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Opinión

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El inicio de la primera transformación

De la milenaria historia nacional, hemos construido la noción de patria sobre la base de los últimos 700 años y de ellos, apenas los dos siglos más recientes constituyen el mosaico del México que conocemos, del que aprendemos y al que veneramos. Hace falta la incorporación de la herencia prehispánica que constituye otro gran mosaico del que se nutre la más genuina cosmovisión de la mexicanidad, como el tequio, pero deberíamos cuidarnos de mantener tradiciones socialmente depredadoras, como la dote -venta de niñas.

En nuestra historia, ubicamos la Independencia del Imperio español como el primer gran movimiento de transformación del capullo colonial del virreinato en la brillante estampa de una nación plena, soberana, mosaico cultural pluri étnico que se abre paso en el concierto de naciones que tejen la modernidad.

Lento, tempestuoso, violento y errático es el inicio de esa obra de construcción de la nacionalidad mexicana. Muchos fueron los hombres y mujeres que se afanaron, más por instinto que por convicción, en agruparse alrededor de los rebeldes que ofrecían un futuro distinto a su ominoso presente; un lugar pródigo de venturas frente a su valle de lágrimas; una nación nueva, justa, libre, amorosa e independiente.

Esos líderes llamaban a las masas con las ideas que desde la metrópoli agitaban las mentes y los corazones de los desposeídos, recién liberados; ideas-fuerza que cimbraban los cimientos del viejo orden sacralizado del absolutismo y se erguían sobre la luminosidad de la razón y el progreso.

Sabemos que Miguel Hidalgo y Costilla inició la obra en 1810 y catorce meses bastaron para que las ideas de libertad y el fin de la esclavitud cundieran por la Nueva España. Tras su ejecución en diciembre de 1811, José María Morelos y Pavón continuó la lucha los siguientes cuatro años, encumbrando los sentimientos del constitucionalismo americano, inspirado en el gaditano. Finalmente ejecutado en 1815, Morelos había conformado un ejército de luchadores que resistirían incluso la tentación del indulto virreinal, como Nicolás Bravo y Vicente Guerrero Saldaña.

Es éste quien, tras acordar una alianza con Agustín de Iturbide y Arámburu, militar realista convertido al independentismo al tiempo en que Fernando VII jura la Constitución de Cádiz, da por terminada la lucha y firma el Acta de la Independencia del Imperio mexicano el 28 de septiembre de 1821.

Sin embargo, ello sólo fue el inicio de casi medio siglo de luchas intestinas en la definición del perfil de la nueva nación en el contexto del liberalismo ilustrado. Monarquía versus República, primero; después federalismo versus centralismo y siempre liberalismo versus conservadurismo. Vicente Guerrero es recordado justamente por su aporte en este episodio inaugural de la modernidad mexicana. Aun cuando la historiografía oficial haya embellecido su épica y hoy, una frase que se le atribuye, domine el Congreso de la Unión, no se debe olvidar que fue víctima también de las fuerzas desatadas al calor de la dicotomía que, desde entonces, han ido moldeando nuestra idiosincrasia. 

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Licenciado en Sociología Política, egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Doctor en Historia Internacional por la London School of Economics and Political Science (LSE).

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