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Opinión

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Junio 22 de 1941

Hagamos memoria

La historia, los hechos y las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, como se conoce a la conflagración internacional acaecida entre 1939 y 1945, siguen teniendo relevancia y actualidad y hay pocos eventos históricos sobre los cuales hace falta refrescar la memoria. 

Muchos historiadores, con poco conocimiento o demasiada carga ideológica, han asumido que el inicio de la Segunda Guerra Mundial se dio una vez que se firmó el Acuerdo de No Agresión entre la Alemania de Hitler y la Unión Soviética, conocido como el Tratado Ribbentrop-Molotov, nombres de los cancilleres de las respectivas potencias firmantes.

Ese hecho ocurrió el 23 de agosto de 1939 y la historiografía occidental señala al 1º de septiembre de ese año como el inicio de la guerra, ya que fue cuando Alemania ocupó Polonia sin encontrar gran resistencia y sin que Francia o el Reino Unido honraran su Tratado de Amistad y Cooperación con el país invadido. El día 3 de septiembre, ambas naciones declararon la guerra a Alemania, pero ello no significó un acto bélico concreto sino retórico. Ninguna de las dos naciones tenía la intención de ir a la guerra con Alemania en ese momento.

Hay que recordar que, desde la llegada de Adolfo Hitler al poder en 1933, se instaló en Alemania una política revanchista, que denunciaba los términos del Tratado de Versalles como injustos por las reparaciones a que obligaba a una nación económicamente débil. Ideológicamente conservadora y ultranacionalista, la política impulsada por el gobierno del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), reprimió al movimiento obrero, proscribió al Partido Comunista e impulsó un modelo totalitario, basado en el racismo que propugnaba la superioridad aria.

Entre 1934 y 1938, el régimen nazi ejecutó su política de Lebensraum, o de espacio vital, al tiempo de burlar los límites establecidos sobre el tamaño de su ejército y violar los términos del Tratado de Versalles; primero con la ocupación de Renania, después con su intervención en la Guerra Civil española en 1936 y la firma del Pacto Anti Komintern -que formaliza la alianza Berlín, Roma, Tokio-, hasta la Anexión de Austria y el sudeste de Checoslovaquia, en 1938, pasando por la feroz represión de la población judía en Alemania y los territorios ocupados. 

Todo ello con la connivencia de las llamadas democracias occidentales, escudadas en la desastrosa política de No Intervención y de Apaciguamiento (Appeasement) que se coronó con los Acuerdos de Múnich, que sólo servirían para que Alemania estuviese en condiciones de enfrentar más ambiciosos planes de conquista. 

También hay que tener presente que, durante esos años, la Unión Soviética, nación que salía del aislamiento internacional provocado por el experimento socialista surgido de la revolución de 1917, recibía apenas el reconocimiento internacional a cuentagotas.  México, bajo la presidencia de Álvaro Obregón, había establecido relaciones diplomáticas con la URSS en 1924; el presidente Franklin D. Roosevelt le otorgó el reconocimiento en 1933. En esa década, la URSS desplegaba esfuerzos diplomáticos de acercamiento con Francia y el Reino Unido, que fueron despreciados, como de forma diáfana lo describiera Winston Churchill, porque al considerar desagradable al régimen nazi, aborrecían más al régimen soviético. Poco importaba que la amenaza que se advertía sobre Europa y el mundo entero, implicara grandes sacrificios, daños colaterales, como después se acuñó la malhadada frase.

Como es evidente, el formalismo de dar por iniciada la Segunda Guerra Mundial después de la firma del Pacto germano-soviético de 1939, pretende olvidar los Acuerdos de Múnich y las demás atrocidades cometidas en territorio europeo durante más de un lustro.

El 22 de junio de 1941, las tropas alemanas invadieron el territorio de la URSS, aún a pesar del citado Pacto. Ello significó un cambio en la trayectoria de conquista del Tercer Reich, pero sólo tras la resistencia heroica y el sacrificio de millones de hombres, mujeres y niños a lo largo de casi cuatro años. Esa lucha y esa historia son fascinantes, pero requerirían de muchas notas como ésta. El conflicto bélico actual en Ucrania, ex república soviética, no puede entenderse de forma cabal sin tener presente esa parte de la historia en aquellos territorios y la exacerbación de nacionalismos, perenne caldo de cultivo de la confrontación y la violencia.

Hoy, baste recordar que la humanidad en su conjunto tiene una deuda de gratitud con el Ejército Rojo y con el pueblo soviético. Regatear la contribución a la derrota del Nazi-Fascismo no sólo significa menospreciar el sacrificio de más de 26 millones de seres humanos, sino que es un peligroso ejercicio de desmemoria y la demostración de que la amenaza de aquellos años puede aparecer de nuevo. Además, la ingratitud, como la gente de bien lo sabe, es la peor de las taras humanas.

Licenciado en Sociología Política, egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Doctor en Historia Internacional por la London School of Economics and Political Science (LSE).

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