupante de nuestra infraestructura.

Actualmente, toda la infraestructura crítica del país se encuentra saturada. Obviamente no tenemos aeropuerto nuevo, pero eso no es lo más importante. Las carreteras críticas, como la que va desde la CDMX a Nuevo Laredo, pasando por Querétaro, San Luis Potosí y Monterrey, están saturadas y en mal estado. Los accidentes son noticia de todos los días y, por si fuera poco, está dominada por el crimen organizado —basta con ver la cantidad de puestos de ventas de huachicol.

Las vías férreas también empiezan a mostrar niveles significativos de saturación, y ahora les queremos meter pasajeros con una reforma constitucional. Los puertos marítimos están a tope, lo que limita la importación de materias primas y componentes intermedios para manufactura y afecta las exportaciones marítimas, sobre todo automotrices. Las aduanas, ahora controladas por el Ejército, son un desastre. Hace apenas dos semanas, en el cruce más importante, el de Nuevo Laredo, se suspendieron las operaciones más de 14 horas porque se les “cayó el sistema”.

La falta de inversión en infraestructura hídrica es algo que todos estamos padeciendo. Según el último estudio del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), la inversión en infraestructura de agua potable, saneamiento y alcantarillado este año será 47.7% menor a la del 2023. Además,  en este espacio ya he descrito los problemas por la falta de inversión en generación y transmisión eléctrica.

Estos problemas son una realidad diaria para el sector privado, y el gobierno los conoce bien. Las inversiones que este gobierno decidió hacer en infraestructura no atienden ninguno de estos problemas y no están focalizadas en las regiones clave. No solo el Estado dejó de invertir, sino que en muchos casos ha impedido que lo hagan privados.

Si a eso le sumamos la falta de Estado de derecho, la inseguridad y presencia del crimen organizado en gran parte del territorio nacional, los pronósticos y campanas al vuelo con los que empezó esta columna parecen un poco exagerados, por decir lo menos. Ojalá que la próxima presidenta entienda esto, o una vez más, desperdiciaremos una gran oportunidad por estar mirándonos el ombligo.

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