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Opinión

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El tamaño de las ciudades

Edward Glaeser, uno de los mejores economistas que se ha dedicado a estudiar el crecimiento de las ciudades, las ha llamado “el mejor invento de la humanidad”. Sin embargo, muchos de los que vivimos en grandes zonas urbanas somos también conscientes de las externalidades negativas que se generan en ellas.

Esto apunta a la posibilidad de que haya un tamaño óptimo de ciudad, donde se equilibren los beneficios y los perjuicios. En todo caso, dicho tamaño también será dependiente de las políticas que se tomen. A este respecto, es fundamental que las decisiones que se acuerden estén respaldadas tanto por el creciente acceso a la información, que permite la digitalización, como por la evaluación de las políticas públicas.

Vayamos por partes. El auge de las ciudades explica buena parte del crecimiento de la economía a nivel mundial y, por lo tanto, del bienestar de las personas. En España, las áreas urbanas ocupan 23% del territorio nacional, concentran más de 60% de la población y del empleo, y producen casi 70% del Producto Interno Bruto. En comparación con Europa, las grandes áreas urbanas ocupan 12% de la superficie, reúnen a 45% de la población y del empleo, y concentran 55% de la renta.

¿Qué explica esta relación entre concentración de la población y de la renta, particularmente intensa en España? La acumulación de personas alrededor de una localidad permite el aprovechamiento de economías de escala y de aglomeración que favorecen la productividad y la eficiencia. Por ejemplo, el costo medio por usuario de proveer infraestructuras y servicios públicos se reduce mientras aumenta la población que las utiliza y recibe.

Por otro lado, la disminución de los costos de transporte permite una mayor eficiencia en los procesos productivos, acercando a las empresas con sus clientes y proveedores, o aumentando la probabilidad de un mejor emparejamiento entre demanda y oferta en el mercado laboral.

Otra ventaja de la cercanía entre individuos son los efectos desbordamiento (o spillovers) de conocimiento que se producen y que facilitan la creación y acumulación de capital humano. Aunque ésta no es una lista exhaustiva, sí da una idea de por qué las ciudades son centros de creación de riqueza.

En todo caso, también es cierto que el crecimiento de las áreas urbanas genera problemas de congestión. Por ejemplo, la aglomeración de personas alrededor de los centros de las ciudades incrementa el precio de la vivienda. En Madrid o Barcelona, este costo es hasta cuatro veces superior, en promedio, que en Lérida, Ávila o Teruel. Además, se generan problemas de tráfico, que aumentan los niveles de contaminación, generan pérdida de tiempo, etcétera.

Por ejemplo, en las grandes urbes españolas el periodo medio de trayecto al trabajo es 50% superior que en el resto de ciudades de España. Otro factor a tomar en cuenta es la desigualdad de ingresos que se genera, en parte, precisamente por la capacidad que tienen las ciudades para atraer capital humano. Por ejemplo, Madrid presenta los mayores niveles de desigualdad entre las grandes ciudades de España, mientras que Soria y Teruel tienen los menores.

Esta existencia de beneficios y perjuicios parece apuntar a la posibilidad de que exista un tamaño óptimo de ciudad que maximice los rendimientos sociales y económicos para sus habitantes. Si éste fuera el caso, dicha escala sería altamente dependiente en las políticas que se implementen. Ciudades ineficientes, con medidas que obstaculizan la generación de economías de escala y aglomeración, o que potencian los costos de éstas tendrán un tamaño óptimo menor.

Aunque está fuera del objetivo de esta columna el dar una lista exhaustiva de las políticas adecuadas para fomentar un crecimiento ordenado en las ciudades, sí quisiera hacer dos sugerencias normativas.

La primera sería la de establecer un mecanismo independiente de evaluación de políticas públicas, éstas podrían implementarse primero en ámbitos reducidos y, una vez conocidos los resultados de la evaluación, extenderse al resto de la ciudad o descartarse.

La segunda sería aprovechar la mayor disponibilidad de información que provee la digitalización de la economía. Los datos que van generando los habitantes de las ciudades deberían ser, cada vez más, la guía para la correcta toma de decisiones.

*Miguel Cardoso es economista jefe para España en BBVA Research.

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