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El momento esperado
“En política, si quieres que se diga algo, pídeselo a un hombre, pero si quieres que se haga algo, pídeselo a una mujer.”
Margareth Tatcher
Estamos a punto de hacer válida una lucha que dura más de un siglo. Quizá por eso no consigo escribir de otra cosa que no sea de la feliz, pero retadora llegada al poder de nuestra primera presidenta.
Sé que muchas y en especial las más jóvenes, dan por hecho este logro e incluso se ofenden cuando escuchan que sus abuelas lo celebran como la concreción de algo imposible o lo más cercano a un milagro.
No me atrevo a culparlas: reaccionan así porque desconocen los éxitos, los tropiezos y las amenazas que hemos enfrentado en la ruta hacia la igualdad.
Desde que Matilde Montoya fuera la primera mujer en graduarse en la Facultad de Medicina en 1887 y un año después, María Asunción Sandoval ejerciera como la primera abogada en nuestro país, las mexicanas nos hemos organizado, levantado la voz y optado por el acuerdo y el diálogo para conseguir leyes como la del divorcio (1914), la puesta en marcha de congresos feministas encabezados por el de Mérida en 1916 -que discutió sobre la secularización de la educación, la ciudadanía de las mujeres y su sexualidad-, o qué, para 1923, Elvia Carrillo Puerto resultara la primera candidata al Congreso de Yucatán, aunque dos años después tuviera que dejar el cargo por amenazas de muerte.
Es importante aclarar que esta frustrada participación política no impidió que la pintora María Izquierdo expusiera en el Art Center de Nueva York en 1930 y la conquista del voto femenino en 1955.
Lo triste es que esta carrera de logros ha sido eclipsada por la violencia y la impunidad que nos desvían de la equidad a un desesperado clamor y la exigencia de una vida libre de violencia en marchas marcadas por la falta de empatía de quienes más debían de apoyarnos.
Un buen ejemplo de lo que afirmo es la historia de Rosario Ibarra de Piedra y la infructuosa búsqueda de su hijo. Durante casi cincuenta años la activista visibilizó como nadie el fenómeno de la desaparición en México. ¿Cuánto dolor se hubieran ahorrado las madres, los padres y las familias que hoy buscan a los suyos, si el gobierno la hubiera escuchado y atendido?
A pocas horas de confirmar la identidad de la mujer que regirá nuestro destino por los próximos seis años, es crucial hacernos responsables y exigir lo que esperamos, formar comisiones, escribir, gritar y salir más a las calles.
El gran problema es que, a pesar de tener las mejores intenciones y tantísimos avances en la constitución, una buena parte de la sociedad sigue sin abrazarla y mucho menos, practicar la igualdad de derechos.
Para nuestra arraigada conciencia machista no fue suficiente que la mayoría de los colimenses eligieran a Griselda Álvarez Ponce de León como su primera gobernadora en 1977 y que en 1988 Ifigenia Martínez Hernández se convirtiera en la primera mujer en representar a la oposición en el Senado.
Los asesinatos masivos de mujeres en Ciudad Juárez en 1993 inauguraron la oscura racha de feminicidios que hoy mata en nuestro país a más de 13 mujeres cada día, de cara a la impunidad de sus feminicidas.
No puedo negar que la llegada al poder de Xóchitl o de Claudia me hace creer que las cosas van a cambiar. Lo único que espero es que su sensibilidad femenina tenga la capacidad de acercarse al infierno que viven las madres de víctimas y los niños con cáncer desatendidos.
Este domingo iré a votar sin dudas, con la certeza de que la futura presidenta sabe bien que los temas de la salud y el agua hoy viven su peor momento y que México no puede cerrar otro sexenio con más de ciento ochenta mil muertos y cien mil desaparecidos.
Está nación merece regresar a la dignidad que la caracteriza y volver a honrar la vida humana.
Seguramente “ella” sabrá que hacer para que México recupere la paz.
Por eso merece un voto de confianza.