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Opinión

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¡Gasolinas mucho máscaras que en EU!

En mi sexenio no habrá gasolinazos declaró muchas veces el presidente. ¿No?, pero si ya estamos de hecho en un gasolinazo virtual…

Un ejemplo de periodismo profesional, analítico y responsable, al cual siempre hemos aspirado en México. Me refiero al reportaje publicado en la edición del martes pasado de El Economista bajo la cabeza “La gasolina cuesta en México 60% más cara que en Estados Unidos” de la autoría de Sebastián Díaz. Con tino editorial, la nota mereció titular en la primera plana.

La contradicción lógica parece inmensa: en el país rico (de hecho, el más próspero de la tierra) la gasolina cuesta mucho más barata que en el vecino pobre del sur. Ahora resulta, como solía decir con ironía un amigo mío, que “los patos le disparan a las escopetas”. O con mayor precisión me atrevo a decir yo: “al perro más flaco se le cargan las pulgas”. Y con total cinismo y deliberalidad por parte de las autoridades hacendarias. Ello, en la medida en que ese diferencial de precios no es atribuible a razones económicas, sino del orden tributario. Es decir, a la aplicación de impuestos a la gasolina en ambos lados de la frontera. En otras palabras, es la voracidad del SAT sobre las ventas de gasolina lo que marca la brecha.

El tema de la brecha en el precio de las gasolinas entre Estados Unidos y México admite varias aproximaciones, pero sobre todo desde al ángulo político. Ese muy grande diferencial de precios entra en denuncia y en contradicción con la promesa muchas veces reiterada por el presidente López Obrador de que en su sexenio no habría gasolinazos. ¿No? Si ya estamos de hecho en un gasolinazo virtual, con ese diferencial de precios tan grande. Pero con la política fiscal expansiva para el año final de sexenio, las necesidades recaudatorias se han exacerbado y que mejor víctima que los automovilistas que no le pueden echar consomé Rosa Blanca al tanque de sus vehículos. Desde el punto de vista histórico el episodio recuerda el caso de Luis Cabrera, secretario de Hacienda de Carranza, cuando en 1916 decidió incautar las reservas en metálico de los bancos. “El dinero hay que sacarlo de donde se pueda”, intentó explicar.

En el muy analítico editorial que escribió ayer sobre el tema Luis Miguel González no se hizo referencia al aspecto regresivo para los consumidores de la explicada brecha de precios. Como si los pobres no tuvieran que transportarse en México. Como si solamente la “aspiracionista” clase media y los fifís de clase alta consumieran gasolina. ¿Primero los pobres?

bdonatello@eleconomista.mx

Columnista

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